sábado, 31 de mayo de 2008

Entender Carrió

La dimensión polémica en el discurso de campaña presidencial de Elisa Carrió:
por Lic. Silvina Caleri y Lic. Mario Recio - SAAP -Sociedad Argentina de Análisis Político

Introducción
El proceso correspondiente a las elecciones presidenciales del 23 de abril pasado nos introdujo ante la presencia de un fenómeno nuevo en la Argentina: ya a los inicios de la campaña, al menos cuatro de los candidatos presidenciales tenían posibilidades reales en la contienda electoral. De hecho, a medida que la campaña electoral avanzaba, las encuestas y sondeos de opinión indicaban una gran tendencia a la dispersión en las preferencias del electorado. Este fenómeno inédito, distinto al de una tradición electoral en que la polarización en la disputa presidencial había prevalecido y trazado la estrategia discursiva de los candidatos de turno, ahora colocaba a los nuevos contendientes en una situación que demandaba componer un discurso que se encaminara a polemizar, no con un único contendiente privilegiado, sino con distintos contendientes de relativamente igual jerarquía. En este sentido, vale el interrogante si las distintas campañas presidenciales de los candidatos se ajustaron a esta nueva realidad, esto es, si plantearon una estrategia que remitiera a la disputa en un marco de dispersión electoral. En consonancia con este interrogante general que escapa a nuestras intenciones actuales, este trabajo se centrará en el análisis de un discurso de campaña particular, el de la candidata Elisa Carrió, el cual parece manifestar algún grado de complejidad respecto a su dimensión polémica.
El discurso de Elisa Carrió se presentó como un discurso crítico de una forma de hacer política y de gobernar que caracterizó la década de los ‘90. En efecto, la campaña electoral de la candidata Carrió se encaminó con la pretensión de erigirse en la fuerza electoral de alternativa y cambio. Y si en los prolegómenos de dicha campaña el ex-presidente Menem parecía erigirse en el principal contendiente de Carrió, durante el transcurso de la misma otros candidatos (López Murphy, Kirchner, Rodríguez Saá) empezaron a posicionarse como posibles adversarios en una elección que, como ya señalamos, por primera vez en muchos años de historia argentina no se perfilaba en términos de polarización de dos candidatos principales, sino que anticipaba una posible dispersión en las preferencias del electorado. Esto dejó a Carrió con la necesidad de competir con no sólo el adversario principal al que había definido como ‘el diablo’ y con el cual se había referenciado en términos de predicción ‘será Menem o yo’, sino que también se vio en la necesidad de contender con los otros candidatos. La nueva situación que produjo esta necesidad parece haberse manifestado en términos problemáticos en el discurso respecto de la construcción del adversario.
El propósito de este trabajo es pues analizar las representaciones que a través de ciertas operaciones discursivas se manifestaron en el discurso político de campaña electoral (2002- 2003) de Elisa Carrió posibilitando las mismas una producción de sentido particular en lo relativo a su dimensión polémica. Esto implica indagar sobre la forma particular de construcción del adversario en el discurso así como intentar develar ciertas tensiones a las cuales dicho discurso no parece ser ajeno.
Cuando hablamos de tensiones en el discurso nos estamos refiriendo a construcciones de sentido que son complejas, no lineales o unívocas en lo que hace a la manera de constitución del adversario en el discurso de Carrió, constitución que parece plantear la construcción de más de un adversario en su discurso. Esto es, parece haber una constitución de adversarios de distinto orden los cuales, si bien presuponen una relación de oposición o lucha, remiten a pensar por un lado, un adversario en términos antagónicos, y por otro, un adversario (un otro) más ambiguo y problemático, postulado en términos de contrincante o contendiente, a veces en relación de diferencia o desavenencia, a veces en relación de antagonismo (nos referimos a la diferenciación entre relación de antagonismo y de diferencias en términos análogos a los de Mouffe (1999) que entiende al antagonismo como una relación que supone la exclusión, y a las luchas o posiciones enfrentadas como relaciones que implican hegemonía y modificación de fuerzas.)
Ciertamente esa constitución de lo que hemos dado en llamar adversarios de distinto orden no remite siempre a sujetos bien diferenciados y de referencia evidente, sino que en ocasiones se desdibuja en el discurso imposibilitando una delimitación definitiva entre uno y otro. Para el análisis consideraremos ciertas categorías propuestas por Eliseo Verón (1987) en “La palabra adversativa” ya que el tema está relacionado con las estrategias discursivas que remiten a la relación del enunciador con su colectivo de identificación y con los meta-colectivos singulares, y a las modalidades de construcción de los distintos destinatarios.
De acuerdo a Verón (1987: 16-17) el discurso político revela, en términos analíticos, la existencia de un enunciador que se construye a sí mismo en la ‘imagen del que habla’ a través de operaciones discursivas. Al mismo tiempo el enunciador político construye destinatarios con los cuales entra en relación. Por un lado, en términos de refuerzo el discurso político se dirige a un Otro positivo, cuya relación con el enunciador constituye una entidad que expresa un ‘nosotros’ inclusivo. A la vez, la enunciación política está asociada a la construcción de un adversario pues todo acto de enunciación supone otros actos de enunciación opuestos al propio y respecto de los cuales se configura una réplica. Esto supone la existencia en el discurso político de un Otro negativo que se encuentra excluido del colectivo de identificación y con el cual se polemiza. En las sociedades democráticas también se plantea en el discurso político un destinatario al cual hay que persuadir. Lo que importa en este planteo refiere a las distintas modalidades según las cuales se constituyen estos destinatarios lo cual permite la identificación de estrategias discursivas determinadas en los distintos discursos políticos.
Tales categorías entonces nos permitirán indagar sobre la naturaleza del adversario construido en distintas instancias del discurso, esto es, el grado de polémica que se entabla con el mismo, así como la especificación (de acuerdo a dicha naturaleza) de los dos los tipos de adversarios que aparecen y de las dificultades que se derivan de esta dualidad.
Creemos que la indagación en las particularidades y dificultades de la construcción del adversario en un discurso de campaña que tiene que ajustarse a una situación de paridad electoral, puede contribuir a una búsqueda más global sobre los posibles modos en que opera el discurso político de acuerdo a los diversos contextos históricos en que se produce y a las condicionamientos que su misma dimensión política le fija.
Vale aclarar que no es pretensión de este trabajo hacer un análisis global de toda la campaña electoral de Carrió, ni tampoco apunta al estudio exhaustivo de todos los aspectos involucrados en la producción de su discurso sino sólo de aquellos que consideramos relevantes a cuestiones problemáticas en la producción de significados en relación a la construcción del adversario y de las dificultades que la misma conlleva. Por lo tanto la selección del corpus a analizar estará definida en función y circunscripta a este objeto de interés. Tal selección entonces estará guiada por la búsqueda de las categorías analíticas mencionadas en el discurso político de Carrió en el período indicado. Se tendrán en cuenta para ello tanto los discursos en actos públicos como entrevistas televisivas y radiales en las cuales la candidata participó en función de su campaña electoral ya que creemos que la corporización política discursiva no sólo tiene lugar en su tradicional foro, sino también en los medios de difusión masiva. Respecto de los fragmentos citados en este trabajo la cursiva que aparece es nuestra.


La especificación del adversario

Como ya hemos señalado, Verón traza un marco conceptual que permite la descripción de determinadas propiedades que definen un modo particular de funcionamiento del discurso político. Un nivel de funcionamiento es el de las “entidades del imaginario político” las cuales intervienen en la construcción del enunciador y de los destinatarios, el otro está dado por los “componentes” (descriptivo, didáctico, prescriptivo, programático) que definen las modalidades por medio de las cuales el enunciador construye un conjunto de relaciones con las entidades de imaginario.
Nos interesa entonces la identificación de entidades en el discurso de Carrió así como la determinación de las relaciones del enunciador con las mismas. Para ello es necesario precisar los colectivos designados en el discurso así como su asociación a los tres tipos de destinatarios que habitan el discurso político y con los que entra en juego el enunciador político. El enunciador político construye un ‘otro’ negativo, el contradestinatario, en referencia al cual formula y anticipa una réplica. Paralelamente construye un ‘otro’ positivo, el prodestinatario, al cual está dirigido el discurso político (fundamentalmente el partidario). También construye un tercer tipo de destinatario, el paradestinatario, aquel al que se pretende persuadir.
Los colectivos pueden remitir por ejemplo, a la identificación del enunciador con el prodestinatario, marcado por el ‘nosotros’. En el discurso de Carrió encontramos este colectivo de identificación expresado en el ‘nosotros’ inclusivo (acerca de los posibles contenidos del ‘nosotros’ y de la diferenciación inclusivo-exclusivo respecto de las relaciones de persona, ver Benveniste - 1977): “si nosotros pudiéramos construir una fuerza que...”, “miren lo que hicimos en un año”, “no nos tenemos que desanimar”. Tal colectivo también puede aparecer de manera explícita en el discurso, en el plano del enunciado: “nosotros como militantes del Ari tenemos que trabajar”.
También se pueden registrar entidades que designan colectivos más amplios asociados al paradestinatatio, a los que va dirigido el discurso no como refuerzo sino como persuasión. Esto es característico de los discursos políticos en sociedades democráticas, discursos en los que encontramos la presencia de un tercer tipo de destinatario aquel que no se encuentra dentro del colectivo de identificación pero al que se pretende persuadir y sacar de su posición de ‘indeciso’ y al que el enunciador político coloca por lo general en posición de recepción. En el caso del discurso de Carrió encontramos tales colectivos: “que la tierra sea de los argentinos”, “supone un enorme esfuerzo de todos los argentinos”, “millones de personas”, “los que quieren cambiar”, “la gente”.
Además las entidades construidas pueden designar un colectivo de identificación de u contradestinatario, el otro, que define la posición del adversario. De acuerdo a Verón la exclusión es la definición misma del destinatario negativo, esto es, el contradestinatario resulta excluido del colectivo de identificación (del ‘nosotros’ en términos de la relación entre en enunciador y el prodestinatario) ( en similar dirección Chilton y Shaäffner (1998) señalan que uno de los principales modos en que los políticos se posicionan a sí mismos y a otros en relación a sus partidos, los gobiernos, sus electores potenciales y la nación es a través del uso del pronombres (‘nosotros’, ‘nuestros’), pronombres que tienen distintos referentes en el discurso político, ya sea porque aluden a un nosotros que incluye o no a determinados oyentes pero que excluye a los oponentes.)
En el discurso de Carrió encontramos instancias de un ‘otro’ negativo que define la posición del adversario y que queda excluido tanto del colectivo de identificación del enunciador, como de colectivos más abarcadores que comprenden destinatarios a los que hay que persuadir: “hicimos tantas cosas que otros no hicieron en muchísimos años”, “la derecha que nos va a decir que somos unos irresponsables y la izquierda que nos va a decir que no somos nada”, “en el camino va a haber mucha violencia de los otros”, “si la única candidata que no quiere el establishment soy yo”, “que seamos gobernados por las mafias”, “cómo un grupo de personas puede apoderarse de millones de personas”.
Respecto a estas entidades nos interesa distinguir si siempre se usan en un mismo sentido o si se trata de entidades que remiten a la constitución de distintos tipos de adversarios. Esto implica establecer cuál es la dimensión polémica (alcance de las acusaciones, intensidad del debate, grado de confrontación) con los mismos, ya sea en términos de alusión o de referencia directa.
Cuando intentamos especificar al destinatario negativo en el discurso de Carrió, nos encontramos con la necesidad de precisar de qué orden se trata tal destinatario. En todas las expresiones citadas, hay un primer nivel de especificación que remite a pensar en un ‘otro’ con el cual el enunciador entabla una relación de disputa, confrontación, discusión que remite a la constitución de un adversario cuyo vínculo con el enunciador se basa, por parte de éste, en lo que Verón llama “la hipótesis de una inversión de la creencia”. La misma conlleva una posición que implica que lo que es bueno, verdadero, sincero para el destinatario, es malo, falso, mala fe para el contradestinatario. Los siguientes fragmentos muestran la presencia de algún grado de confrontación entre el colectivo de identificación y el ‘otro’ negativo.

  1. Ser insensato es lo más fácil en este país. Ser insensato para la derecha o para la izquierda es facilísimo, lo único fácil es agarrar 2 o 3 consignas y repetirlas como histéricos. Nosotros tenemos el deber de ser sensatos y tenemos que tener una cláusula sin la cual no hay contrato moral posible, que es no mentir en nada a la sociedad a la que nos dirigimos. Aunque nuestra propuesta sea menos altisonante, aunque algunos vengan a hacer una revolución en dos días, nosotros tenemos que venir con la verdad y ganar o perder con la verdad. Porque no todo se define en una elección, pero cuando uno miente también define su vida política en esa elección. En consecuencia, vamos a tener un montón de propuestas insensatas alrededor. (Plenario del ARI en Capital, 10/10/02)
  2. Vamos a tener un período muy difícil porque hay muchos que prometen cualquier cosa y nosotros tenemos que tener un apego a la verdad que no puede hacer concesiones demagógicas. Y en esto claramente hay que distinguirse de aquellos que prometen cualquier cosa, total una vez que tengo el poder yo me olvido. (1ª Jornada de Política y Gestión Municipal en Quilmes, 19/10/02)
  3. Yo estoy dispuesta a debatir, nosotros le dijimos ya desde el año pasado, lo que quiero es reglas claras para el debate, sin asesores, nosotros solos, yo debato con todos, menos con los mafiosos. Yo con un ladrón no debato, yo con Menem no debato, porque ya a esta altura pedirme que esté con un ladrón confeso es demasiado. (Entrevista en el programa Día D Clásico, América TV, 13/04/03)

En cada uno de estos fragmentos el enunciador construye un destinatario negativo el cual, bajo la forma de un colectivo (“muchos”, “la derecha”, “la izquierda”, “los mafiosos”), queda según los casos en el lugar del error, la mentira, la insensatez, las promesas demagógicas que no se cumplen, lo ilícito, esto es, queda excluido del circuito de la comunicación dentro del colectivo de identificación (del nosotros, nuestra propuesta, nuestro partido). Es un destinatario ‘imposible, sordo e impenetrable’ (Verón, 1987: 19), al que no se le da voz ni derecho a réplica ya que no hay interpelación en 2ª persona ni inclusión en el ‘nosotros inclusivo’ (García Negroni, 1988: 87). Este tipo de confrontación pareciera en primera instancia responder a las formas de desavenencia en los contextos de las democracias pluralistas en las cuales la disputa electoral remite a la contienda con el adversario político. Este adversario político es el contrincante, el competidor político, aquel con el que se contiende de acuerdo a determinadas reglas de juego preestablecidas según principios de funcionamiento jurídico político.
Sin embargo al comparar los fragmentos citados también puede observarse que la intensidad en el grado de confrontación con el destinatario no es la misma. En el fragmento 3 hay un desdoblamiento en la construcción del adversario. Por un lado, aparece un tipo de adversario indicado por “todos”, el cual, podríamos suponer sin dificultad, refiere a los adversarios políticos que se presentan en las elecciones. Por otro lado, tenemos un adversario que remite a “los mafiosos”, “un ladrón”, “Menem”, y que tiene la forma de exclusión total ,diferenciada y designada en “no debato”. En este último caso el enunciador construye un ‘otro’ (“Menem”) que no sólo queda excluido del colectivo de identificación, sino que queda excluido de lo que podríamos llamar el terreno de lo admisible, esto es, queda en el “lugar de lo inadmisible”.


El adversario en el lugar de lo inadmisible
Para intentar especificar esta idea del ‘lugar de lo inadmisible’ se nos hace necesario recurrir a colectivos más amplios que los colectivos mencionados, colectivos que nos permitan pensar en una entidad que remita a un nosotros más abarcador e inclusivo, una entidad que nos envíe a una noción de totalidad como referente del orden social. Para ello podemos apelar en la propuesta de análisis de Verón a la noción de meta-colectivo singular. A diferencia de los colectivos propiamente políticos que fundan la identidad del enunciador, Verón señala que en el discurso político encontramos otras entidades del imaginario político que son más abarcadoras que los colectivos mencionados. Tal es el caso de los meta-colectivos singulares los cuales no son cuantificables y raramente admiten la fragmentación, por ejemplo: “este país”, “la Argentina”, “la república”, “la Nación”, “el pueblo”. En el siguiente fragmento se puede apreciar cuáles son las relaciones que se establecen en torno a los meta-colectivo “pueblo” y “país”.

4 - Qué nos van a querer discutir de cualquier lado, tantas cosas se le pueden decir a una mujer, tantas cosas se dijeron, tantas le van a decir, cuando uno es esclavo de su conciencia no hay nada que lo pueda manchar. Y como yo decía muchas veces, si hay que poner el cuerpo para pasar el alambrado que pase el pueblo, las mujeres y los hombres de este país vamos a poner el cuerpo para que pase el pueblo. No tengan miedo, todas las mentiras que se van diciendo se caen solas. Podrán confundir un mes, podrán confundir dos meses pero se caen. (Club 9 de Julio, Arequito, Santa Fe, 22/12/02)

En primer lugar vemos en el fragmento 4 que el enunciador se inserta en términos de oposición con el contradestinatario (señalado éste en un ‘ellos’ amplio y no especificado en “qué nos van a querer discutir de cualquier lado”, aludido en la voz pasiva sin explicitación del agente “tantas cosas se le pueden decir a una mujer”, “tantas cosas se dijeron”, “las mentiras que se van diciendo”). También vemos que el enunciador entra en relación con el prodestinatario con el cual crea lazos de identidad común a través de la interpelación a los interlocutores en cuanto partidarios por medio del ‘nosotros’ inclusivo en “qué nos van a querer discutir”. Respecto a esta relación vale señalar que el enunciador no sólo se articula en la misma, sino que se inserta también como identidad individual para constituirse en intérprete de las dificultades y su resolución, construyendo su propia imagen como líder (Leonor Arfuch (1887: 48) explica que el discurso político tiene como característica una estricta partición de roles que implica que las posiciones interlocutivas no son intercambiables o equiparables, ocasionando una doble actividad por parte del enunciador: el acortar la distancia con el destinatario proponiendo espacios de confluencia y de identificación, y el marcar su propio status diferencial en función de definir y legitimar su propio lugar.)
Así tenemos que pasa del ‘nosotros’ al ‘yo’, después a la tercera persona en forma de autorreferencia, para luego volver a marcar su subjetividad en la apelación directa al interlocutor: “qué nos van a querer discutir” (estableciendo una relación de identidad con el partidario), “tantas cosas se le pueden decir a una mujer” (auto aludiéndose), “como yo decía muchas veces” (diferenciándose respecto de sus interlocutores), “no tengan miedo” (interpelando a los partidarios). El enunciador entonces se sitúa como fuente privilegiada de conocimiento de lo que fue y de lo que vendrá: “podrán confundir ... pero se caen”, además de producir un efecto de continuidad y coherencia discursiva por medio de la autocita (“como yo decía muchas veces" ) (sobre la autocita como uno de los usos del discurso referido ver García Negroni y Zoppi Fontana - 1992).
Pero además el enunciador construye un paradestinatario con el cual marca una identificación en un ‘nosotros’ inclusivo más amplio “las mujeres y los hombres de este país vamos a poner el cuerpo” (en relación a la necesidad de trascender la identidad partidaria e incluir colectivos más abarcadores en función de constituir espacios de recepción más amplios en el marco referencial del discurso ver Arfuch - 1987: 37 y 43-46), reenviando al mismo tiempo este ‘nosotros’ a los meta-colectivos singulares “este país” y “el pueblo”. Lo que importa resaltar aquí es que por vía de identidades cada vez más abarcadoras (la fuerza política propia, “los hombres y mujeres de este país”, “el pueblo”) se introduce una noción de totalidad como referente del orden político-social. Esta noción de totalidad como referente del orden colectivo permite establecer un relato con miras a establecer un vínculo con la posible dirección de ese orden, el gobierno. La posición del enunciador como expresión del colectivo que puede hacerse cargo del gobierno está sustentada en este vínculo. Por oposición se da una lectura negativa de la posición del adversario según la cual éste es incapaz de interpretar, comprender, resolver y por lo tanto de hacerse cargo del gobierno.
Ahora bien, se podría señalar que en el juego del discurso político el adversario no queda necesariamente excluido del meta-colectivo singular. Sólo es colocado fuera del circuito de la comunicación en la medida en que se construye en torno a la inversión de la creencia: si el enunciador tiene el lugar de la verdad, de la comprensión, de la lucidez, de la ética, entonces el destinatario negativo tendrá el lugar opuesto. Sin embargo, esto no parece operar siempre y exclusivamente de este modo en la construcción del destinatario negativo en el discurso de Carrió. En los siguientes fragmentos encontramos dos maneras distintas en tal construcción que conducen a pensar en los distintos tipos de adversarios antes mencionados.

5 - Porque no todo se define en una elección, pero cuando uno miente también define su vida política en esa elección. En consecuencia, vamos a tener un montón de propuestas insensatas alrededor. Parece que hay algunos que en 2 meses van a generar 5 millones de puestos de trabajo. Parece que otros van a recuperar YPF en un día. Y otros no van a pagar nada la deuda externa y vamos a exportar al mundo miles de millones de dólares. Nosotros no tenemos que renunciar a tener una empresa petrolera nacional, pero vamos a decirlo expresamente; este es un trabajo serio, de investigación seria. Porque lo que tampoco vamos a hacer es que, las posteriores generaciones hereden las locuras que hacemos nosotros, pagando indemnizaciones alocadas. (Plenario del Ari, Capital, 10/10/02)


6 - Lo peor que nos podría pasar a todos nosotros es que pensemos que sólo se puede convivir con la violencia. Lo peor que nos podía pasar es que la única forma de existencia que podamos pensar es habitar, dormir y levantarnos con mafiosos e impunes. No podemos aspirar a eso, pero no podemos aspirar además porque no vamos a poder respirar. Qué quiero decir: este país empezó a morir el año pasado de asfixia moral y esa asfixia moral es la que no nos deja transitar, reconocernos, mirarnos, construir, es la asfixia moral la que nos hace mezquinos, miserables, buscando con qué me quedo o qué me llevo puesto. Hay que renunciar a nuestra violencia interna y a nuestra mezquindad interna, y hay que decir todos con una enorme alegría y sencillez: vamos por la paz. (Acto en Unione y Benevolanza, 10/12/02)

En el fragmento 5 encontramos un destinatario negativo (referido por “algunos”, “otros”) que no se encuentra necesariamente fuera del meta-colectivo singular, esto es, fuera del lugar de lo admisible en términos de pluralidad democrática. Este destinatario negativo más bien se encuentra en la esfera del error, de la mentira, de la insensatez respecto de la acción de gobierno a realizar. La contraposición con este destinatario negativo se define por medio de modalizaciones referidas al orden del poder hacer, en donde el compromiso del enunciador, sus promesas, sus anuncios, se establecen en el terreno de lo creíble, de lo viable, y por oposición, las promesas y los anuncios del adversario se sitúan en el terreno de la insensatez, de lo inviable.
Sin embargo en el fragmento 6 tenemos el meta-colectivo “este país” como objeto de descripción en el cual la alusión al adversario se realiza en términos de exclusión de lo admisible, de lo pensable, de lo aceptable no sólo respecto de la acción de gobierno sino respecto de la continuidad misma del propio meta-colectivo: “lo peor que nos podría pasar a todos nosotros”, “no vamos a poder respirar” (referencias en las que el ‘nosotros’ conforma un colectivo amplio que alude a “el país”, “el pueblo”, “la nación”) y también “este país empezó a morir” (en el que el meta-colectivo es explícito). El adversario negativo aquí queda excluido del lugar de lo admisible ya que lo suyo tiene que ver con la imposibilidad de la existencia del propio metacolectivo, su muerte. “Mafiosos” e “impunes” entonces no designan una entidad que se circunscribe al adversario político con el que se puede convivir en el juego institucional democrático, sino designan una entidad con la cual se establece una relación de lucha con un grado de confrontación mayor y en términos de exclusión que remite al antagonismo. Un antagonismo que indudablemente no se plantea como guerra (acerca de entender a lo político en términos de guerra ver Schmitt (1983). Para el autor la esencia del comportamiento político aparece en la distinción amigo-enemigo, la cual se basa en el grado extremo de unión y separación y cuyo contenido sustancial se da en la determinación de partes frente a la posibilidad de la lucha.)
y contra el cual se elige la vía institucional como única posibilidad de resolución del mismo (“renunciar a nuestra violencia interna”, “vamos por la paz”), pero que de todos modos plantea la imposibilidad de convivencia con el adversario (ya que “habitar, dormirnos, levantarnos con mafiosos e impunes” lleva a “la asfixia moral”, a la muerte). Es de notar además que las modalizaciones preponderantes en el texto son o del orden del saber en términos de explicación (“es la asfixia moral la que nos hace mezquinos”), o del orden del deber ser (“hay que renunciar”, “hay que decir todos”), desapareciendo el componente programático de modalizaciones relativas a la promesa ya que con este tipo de adversario antagónico lo programático no pareciera necesitar confrontarse en cuanto que las propuestas son inconmensurables. La disputa con este adversario se borra del orden del poder hacer, y se centra fundamentalmente en el orden del deber. (nótese además cómo el discurso por momentos adquiere una resonancia similar a cierto tipo de discurso religioso debido al importante componente prescriptivo y a la selección léxica que resulta de la modalidad preponderante en la que el discurso se inscribe. Respecto a la selección léxica en función del componente que prevalece en el discurso ver Carcía Negroni y Zoppi Fontana - 1992: 66).
Asimismo también el antagonismo se explicita en referencia al meta-colectivo mismo como lo vemos en el fragmento 7.


7 - Hay como dos caminos en la Argentina. Un camino de la nueva construcción social, de una Argentina que tiene que levantar sus muros, que tiene que reedificarse con un montón de gente que está trabajando en organizaciones no gubernamentales, en la calle, en los lugares, en la política y en todos los lugares. Y por el otro lado hay un camino de profunda fragmentación, de profundas miserias, de balcanización. Y deben ser dos caminos que no se choquen. (Reportaje, Canal de Cable TN, 03/01/03)


En el fragmento 7 ni el enunciador ni el contradestinatario aparecen marcados de manera explícita, pero sí implícitamente en alusión a una diferenciación irresoluble (“dos caminos que no se choquen”) y en torno a figuras opuestas e incompatibles (“construcción social” / “fragmentación”). Además tenemos una forma de modalización que manifiesta un componente descriptivo, por medio del cual el enunciador realiza la lectura de la realidad colocándose en el lugar privilegiado de la descripción, y un componente prescriptivo, por medio del cual el enunciador tiene el lugar privilegiado de la formulación del deber ser que se expresa en forma impersonal (“deben ser dos caminos”) y que interpela a una entidad colectiva que abarca al prodestinatario y al paradestinatario, excluyendo al contradestinatario de tal entidad por medio de formas de cuantificación (“un montón de gente”) y de especificación (“una Argentina que”) que entrañan una distinción.
Nuevamente en el fragmento 8 se puede apreciar la dimensión del antagonismo en función del cual se sitúa al adversario no en el lugar de lo admisible o aceptable, sino en el terreno del “horror”. En este caso el enunciador se distancia de su destinatrio marcándose en el ‘yo-ustedes’ en una interpelación con predominio de formas imperativas (“crean”, “no peleen por mí”, “no le discutan”) colocándose en un una posición de preeminencia respecto de la comprensión del antagonismo y de la clave de su resolución. A su vez, la fuerte aparición del enunciador en el texto posibilita una operación que posiciona al enunciador mismo como el principal destinatario negativo de la enunciación del adversario (“si me puede molestar la infamia de estos testaferros del horror”). Finalmente el anclaje del colectivo se asienta en un ‘nosotros’ inclusivo (“tenemos que ser inteligentes”, “ni enredarnos”) por parte del enunciador, operación que a su vez tiene un importante componente prescriptivo.


8 - Crean en las convicciones, este país transita como dos terrenos, el de las convicciones y el de la estupidez, tenemos que ser inteligentes para no transitar ni enredarnos en los caminos de la mediocridad, de la vulgaridad y de la estupidez humana. A mí no me afecta, no peleen por mí, no le discutan al otro, cuando uno ha pasado tanto en la vida se imaginan habiendo enterrado a tantos si me puede molestar la infamia de estos testaferros del horror. (Acto en Unione y Benevolanza, 10/12/02)


Como señalábamos antes, el antagonismo no se plantea en términos de guerra. Sin embargo, importa subrayar el hecho de que tal antagonismo implica la exclusión del otro. Respecto a esta cuestión resulta valioso el aporte de Mouffe (1999: 16-19) en cuanto a que la vida política en las democracias pluralistas no prescinde del antagonismo en lo que concierne a la formación de identidades colectivas. La constitución de un ‘nosotros’ en un contexto de diversidad y conflicto es posible en la medida que se plantee la distinción respecto a un ‘ellos’, lo cual conlleva una exclusión. Tal distinción según Mouffe debe resultar al mismo tiempo compatible con el pluralismo, para lo cual es necesario distinguir entre las categorías de ‘enemigo’ y de ‘adversario’. Al adversario se lo tolera y se le reconoce legítima existencia al interior del ‘nosotros’ que constituye la comunidad política, el enemigo en cambio, refiere a quien cuestiona las bases mismas del orden democrático. Por lo tanto, la categoría enemigo sigue siendo pertinente en referencia a aquellos que realizan tal cuestionamiento y que en consecuencia no pueden ser comprendidos dentro del círculo de los iguales. De esta manera, la autora distingue entre antagonismo (relación con el enemigo) y el agonismo (relación con el adversario). El antagonismo entonces aparece en relación a la constitución de un ‘nosotros’ que tiene un ‘ellos’ como correlato, a principios constitutivos de un orden determinado que no pueden coexistir con otros que implican la negación de tales principios. Mientras que el enfrentamiento agónico refiere a las diferentes interpretaciones que en una democracia plural se realizan acerca los principios constitutivos de la misma. Creemos que en este sentido debe entenderse el antagonismo que aparece en el discurso de Carrió, un antagonismo que se plantea en términos d exclusión del otro porque implica la lucha por la definición misma del orden.
Como lo muestra el fragmento 9, en el planteo sobre la definición del orden se establece una necesidad refundacional (“una nueva nación”). En este caso el enunciador formula el imperativo a través de modalizaciones prescriptivas (“hay que plantear”, “deben ser resueltas”).


9 - Y no hay que plantear como que hay buenos y malos en la Argentina, o como que estás de un lado o de otro. No, hay que plantear que en cada uno de nosotros conviven dos ideas de nación, que deben ser resueltas y que deben ser resueltas en lo mejor de la construcción de una nueva nación. (Seminario ‘Hacia una gobernabilidad alternativa’,Colegio Carlos Pellegrini, 14/02/03) (vale la salvedad acerca de que este texto pertenece a una presentación hecha en un seminario sobre gobernabilidad. Lo recogemos aunque no sea parte específica de los discursos de campaña ya que la misma candidata Carrió comienza su disertación aclarando que ella va a “tratar de hacer un doble nivel de exposición”, en el rol de profesora universitaria en el panel y en su condición de candidata.)


Es de notar además que en el fragmento 9 el enunciador no plantea la disputa en el terreno de la confrontación política (“como que estás de un lado o de otro”) sino en el plano cognitivo (“conviven dos ideas de nación”). La interpelación está orientada hacia el prodestinatario y el paradestinatario que se marca en la identificación del enunciador con estos destinatarios en el ‘nosotros’ inclusivo (“en cada uno de nosotros conviven”). El adversario negativo, que no aparece en el texto ni explícita ni implícitamente (se podría argumentar la existencia de un ‘otro’ que aparece en el texto en el enunciado negativo (“y no hay que plantear ..”), y respecto de éste, la concreción de una ‘pugna polifónica por la palabra autorizada’ (García Negroni, 1988: 95) en tanto que la negación puede implicar una desautorización del discurso del adversario. Creemos que, en este caso, el discurso que queda desautorizado a través de la negación, es el del propio prodestinatario, al cual se dirige una exhortación destinada a producir determinados efectos en el mismo. En relación al fenómeno de la negación en el juego polifónico ver Ducrot - 1984: cap. V), pareciera quedar fuera de la posibilidad de la comprensión, del esclarecimiento y del deber ser. En cierto sentido se podría pensar que el enfrentamiento entre dos posiciones remite más a lo que Mouffe llama agonismo (en el sentido de las distintas interpretaciones sobre principios fundantes) que a un enfrentamiento antagónico, (en el que la posibilidad del ‘nosotros’ implicaría la imposibilidad del ‘ellos’).
En el fragmento 10 el antagonismo reaparece y se explicita en referencia a otros colectivos, ya sea colectivos de identificación de diversos adversarios negativos (“la derecha”, “la izquierda”) o a los colectivos más amplios asociados al paradestinatario (“la gente”), colectivos éstos que en otros momentos del discurso no quedan excluidos del meta-colectivo singular (“otro país”).


10 - Militar esto no es fácil. Porque la gente tiene consignas al estilo de la izquierda o la derecha en la Argentina. La derecha dice "Echemos millones de empleados", como dice López Murphy y la izquierda dice: "No pagamos nada y somos un vergel". No sé cómo... Y la gente también, las personas usan consignas fáciles que dicen "todos son iguales". Esa es la renuncia al discernimiento. Y cuando uno renuncia a discernir en realidad aniquila la posibilidad de la verdad. Sobre eso se está trabajando y nosotros como militantes del ARI tenemos que trabajar sobre ese costado pero sin mendigar. Cada uno, los pobres no, los que no tienen nada no, pero la clase media, los que son como nosotros... sin mendigar. A ver si se entiende. Porque nosotros tenemos que ser una fuerza política con dignidad y en todo caso cada uno va a ser responsable en este país de lo que hizo y de lo que no hizo. Porque acá el cuento de que yo no me di cuenta, no vi, no supe, no quise, se terminó. Acá o se es cómplice o se construye otro país. No hay alternativas. Y se es cómplice por acción o por omisión. (1º Jornada de Política y Gestión Municipal, Quilmes, 19/10/02)


En el fragmento vemos que el enunciado esta orientado a la interpelación al prodestinatario el cual aparece designado de manera explícita (“nosotros como militantes del ARI”), con una modalización prescriptiva (“tenemos que trabajar”, “tenemos que ser una fuerza política con dignidad”) que incluye por momentos a algunas entidades (“la clase media”, “los que son como nosotros”) y releva a otras de la obligación (“los pobres”, “los que no tienen nada”). En este texto vemos que el enunciador designa al colectivo de identificación de destinatarios negativos (“la derecha”, “la izquierda”), también designa a enunciadores que pertenecen a dichos colectivos (“dice López Murphy”) y designa además a colectivos asociados a un paradestinatario de los destinatarios negativos (“la gente tiene consignas al estilo de la izquierda o la derecha”).
Esta construcción del contradestinatario inicialmente no se plantea como exclusión del adversario en términos antagónicos, sino más bien agónicos. Sin embargo, a medida que avanzamos en el texto encontramos que este adversario designado inicialmente por el enunciador, reaparece no expresamente sino en forma de alusión (“cada uno va a ser responsable en este país de lo que hizo y de lo que no hizo”, “el cuento de que yo no me di cuenta”) y con tal reaparición se introduce el antagonismo en relación con el meta-colectivo y en torno a una disyunción y a principios que no pueden coexistir (“o se es cómplice o se construye otro país”).
En torno al agonismo y al antagonismo
Como se ha señalado anteriormente, parece registrarse en el discurso de Carrió un desdoblamiento respecto de la especificación del adversario político. En primer lugar encontramos la construcción de un destinatario negativo en términos agónicos, esto es en términos de oponente o adversario político en el marco de la democracia plural (fragmentos 2, 3 y posiblemente 9) y cuya construcción descansa en la inversión de la creencia. Este destinatario negativo no queda fuera del orden, no está excluido del meta-colectivo al cual este orden refiere y a lo sumo le corresponde el lugar del error, de la mentira, de la incapacidad. También encontramos otro tipo de destinatario negativo con el cual el enunciador establece una relación de antagonismo en el sentido de que el adversario negativo queda fuera de lo admisible en relación a la constitución del orden y del nosotros que remite a ese orden. Este adversario negativo se coloca en el espacio del horror, de la fragmentación, de la muerte, de lo inadmisible.
Sin embargo, los límites entre un tipo de adversario y otro parecen desdibujarse en el discurso de Carrió en la medida que, por momentos, el adversario agónico se funde en el adversario antagónico.
La posibilidad de distinguir entre los dos tipos de adversarios en relación al grado de enfrentamiento y exclusión que implican cada uno de ellos parece borrarse cuando analizamos el fragmento 11.


11 - En la Argentina es como si transitáramos por dos caminos, imagínense dos caminos que no se tocan nunca, por un camino va la ostentación, va la pelea, va el fraude, va la coima, va la mafia, y están peleando entre ellas. Nosotros ya develamos la verdad durante muchos años de lo que era ese camino, que nos robaban, que nos saqueaban, que nos engañaban, pero hay que poder correrse al otro camino, no hay que ensuciarse, no hay que mancharse, no hay que amargarse por ese camino oscuro donde todos se están enfrentando. (Club 9 de Julio, Arequito, Santa Fe, 22/10/02)


Nuevamente aparece la metáfora (Chilton y Schäffner (1998: 221-222) señalan que un mecanismo central en la producción de significados en el discurso político es la metáfora y explican cómo un campo léxico se proyecta metafóricamente en otros dominios. La metáfora de “los dos caminos” se reitera en distintas ocasiones y también se refuerza en la metáfora de los “dos terrenos” (fragmento 8) y en la metáfora sobre “pasar el alambrado” (fragmento 4), contribuyendo a marcar la polaridad.) de “los dos caminos” que marca la línea divisoria entre lo admisible y lo inadmisible, entre la propia propuesta refundacional y el adversario antagónico (identificado con el “fraude”, “la coima”, “la mafia”, la oscuridad), con el cual no se puede coexistir (“dos caminos que no se tocan nunca”), enfrentamiento que a su vez está reforzado por opuestos (“nosotros ya develamos la verdad” / “que nos engañaban”). El enunciador, a su vez construye colectivos de identificación cada vez más abarcadores en un ‘nosotros’ cada vez más inclusivo. En “nosotros ya develamos” el ‘nosotros’ refiere a un colectivo de identificación por medio del cual el enunciador entra en relación con el prodestinatario, referencia no explícita pero que podría explicitarse en por ejemplo: ‘nosotros los partidarios del ARI’ o ‘nosotros los que componemos esta fuerza política’. Pero el enunciador a su vez se identifica con una entidad más amplia en “nos robaban”, “nos saqueaban”, “nos engañaban”, entidad que de explicitarse podría ser “nos robaban a los argentinos”, “nos saqueaban a los argentinos”, operación que permite interpelar al colectivo más amplio asociado con el paradestinatario y también con el metacolectivo mismo. Quien queda fuera del meta-colectivo refundacional (el de “una nueva nación” en el fragmento 9, el del país a construir en el fragmento 10) es el adversario antagónico, el que transita por el camino inaceptable.
Sobre el final del fragmento 11 sin embargo, resulta difícil explicitar a cuál de los adversarios trabajados refiere ‘todos’ en “ese camino oscuro donde todos se están enfrentando”. Si se entiende por ‘todos’ “aquellos que están transitando ese camino oscuro”, se podría decir entonces que el adversario aludido aquí es aquel con el cual se construye una relación antagónica, aquel con el que ‘no se habla’, con el que no se puede coexistir. No obstante, ‘todos’ podría tener otra lectura, podría entenderse como ‘muchos de los candidatos electorales’ o ‘todos los candidatos del PJ’ o quizás ‘todos los dirigentes políticos acusados por Carrió como comprometidos con la vieja política (en distintas intensidades Menem, Duhalde, Alfonsín), los candidatos del PJ y de la UCR (algunos también fuertemente criticados por Carrió por similares razones)’, o posiblemente todos éstos más el candidato de “la derecha” (López Murphy), más “los cómplices” que apelan al “cuento de que yo no me di cuenta, no vi, no supe, no quise” (fragmento 10). Si estas son interpretaciones posibles entonces la diferenciación entre el adversario agónico y el antagónico estaría planteada de manera ambigua, lo cual nos pone frente a una construcción del adversario en tensión en la medida que la interpretación de su significado es problemática.
En el fragmento 12 volvemos a encontrar cierta indeterminación respecto del adversario agónico el cual queda subsumido en el adversario antagónico.


12 - Y en todo vamos a tener estas posiciones clarísimas, pero tienen que ser inteligentes, tienen que ser serias, tienen que ser sensatas. Tenemos que decir cómo hacerlo. Y nos van a seguir diciendo que no tenemos propuestas. Sencillamente porque si dicen que tenemos propuestas les ganamos la elección. Como no pueden decir otra cosa...! Y nos van a decir que no tenemos capacidad de gobernar, porque finalmente están avalando el gobierno de las mafias. Porque en el fondo, todos quieren que gobiernen las mafias. Porque el candidato es el mafioso. Lo que pasa es que es inmostrable... Qué quiero decir?: Tenemos que tratar de lograr mostrar al país, que antes o después va a tener que examinarse a sí mismo. Que es cierto que hay una clase dirigente corrupta, en todos los niveles, pero también es cierto que somos una sociedad que se compró ficciones todas las veces, y que si no nos paramos desde otro lugar... (Plenario del ARI en Capital, 10/10/02)


El enunciador construye una diferenciación en un ‘nosotros-ellos’ que en principio parece referir a los contrincantes electorales y en términos electorales (“si dicen que tenemos propuestas les ganamos la elección”), referencia que de todos modos resulta difícil de esclarecer en la medida en que el destinatario negativo no está designado explícitamente (probablemente se alude a alguno o a todos los candidatos del PJ que se pueden pensar como los candidatos con más posibilidades electorales). Sin embargo, la diferenciación se profundiza en torno al antagonismo en lo que sigue del enunciado y el adversario se identifica con lo inaceptable (“el gobierno de las mafias”), desapareciendo el adversario agónico en función de la aparición del adversario antagónico: “porque el candidato es el mafioso” (¿en probable alusión a Menem?). Asimismo aparece un cuantificador que refiere a un colectivo vinculado a este adversario, colectivo que, como tampoco está designado expresamente (“todos quieren que gobiernen las mafias”), se hace difícil su explicitación y puede estar aludiendo a cualquiera o a todos los candidatos electorales (quizás o a la dirigencia política en su conjunto). La apelación a un adversario indeterminado, no especificado en sujetos concretos, pareciera ser un recurso recurrente en el discurso de Carrió, un discurso muchas veces construido esencialmente en torno a una polaridad que se presenta como insalvable. La consecuencia es que con tal indeterminación en el discurso todo oponente político puede quedar comprendido en esa polaridad insalvable, polaridad que en última instancia remite al orden del deber exclusivamente relegando a veces la discusión sobre el poder hacer, esto es, la confrontación de propuestas con los oponentes políticos con los que se discute en el marco de la pluralidad.
Las características centrales de un adversario y otro varían, así como la identificación de sus colectivos. Al adversario agónico tiende a identificárselo principalmente con la insensatez (fragmentos 1 y 5), las falsas promesas y la demagogia (fragmento 2), la mentira (fragmento 5), elementos que en todo caso hacen a su falta de capacidad (o legitimidad) para gobernar. En el caso de este tipo de adversario la identificación tiende además a enunciar colectivos tales como “la izquierda” o “la derecha”, sin embargo, en algunos casos la alusión a este destinatario negativo es difusa y no se asocia a un colectivo de identificación particular (tal es el caso de ‘muchos’ en el fragmento 2, y quizás ‘todos’ en el fragmento 11). Mientras que al adversario antagónico fundamentalmente se lo identifica con la asfixia moral, la impunidad y la violencia (fragmento 6), la fragmentación, la miseria y la balcanización (fragmento 7), el horror (fragmento 10), la pelea, la coima, el robo (fragmento 11), elementos estos que tienen que ver no sólo con su falta de legitimidad, sino también con su falta de legalidad, y cuyo colectivo de identificación es la mafia (fragmentos 3, 6 y 11), o el establishment. Al mismo tiempo a ambos adversarios se los identifica (ya sea de manera más directa o en términos más ambiguos como mencionábamos anteriormente) con la mentira, o con alguna de sus formas, la falsedad, la calumnia (fragmentos 1, 2, 4, 5, 11).
Por contraposición al adversario agónico, el enunciador y sus colectivos se identifican con la sensatez (fragmento 1), la seriedad (fragmento 5), y en oposición al adversario antagónico, el enunciador y sus colectivos se identifican con la paz (fragmento 6), el trabajo (fragmento 7).
Significativamente la cualidad primordial asociada al enunciador es la verdad, la cual además se plantea en términos antitéticos con la mentira, aspectos presentes en la identificación de los dos tipos de adversarios. La oposición verdad – mentira se constituye en uno de los núcleos temáticos principales en el discurso, oposición que está en sintonía con una estrategia predominante, la polarización, la cual termina obstaculizando, o al menos complicando, una clara y definida discusión con el resto de los contendientes (del tipo de lo que hemos dado en llamar el adversario agónico).

Conclusiones
Si hablar sobre el discurso político entraña reconocer al mismo como una realidad con características propias en torno a su especificidad discursiva, no podemos sin embargo negar que el discurso político también tiene una dimensión que remite necesariamente a la especificidad de lo político. En este sentido entendemos que lo político está relacionado con aquellas prácticas que remiten a la construcción del sentido del orden (Lechner) en una sociedad. Tal construcción puede involucrar el propósito de la consolidación y reproducción de tal orden o por el contrario, puede estar motivada por el intento de transformación de dicha realidad, intento que a su vez puede pretender distintos alcances en dicha transformación. La definición del sentido del orden demanda por lo tanto definiciones y diferenciaciones respecto a otros sentidos posibles, por ejemplo definiciones respecto a cuán justo ese orden pretende ser, a cuál es el concepto de justicia que prima en el mismo, a cómo se concibe su legitimidad. Pero aun habiéndose definido este horizonte colectivo, la dialéctica misma de los procesos sociales lleva a nuevas definiciones y reformulaciones producto de las relaciones de fuerza que operan en dicha sociedad (sobre la dimensión del poder y del antagonismo de lo político como aspecto irreductible de las relaciones sociales, ver Mouffe - 1999).
En conformidad con esta visión, consideramos que en el discurso político se manifiestan construcciones de distintas representaciones de la realidad social, de distintas relaciones de poder y de distintas identidades (propias y de los otros sujetos sociales). Esto implica pensar en las relaciones discurso-poder y discurso-ideología como aspectos que atraviesan la producción del mismo, aspectos que no son transparentes o unívocos sino que dan lugar a distintas posibilidades de interpretación y recuperación de significados. Entendido así el discurso político se manifiesta como una realidad compleja y no puede ser disociado de las condiciones que lo generan, posibilitan o condicionan (e n similar dirección Oscar Landi (1985) señala que “las alternativas interpretativas de un discurso reflejan un margen de interpretación que nunca es infinito, que varía dentro de ciertas restricciones históricas y culturales”. Consideramos que este aporte evita una visión del lenguaje como autoreferido y autónomo. )
Al mismo tiempo esto no implica desconocer la dimensión enunciativa del discurso en lo que hace a la particular manera en que un discurso determinado se construye.
Al comenzar este trabajo se señalaba que la coyuntura electoral en la cual se produjo el discurso político de Carrió planteó nuevas situaciones y necesidades que resultaron en una construcción discursiva que parece haber generado cuestiones problemáticas en torno a la constitución del adversario. Asimismo, la particular construcción del adversario político conlleva a su vez la construcción de un lugar especial del enunciador en su relación con sus destinatarios y con los colectivos con los cuales intenta identificarse. La red de relaciones que el enunciador construye con las distintas entidades del imaginario es compleja y se presenta en un conjunto de representaciones que revelan cierto grado de tensión en su producción. Tentativamente y sólo como sospecha podríamos sugerir que estas tensiones expresan ciertas debilidades que tiene el discurso político producto tanto de dificultades relativas a las características y circunstancias mismas del sujeto que lo produce, como de los condicionamientos de la coyuntura electoral en la que el discurso se formula.
A comienzos de la campaña electoral, el principal adversario político que Carrió distinguía era el ex-presidente Menem. En torno al mismo, y ya tiempo antes del inicio de la campaña, Carrió había manifestado la existencia de una polaridad que significaba un enfrentamiento entre posiciones y prácticas irreconciliables. La invocación a esta polaridad parece haber sido una de las operaciones discursivas centrales en su discurso de campaña, lo cual colocó a la candidata en una posición difícil a la hora de articular un discurso que, debido a la dispersión en las preferencias del electorado, necesitaba estar destinado a la contienda con otros candidatos cuyas posibilidades electorales eran también ciertas. La polaridad condicionó el discurso de tal manera que, al menos por momentos, no permitió una especificación diferente de sus otros adversarios, los cuales quedaron a veces subsumidos por del destinatario negativo privilegiado en el discurso (el adversario antagónico), frustrándose así la construcción por parte del enunciador de estrategias claras (y efectivas en términos de disputa electoral) que le permitieran situarse a sí mismo en relación a sus diversos destinatarios negativos en la totalidad del discurso.
En un planteo de propuesta política fundacional la dimensión polémica, esto es el grado de confrontación en el discurso, remite ineludiblemente a oposiciones insalvables. Las mismas colocan forzosamente al que formula tal posición en un planteo de negación de posibilidades intermedias respecto de la oposición fundamental, dificultando así la discusión con otras propuestas que no convergen en este planteo fundacional, complicando el debate sobre los aspectos programáticos de la propuesta y priorizando esencialmente los aspectos prescriptivos que hacen al sostenimiento y argumentación de la necesidad de la misma. En relación al adversario antagónico en el discurso político de Carrió la construcción de la polémica no parece presentar problemas en lo que hace a su especificación en la medida que tal construcción se realiza fundamentalmente en torno al deber ser.
Respecto del adversario agónico, parece lógico esperar que el debate con el mismo debería estar encaminado, si bien no exclusivamente (ya que las interpretaciones sobre el sentido del orden también remiten a cuestiones valorativas), pero al menos en parte, a formulaciones que remiten al orden del poder hacer. Creemos en relación a esto que en el discurso de Carrió esta dimensión por momentos se desdibuja en la medida en que se oscurece el adversario con el cual se polemiza, no pudiéndose concretar la confrontación programática de la propuesta con adversarios políticos a los que tiene que vencer en la contienda electoral puesto que se produce un desplazamiento en el que se pasa del debate con el adversario agónico a la confrontación con el adversario antagónico. Esto no quiere decir que el discurso de Carrió no articule una propuesta con contenidos programáticos claramente estipulados. De hecho el discurso los tuvo. Pero no logró llevarlos al terreno del debate con los distintos contendientes políticos en la medida que el discurso se tornaba más prescriptivo y de polémica antagónica. De modo todavía más evidente, el debate con el adversario agónico encaminado a discutir las distintas interpretaciones y acciones sobre el sentido del orden (lo cual implica también articular aspectos valorativos e ideológicos) quedó en ocasiones atrapado en la polémica con el adversario antagónico, haciéndose difícil la concreción de un debate que discutiera sobre las distintas alternativas políticas dentro del proyecto fundacional.
Ciertamente, la necesidad del discurso de plantearse en torno a lo fundacional no puede eludir la dimensión ideológica. Tampoco cuestiones relativas a la representación y discusión del conflicto y a la definición de lo que se incluye y de lo que se excluye en la reformulación del nuevo sentido del orden. La discusión sobre el contenido del mismo necesariamente expresará tensiones que no son de fácil resolución, y de esto el discurso no puede escapar.

Referencias bibliográficas:
- Arfuch, Leonor (1987): “Dos variantes del juego de la política en el discurso electoral de 1983”, en VVAA, El discurso político. Lenguajes y acontecimientos, Buenos Aires, Hachette.
- Benveniste, Émile (1977): “Estructura de las relaciones de persona en el verbo”, en Problemas de Lingüística General, México, Siglo XXI.
- Chilton, Paul - Schäffner, Christina, (1998): “Discourse and Politics” en T. van Dijk Discourse as Social Interaction, London, SAGE Publications.
- Ducrot, Oswald (1984): El decir y lo dicho, Buenos aires, Hachette.
- García Negroni, María Marta (1988): “La destinación del discurso político: una categoría múltiple”, en Lenguaje en Contexto, Año I, nº 1.
- García Negroni, M. M. y Zoppi Fonatana, M. (1992): Análisis Lingüístico y discurso político, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.
- Landi, Oscar, (1985): El discurso sobre lo posible, Buenos Aires, Estudios CEDES.
- Lechner, Norbert, (1994): “Los nuevos perfiles de la política. Un bosquejo”, en Rev. Nueva Sociedad, nº 130.
- Mouffe, Chantal, (1999): El retorno de lo político, Barcelona, Paidós.
- Schmitt, Carl, (1983): El concepto de lo político, Buenos Aires, Folios Ediciones.
- Verón, Eliseo, (1987): “La palabra adversativa” en AAVV, El discurso político. Lenguajes y acontecimientos, Buenos Aires, Hachette.


jueves, 29 de mayo de 2008

De populistas y liberales

Entre las diversas discusiones que generó, la Carta Abierta/1 firmada por más de 1300 personas vinculadas con la cultura recibió una crítica réplica del sociólogo e investigador Vicente Palermo. El también sociólogo y profesor de la UBA Horacio González le respondió. Aquí se publican ambos textos. (de Página 12).

El mecanismo de la sustracción - Por Horacio González / Sociólogo (UBA), director de la Biblioteca Nacional.

La verdad, me gustaría pensar como Tito Palermo, apreciado amigo de otras épocas y que nunca ha cesado en mi estima. Valoro su reflexión persistente, la tarea que se ha atribuido para combatir a favor del buen argumento, de la correcta razón de tolerancia, de la responsabilidad sin rarezas ni paradojas. Tito es un liberal y nada de eso me incomoda. Ciertos aspectos del liberalismo me parecen atractivos; por ejemplo, su estilo sustractivo para resolver conflictos. Si se presenta una falla real, un inconveniente en la armonía de las cosas, el liberal sustrae. Ante un problema donde está en juego la cuestión nacional, el liberal pide sustracción del nacionalismo. Queda pues el lado liberal del problema, un nacionalismo sin nación. Eso soluciona el conflicto, el restar del problema su condición de tal. Queda su osatura mínima. Sustraído el nacionalismo de la nación, queda en pie un árbol institucional, enjuto, la racionalidad en sí misma. Si el problema es una efusión política que parece carente de cimientos previsibles, hay que restar el voluntarismo. Queda nuevamente un hueso duro de la acción, el sí mismo de una institución clara y distinta. Si se avecinan enfrentamientos que sin duda hay que definir con lenguajes precisos –los que usamos en la Carta Abierta/1 pretenden serlo, pero están sometidos, como todo, a revisión y querella–, Tito también sustrae. En este caso, sustrae “el tiempo más o menos épico”. Sin épica –habrá que definir mejor lo que eso implica– la política queda convertida en una adecuación constante entre enunciados y resultados. Sin brecha, desajuste o descompás. Se sustraen elementos perturbadores de una reflexión a fin de hacerla perfecta, descarnada, lineal. Tito: definís tu fastidio por toda política de “voluntad triunfal” que no tenga en cuenta “los resultados de esa acción”. Es decir, nada de “ética de la convicción”, como un célebre conferenciante les infirió a los estudiantes alemanes de 1919. Nuevamente, la sustracción. ¿Qué se sustrae aquí? Todo lo que tenga que ver con una incoincidencia entre lo que se enuncia como rasgo real del carácter de lo político –su inevitable incompletud–, y los resultados efectivos, que suelen ser rebeldes a la previsión, pues pueden desmentir el punto de partida inicial, o bien pueden enriquecerlo, o si no mostrar que se trataba de una ilusión catastrófica. ¿Pero podemos saberlo antes? El liberal es el que sustrae. Sustrae la voluntad, pero no dice que sustrae la conciencia realizadora, sustrae la épica, pero no dice que sustrae el sino paradojal de la acción entre lo público y lo larvado en la actividad colectiva. Dice sustraer la moral populista –la propensión a ver el “mal” en los adversarios al fin de cuentas producidos por los errores propios–, pero en realidad sustrae la política.

Dije antes que ciertos aspectos del liberalismo son interesantes. Precisamente, el mecanismo crítico de la sustracción, encarna el método liberal. Todos lo usamos. Pensar una dificultad es un ejercicio de diferencia, extracción o despeje de alguno de los términos del problema. Un “ingrediente liberal” hay en cualquier tipo de razonamiento político. Eso lleva también a cierto estilo polémico, lo que ya me gusta menos. El de Tito es así: con ustedes puedo debatir, conozco a muchos de los firmantes de la carta y los creo bastante sinceros (proposición), pero en verdad están totalmente equivocados, son populistas, mitológicos, voluntaristas y reducen la vida política a una contradicción entre el bien y el mal (sustracción). Pobre dialéctica esa, que es la misma que ve, erradamente, en lo que llama “populismo”. La describe cuando afirma que hay un tipo de conflicto del que “el peronismo no se sabe sustraer”. Se trata del conflicto que tiene una parte “moral” en donde se expresa el “voluntarismo” y otra parte “torva” donde se llama a la “conciliación”. Amigo Tito, viejo compañero, con qué facilidad nos llamás a que sustraigamos de la política el corazón mismo de lo político. Con qué desprecio nos tratás después de decir que nos “respetabas”. ¿Por qué no revisás los dos momentos de tu propio pensamiento, esa “moral” liberal no menos binaria y la “conciliación” de lo político en una insignificante transparencia, una vez que le sacaste todo? Sí, no me molesta el método liberal de sustraer para pensar, para proponerle intersticios a la política. Me molesta el liberalismo “esencialista” –te devuelvo un poco del ungüento que le habrás aplicado a otros– que confunde un método válido con un veredicto inmovilizante sobre la política, descontaminada de todo vínculo con sus descompases, sus cismas incesantes. Finalmente tu escrito, dictado por tu festejable voluntad polémica –es un resto “voluntarista” que quizás deberías revisar para hacer de tu liberalismo, al fin, sinónimo de política neutra, inodora, insípida– termina echándole toda la culpa al Gobierno, por ser obediente a aquel mecanismo de “voluntarismo y fracaso”. Esquema moral, también. Dicotomía pobrecita. Lo cierto, Tito, es que el Gobierno ha cometido una cierta cantidad de errores, bastantes, quizá muchos, que acaso quepan en una formación entera de un tren bala. Pero no se lo ataca por eso, que podría ser corregido, revisto, o en el caso de su política “balística”, acompañado ya por la real reconstrucción del sistema ferroviario. No digo que, personalmente, me gusten los giros y ensueños neodesarrollistas. Pero los ataques provienen de la observación crítica que se hace no contra las modernizaciones a la “Puerto Madero”, que nadie en el país, salvo nosotros, criticamos. Sino que se lo ataca por lo que de él se ha visto, por lo que de él se intuye, en relación con la diferencia de lenguaje político y social que ha establecido. Desdeñosamente se lo acusa de “cooptación” por tomar y asumir cuestiones de interpretación de la historia reciente y pasada que abren las puertas de una reconstrucción de lo político. Ya ves, Tito. Cuando se dice “cooptación”, es decir, usurpación de los temas de la reparación social, estamos en el punto contrario a la sustracción. El liberal sustrae, el cooptador agrega. Agrega al otro que ha embelesado. El liberal ve cooptación por todas partes. Como sólo intenta desagregar, se expone así a descalabrar el lenguaje con el que habla. Y el lenguaje es a la vez agregativo y sustractivo. Constituye y destituye. La lengua liberal, históricamente, en sus grandes maestros, fue destituyente, lo que en la memoria histórica del mundo moderno, resultó en grandes realizaciones contra los absolutismos. Pasada la edad gloriosa, queda su propio mito, sobre el que no le es dado reflexionar acabadamente, y remedando su ilusión fundadora, parodia de sí misma, se torna “antipopulista” para no verse en el espejo derivativo de los varios reaccionarismos mundiales. He allí la cuestión “destituyente”. No que haya golpe, pero es imposible negar que hay un movimiento generalizado de degradación y arrasamiento de la voz pública, de naturaleza implícita, no registrada en la superficie de los enunciados sino en el coletazo semántico que le sigue como injuria –ver la modalidad habitual del “comentario participativo” en los diarios, en su edición electrónica, sustituyendo la vieja carta de lectores firmada por un campeonato descalificador, emitiendo botellazos y escupidas de a miles–, que no es una mera oposición, sino una acción basada en el detritus del lenguaje, en construcciones anónimas, advertencias profetizantes que mencionan la sangre para decir, obvio, que no se la quiere, en fin, la extenuación última del lenguaje político común, antesala de la corrosión de la institución pública. Para decir todo eso se puede invocar al liberalismo o a Hannah Arendt. Para los vertiginosos lectores de solapa, tanto da.


Bueno, Tito, me despido, agradeciendo tu carta. La polémica, si atinada, hace revivir a los escritos. Tenés razón en molestarte por el énfasis “legendario” que tienen ciertos pensamientos políticos. Por ejemplo, leo en el diario que Kirchner en San Juan habló, para atacar a la oposición, de una “nueva Unión Democrática”. Ya sé: no supo sustraer el voluntarismo, el populismo, la mitología, el chicanerismo, el laclauismo, el significantevacioísmo, el avivatoísmo –como quien esgrimiría una cuestión de derechos humanos para hacer pasar la bala del tren y tantas cosas más–. Pero pensá que, si en lugar de esas rápidas acuarelas emanadas de una grave situación cuya descripción nueva no es fácil para nadie, si tuviéramos tu lenguaje despojado, sustraído, robado de toda historicidad, nos tendríamos que despedir de la pasión intrínseca al pensamiento político, que supone una explicación inmediata tomada del bastidor antiguo y la esperanza de restituirla luego de un modo más singular, redescribiendo más sugerentemente las contraposiciones reales, pero ahora sin perder la pepita de oro de la vida política y de la vida en general, es decir, “la alegría que se escapa entrelíneas”. No te gusta eso, pero voy a contribuir un poco a sacarte de tu ilusión liberal –aunque ciertos aspectos de ese “método”, ya dije, no me disgustan–. En tu carta, para decir que nos concedés un argumento, empleás la expresión “puedo darles de barato”. Me gustó. Tu estadía en Brasil. Y la mía. Este modismo, que no hay por qué no usar en nuestra lengua habitual, pues es común aunque acá en desuso, me recordó el destino de nuestros textos. En ellos sí no somos los liberales de la sustracción de lo que por descuido o elegancia –lo que es casi lo mismo– se cuela en nuestra vida de los tramos anteriores ya vividos. Los arrastramos sin desprendernos de ellos, son como nuestra condenable “unión democrática”, y resurge en entrelíneas, se nos escapa, revelando que podemos ser liberales en el método e iliberales cuando balbuceamos en temas de la razón histórica. Eso, Tito, te lo doy de barato, o sea, te lo cedo sin más, ni importa por qué, de amigo nomás.

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A los firmantes de la Carta Abierta/1 - Por Vicente Palermo / Sociólogo (UBA/Conicet).

Escribo esta carta porque los respeto y considero valioso y políticamente promisorio discutir con ustedes. No me interesa discutir con Mariano Grondona, ni hacer la vivisección de Alfredo De Angeli, a quien conozco de naranjo en sus pasos no menos desatinados que los de ahora como protestador rural, como activista del movimiento ambiental de Gualeguaychú que el gobierno nacional respaldó sin cortapisas en sus objetivos absurdos, diagnósticos tremendistas y metodologías “iliberales” (cría cuervos que te sacarán los ojos). Los respeto por las trayectorias comunes que tengo con muchos de ustedes, y porque convocan a la discusión. Quien escribe y dice lo que quiere ha de leer y escuchar quizás lo que no quiere.


Ustedes dicen que desde 2003 la política ha vuelto a ocupar un lugar central en la Argentina. Aunque no coincido con las visiones que sostienen que la política se allanó, en América del Sur en general, y hasta la nueva ola de gobiernos que ustedes mencionan, a la voluntad de los “discursos hegemónicos”, el “pensamiento único” y el poder de los mercados, sí creo que, emblemáticamente, la experiencia de la Alianza se podría leer como la defección trágica de la política. Puedo darles de barato que así haya sido, lo que de paso me facilita las cosas para una primera crítica a mis propias posiciones pasadas, ya que acompañé al Frepaso y la Alianza mucho más que la mayoría de ustedes. En ese sentido, no les falta razón: la gestión K (aunque omiten a otros protagonistas de este mismo cambio, iniciado con Duhalde) representa una restitución del lugar de lo político. Tras la debacle de la convertibilidad y el derrumbe económico, social y político, muchos estábamos tan abrumados por el fracaso de la experiencia de la Alianza que nuestro diagnóstico acerca de lo posible no incluía algunas de las decisiones más importantes que en materia político-económica tomaron Duhalde-Remes-Lavagna y Kirchner-Lavagna. Hubo en ellas política, y política acertada; mérito conspicuo que hay que reconocer.


El problema es que la voluntad política, o la restitución para la política del lugar que le corresponde, se ha convertido, casi desde un principio de las gestiones K, en el triunfo de la voluntad. Diría que esa concepción define un talante para encarar la política, consistente en la más absurda exaltación de la voluntad y la más ciega fe en “nuestra” capacidad de usar de modo virtuoso el poder. Según este talante la voluntad política es condición necesaria y suficiente para todo cuanto importa. Y la virtud se da por descontada. Pero la historia es un cementerio de experiencias en las que triunfos iniciales de la voluntad son seguidos por derrotas y desastres catastróficos. Este, y no otro, es el núcleo duro del llamado “setentismo”. Con voluntad política todo se puede: hacer una política macroeconómica inconsistente, mantener un comportamiento de compadrito en el contexto internacional, decidir que la Argentina precisa un tren bala, disponer que los agentes económicos se avengan a ser desplumados sin chistar. Claro, para esto hace falta dinero, pero, principalmente, hace falta, populismo político. Tanto populismo como el necesario para cubrir la diferencia entre la voluntad política triunfal en acción y sus resultados. Tanto populismo como rebeldes sean los precios, los intereses y otros malvados de la vida. Cuanto más rechina la maquinaria de la voluntad política en acción más populismo es necesario.


Y esto, ¿qué tiene de inconveniente? Para los K parecería que nada, dan la impresión de que no entendieron mal, sino demasiado bien, a Laclau. ¿Qué tiene de inconveniente que el choque de la voluntad política triunfante con los malvados de la vida nos obligue a denunciar a los malvados de la vida por oligarcas, golpistas, antidemocráticos, desestabilizadores, destituyentes? Ese es el tipo de conflicto político del que el peronismo tarde o temprano no se sabe sustraer: un conflicto moral, entre buenos y malos, pueblo y antipueblo, nación y antinación.


La voluntad política triunfante precisa inevitablemente (con la convicción de que precisa de ello para acabar por triunfar para siempre) reconstituir en términos populistas conflictos de intereses que son, como en cualquier país del mundo, hechos malvados de la vida. Y que podrían ser procesados políticamente de muy diferentes maneras. “Asistimos en nuestro país –comienza vuestra carta– a una dura confrontación entre sectores... históricamente dominantes y un gobierno democrático...”. No creo abusar del texto afirmando que la alegría se les escapa entrelíneas.


“¡Por fin!”, me parece leer, “el tipo de conflictos por los que la lucha política vale la pena”. Pero, ¿”se ha instalado un clima destituyente”? No lo creo; pero, ¿a quién le cabría la principal responsabilidad por ello? ¿Quién hizo todo lo necesario para “dar lugar a alianzas que llegaron a enarbolar la amenaza del hambre... y agitaron cuestionamientos hacia el derecho y el poder político constitucional”? El propio gobierno con el que ustedes se alinean. Y ¿por qué lo hizo? ¿Porque “intenta determinadas reformas en la distribución de la renta y estrategias de intervención en la economía”? Creo que cualquier examen serio de los acontecimientos refuta esta interpretación palmariamente. Si el Gobierno se ve hoy frente a este cuadro, no es en razón de sus buenas intenciones sino, o bien por sus graves errores, o bien por decisiones de productividad política populista que no son errores, sino resultados de sus convicciones políticas y normativas.


Lo peor es que estamos retrocediendo nuevamente, a pasos agigantados, en el camino que nos lleve “hacia horizontes de más justicia y mayor equidad”. Los platos rotos del desastre no los van a pagar los malvados de la vida ni los buenos del triunfo de la voluntad. Agregan ustedes que “en la actual confrontación... juegan un papel fundamental los medios masivos de comunicación más concentrados”. No voy a defender a esos medios, y ciertamente hubo “distorsión”, “prejuicio”, “racismo”, etc. Pero vuestra afirmación de que los medios concentrados han tenido un papel determinante en la configuración de los términos del conflicto me suena fantasiosa, conspiracionista y hasta paranoica. Claro, la reacción de los grandes medios ante la actividad de un observatorio será siempre dura (y el documento del observatorio universitario tiene aciertos muy meritorios); y la discusión pública, abierta, plural, y alejada del oficialismo, del papel de los medios, es indispensable. Pero la historia de un gobierno que movido por un valiente impulso de llevar a cabo reformas distributivas y mejorar los modos de intervención estatal en la esfera pública (va una chicana: ¿se refieren al Indec?, ¿a la política tributaria?, ¿a la gestión de los recursos fiscales?, ¿a los mimos a sectores económicos también muy concentrados?, ¿a las regulaciones que beneficiaron a grandes medios de comunicación?), sufre, en virtud de ello, la dura confrontación de los sectores históricamente dominantes, confrontación en la que a su vez juegan un papel fundamental los medios, parece un relato extraído de un vetusto manual del peronismo histórico, y no una explicación verosímil de los acontecimientos.


En todo caso, no parecen ustedes haberse esforzado demasiado para diseñar o mejorar los fundamentos de una estrategia política responsable, una estrategia que permita avanzar hacia “horizontes de más justicia y equidad” en lugar de arremeter hacia fracasos tras los cuales ni ustedes ni yo estaremos entre los principales perjudicados –i.e., los pobres y los excluidos–.


Ustedes no me parecen esta vez muy coherentes. Dicen que es necesario “discutir y participar en la lenta constitución de un nuevo y complejo sujeto político popular”. Pero, ¿adónde están la lentitud, la perplejidad, la prudencia, la mesura, el temple, necesarios? Veo en vuestras líneas otra cosa: un entusiasmo algo rabioso por el re-advenimiento de un tiempo más o menos épico. Es más, se trataría de introducir premura: “Uno de los puntos débiles de los gobiernos latinoamericanos, incluido el de Cristina Fernández, es que no asumen la urgente tarea de construir una política a la altura de los desafíos de esta época, que tenga como horizonte lo político emancipatorio”; y “creemos indispensable señalar los límites y retrasos del Gobierno en aplicar políticas redistributivas de clara reforma social”. Creo que se han hecho un embrollo –ahora ven un gobierno retrasado en aquello que, antes dijeron, habría sido el disparador de la, según ustedes, más gigantesca coalición reactiva de la que se tenga memoria en Argentina desde 1976–.


Me tomo vuestras recomendaciones de política en serio y me imagino en los zapatos de Cristina Fernández, o de Lula, asumiendo esa “urgente tarea” y no me veo nada bien equipado. Critican ustedes “las políticas definidas sin la conveniente y necesaria participación de los ciudadanos”. Curioso, ¡el caso del conflicto que nos ocupa es un excelente ejemplo! Pero antes habían aludido a él hablando de “derechos [del Ejecutivo] y poder político constitucional [del Ejecutivo] para efectivizar sus programas de acción” (inconstitucional tal vez no sea, pero me parece un pelín alevoso referirse a la definición de una política tributaria de primer orden nacional, a través de una simple resolución ministerial, posibilitada por el otorgamiento de facultades extraordinariamente extraordinarias al Poder Ejecutivo por el Congreso, en una materia en el que la constitución dice taxativamente que el Ejecutivo no puede legislar ni siquiera bajo aducidos imperativos de necesidad y urgencia).


Me pregunto qué tipo de conflictos se habrían suscitado y qué tipo de actores en conflicto se habrían constituido si, en lugar de anunciar el Gobierno las retenciones móviles, hubiera enviado al Parlamento un proyecto de ley de renta potencial de la tierra que permitiera reemplazar gradualmente las retenciones, junto a un programa de coparticipación impositiva que estableciera para los sectores productivos medianos y pequeños la esperanza de que parte importante de sus impuestos contribuya a mejorar la productividad sistémica de sus regiones y de la economía argentina en general.


No ha sido por “instalar tales cuestiones redistributivas como núcleo de los debates y de la acción política” que los sectores concentrados han logrado el respaldo activo de actores sociales que hasta hace poco resultaba impensable que lograran y que el Gobierno ve desfondarse su popularidad.


Llaman ustedes a la creación de un espacio político plural de debate que reúna y permita actuar colectivamente. Asumo de buena fe que el espacio político plural en el que están pensando incluye la controversia franca y abierta y no el silencio.

miércoles, 28 de mayo de 2008

El 25 de mayo planté un zapallo...

El escenario del 25 y sus actores
Por Ricardo Forster

La escenografía no dejaba de ser al mismo tiempo espectacular y cargada de simbolismo: por un lado, el Monumento a la Bandera, con su arquitectura que recuerda antiguos y trasnochados sueños de grandeza (esa que supo inspirarse en la monumentalización tan cara a ciertos totalitarismos europeos), sueños que poco se vinculan con el ideario de mayo y de uno de sus representantes más genuino, humilde e intelectualmente más brillante en tanto heredero del igualitarismo ilustrado, me refiero a Manuel Belgrano; del otro lado y bien hacia el fondo, los contornos del río Paraná con sus múltiples puertos cerealeros, que han convertido a Rosario en capital de las exportaciones de granos argentinos ofreciéndole, a la Chicago local, una extraña fisonomía que cruza al socialismo con las grandes corporaciones portuario-cerealeras, como si dijéramos a Juan B. Justo con Patrón Costas o a Repetto con Martínez de Hoz (¿tal vez por eso el intendente se dio una vuelta por el monumento aunque desistió de subir al escenario?). Y de espaldas al río un palco en el que se colocaron los representantes de las cuatro entidades que llevan adelante la confrontación más larga que se conozca contra un gobierno democrático (jamás, obviamente, se levantaron contra las diversas dictaduras de las que varias de ellas formaron parte y mucho menos lo hicieron contra el menemismo, que casi los aniquila con su modelo convertible). Allí estaban, entre otros, el i-nefable De Angeli, en nombre de la Federación Agraria pero también de los Autoconvocados; Miguens, de la paqueta Sociedad Rural junto a Llambías, de la CRA, y con su pose de argentino piola, ese que se las sabe todas (con pinta más de porteño que de chacarero o de gringo), Eduardo Buzzi, presidente de una travestida FA que encontró su lugar bajo el sol en medio de sus antiguos enemigos de clase. Allí estaban todos, exultantes bajo el sol de mayo y experimentando un verdadero baño de multitud (eso sí, bien limpia y rubia).

Entre los recursos ya gastados de la política nacional está eso de declararse apolítico, de construir el más formidable acto opositor desmintiendo, al mismo tiempo, cualquier intención política. Ellos, los “ruralistas”, los dueños de la tierra, los autoproclamados “productores”, no se ensucian con la política, sus preocupaciones tienen que ver con asuntos genuinos e importantes; de la misma manera que esa multitud blanca, bien vestida, casi hasta la elegancia, que llegó por sus propios medios en confortables vehículos, es lo opuesto a la “negrada” que es movida por el sucio clientelismo, que va en pos de unos pocos pesos y de algún choripán. Allí, al pie del Monumento a la Bandera y de espaldas al Paraná estaba la Argentina honesta, trabajadora, solidaria con sus propios intereses, republicana como gusta proclamar una ilustre chaqueña que suele ofrecernos frases brutales; la que escucha con deleite la sabiduría de Mariano Grondona o que lee atentamente La Nación; la que sin sonrojarse se declara prácticamente en ruinas mientras va acumulando una renta fabulosa, esa que llevó a muchos de esos “chacareros” a convertirse en impulsores de la construcción al comprar propiedades en pueblos y ciudades de todo el país, como para hacer algo con el dinero ganado con la soja. Esa masa, porque mal que les pese también son una “masa”, fue la destinataria de los “mesurados” discursos de los dirigentes ruralistas, de la misma manera que también constituye el soporte social de una nueva/vieja derecha argentina que va ocupando decididamente posiciones en el escenario.


El “gringo” de Gualeguaychú vociferó su discurso semianalfabeto, rústico no por ser portador de la rusticidad del hombre de campo, sino por pura ignorancia, esa que festejan ciertos medios de comunicación como equivalente a palabra justa y honesta, esa que nace de los sentimientos “puros” de quien trabaja con sus manos la tierra careciendo de tiempo para refinarse culturalmente. Su discurso fue brutal, desafiante, entremezclado y esencialmente violento. El presidente de Coninagro fue, tal vez, el más medido, el que buscó palabras de diálogo en un ámbito poco propicio para esos mensajes. Miguens tartamudeó un discurso leído en el que volvió a reiterar las demandas de la Sociedad Rural, en especial la que hace blanco en las diabólicas retenciones móviles; Llambías encontró su lugar en el mundo agitando a las multitudes y concluyendo su intervención echando mano a una impensada trilogía siempre ausente de la patria agroganadera y que remite, más bien, a viejos y anquilosados populismos: reclamó una patria justa, libre y soberana (¿qué hubiera dicho el inefable Jauretche ante tanto cinismo?, ¿sabrá Llambías que a la CRA y a sus socios siempre les interesó hacer imposible la realización de esa demanda y que saludaron la llegada del último golpe militar que asesinó a miles de aquellos que portaban esos ideales?). Y finalmente le tocó el turno a Buzzi, que pareció estar en su salsa. Tomo de su discurso una sola frase que, como si hubiera sido una fisura del inconsciente que sobrevolaba a la multitud y a los ruralistas, expresó con meridiana claridad el deseo manifiesto de los congregados alrededor del monumento: “El obstáculo para el crecimiento argentino se llama: los Kirchner”. ¿Hay que ser semiólogo para dar cuenta del sentido de esta frase? Su carácter destituyente de la legitimidad de un gobierno democráticamente elegido por la mayoría del pueblo argentino en octubre último es más que evidente. Ese fue el eje argumental de Buzzi que no dudó, con extraordinario cinismo, en hablarle a esa multitud de la gesta de las Madres de Plaza de Mayo, que utilizó conceptos venerables como el de distribución de la riqueza para apuntalar un gesto destituyente y una demanda de apropiación sectorial de la enorme renta agraria. Extraña parábola la de un dirigente que provenía del campo popular y que hoy se coloca en la vanguardia de un proyecto político-económico que busca abortar cualquier otra alternativa que no gire en torno del ideario de los dueños de la tierra, incluso allí donde lo hace en nombre de los pequeños productores herederos del “grito de Alcorta”.


Quedará para otra columna analizar el endeble acto encabezado por Cristina en Salta, que viene a reforzar la debilidad que viene mostrando el Gobierno; una debilidad montada sobre gruesos errores políticos que de no revertirlos compromete su propia marcha. En un tiempo argentino que parece querer retroceder hacia momentos de incertidumbre y crisis, de esas que ya conocimos en el pasado reciente, se vuelve imperativo que desde los mandos de decisión se asuman las responsabilidades, en especial aquellas que implican profundizar un modelo redistributivo que no se sostenga en el soliloquio ni en los acuerdos exclusivos con las corporaciones económicas, sino que se abra hacia otros actores sociales, económicos y políticos sin los cuales es muy difícil llevar adelante un conflicto tan grave como el que han desencadenado las organizaciones de los dueños de la tierra.

martes, 27 de mayo de 2008

Derecha

Empecemos a discutir la derecha
Por Nicolás Casullo


Derecha. Herencia de los asambleístas de 1789 en París. Palabra que muy pocos se asumen cabalmente hoy. Definición que ha perdido lares ideológicos. ¿Dónde empezar a buscar la derecha? ¿En la oposición al Gobierno? Por cierto. ¿En la interna del justicialismo? Sin duda. ¿Cómo repensarla en sus formas actuales? A partir del lockout del agro se vuelve a discutir ahora el tema de la derecha política e ideológica, frente a la “nueva nación agraria como reserva moral de la nación”, según ciertos medios golpistas, evocantes de añejas “reservas morales de la patria”.


Dilema enredado y a examinar, cuando la derecha no pretende ser, hoy en la Argentina y en otros países, un partido desde sus antiguas prosapias, o que busque un nuevo traje que la delate. Tampoco una programática que aparezca “contra alguien en especial”. Más bien una adopción para todos, que se yergue y aduce la desintegración de “anacronismos” basados en las vetustas ideas de “conflicto” político, de “intereses opuestos enfrentados”, de “lucha social”. La derecha es, desde hace años, activa: de avanzada. Es una permanente operatoria cultural de alto despliegue sobre la ciudadanía, como comienza a evidenciarse en nuestro caso con el apoyo de importantes sectores “al campo”.

La derecha en Occidente constituye un armado modernizante desde una opinión pública mediática expandida diariamente. Configura el reacomodamiento de un tardo capitalismo, camino hacia otro estado de masas, incluidos amplios segmentos progresistas conservadurizados. Operatoria que busca plantear el fin de las ideologías, el fin de las disputas de clase, el fin de las derechas y las izquierdas, precisamente como premisas disolventes de todo sentido de conciencia sobre lo que realmente sucede con la historia que se pisa. No azarosamente, crece desde que el dominio económico tuvo que endurecer y dividir el planeta, desde los ’80, entre perdedores y ganadores netos.

Lo mediático es hoy su gran operador: el espíritu de época encarnado, diría Hegel. Derecha como Sociedad Cultural que nos cuenta el itinerario de los procesos. Que coloca los referentes y las figuras, y decide cómo encuadrar lo que se tiene que ver y lo que no se tiene que ver. La derecha, desde esta operatividad cultural, es la disolvencia de lugares y memorias. Es un relato estrábico, como política despolitizadora a golpes de primeros planos y títulos sobreimpresos.

Un buen ejemplo de esto podría ser Eduardo Buzzi, representante de la Federación Agraria, que concita en su discurso todos los signos de la desintegración de lo ideológico. Del agrietamiento de lo que antecede a una historia, y también de lo que la proyectaría hacia adelante. Se sitúa en una zona propicia de un discurso post-político, magmático. En un no lugar, que en realidad es “el lugar” propicio. Todo se vuelve equivalente, decible, posicionante. Ex militante del PC, miembro de la CTA, ha aportado, sin embargo, con su voz la argamasa política clave en su alianza con Miguens y Llambías, para situar a la oligarquía agraria en el pico de sus aspiraciones como nunca en los últimos 50 años, en tanto histórico conglomerado de poder. A su vez –paralelo a las cacerolas antipopulares de Barrio Norte pidiendo la caída del gobierno–, Buzzi llegó a solicitar nada menos que la reestatización de YPF, se arrodilló devoto frente a la virgen campestre de la nueva “patria agraria”, y demandó, junto a las rutas, imitar lo que hacía Evo Morales en Bolivia, el líder indígena jaqueado por la sojera Santa Cruz de la Sierra, socia ideológica de nuestro agro alzado repartiendo escarapelas “por otro ordenamiento” que respete dividendos.

Un vaudeville bajo lógica mediática que precisamente suele alcanzar lo que se propone: trasmitir “una realidad nacional” en capítulos, indiferenciada, incorporable a la experiencia plateística donde “todo es posible de darse”. Donde nada es definido ni reconocible, ni da cuenta de algún sentido mayor. Un armado de situaciones a componer y recomponer bajo matriz teleteatral, cuyo objetivo es construir protagonistas esporádicos (como presencias “legalizadas por la cámara”) de corte contrainstitucional y antiinstitucional. Pulverizar desde pantalla –entre comicio y comicio nacional– toda posibilidad de “calidad institucional”, de representación institucional dada, a partir de intereses afectados en alianza con medios de masas primos hermanos.

El mundo en estado de derecha
Hace tres décadas, y a raíz del rotundo empuje con que se expandió la estrategia de la revolución conservadora, el francés Pierre Dommergues planteó lo siguiente: “Los neoconservadores se proponen una revolución cultural que destrone el actual régimen de partidos y deje atrás a los referentes sociales de la izquierda democrática. La lucha se dará en el campo cultural y de massmedia para un tiempo de reordenamiento de mercado donde desaparezcan las variables de izquierda y derecha como paradigmas de orientación social, en pos de limitar a las demandas democráticas y a los Estados de corte social. Se ofrece, como sustitución, un liberal conservadurismo y un liberal modernismo, que más allá de sus divergencias coincidan en la voluntad de imponer una nueva repartición de la riqueza, disciplinar a la mano de obra, descalificar toda política que se resista a este disciplinamiento y establecer una nueva forma de consenso. Es una amplia operación de reestructuración cultural de gobernabilidad para correr a la sociedad en su conjunto hacia la derecha, a través de un Partido del Orden Democrático. Es una nueva sociedad de la información para un nuevo tiempo moral”. Sin duda estamos discutiendo el abrumador éxito de esta profunda estrategia cultural, que tres décadas atrás fue estudiada para entender no solo qué sería la sociedad conservadora, sino, sobre todo, cómo esa batalla en el plano de las interpretaciones –desde la derecha política en EE.UU. y hacia el orbe– significaba invisibilizar este propio proceso resimbolizador para una nueva edad del sistema.

La revolución conservadora significó la permanente constitución de un nuevo sentido común, a partir de una inédita capacidad tecnoinformativa para generar estados de masas. Un fenómeno creciente y a la vista, que en 1989 le hizo decir al socialista Norberto Bobbio “A medida que las decisiones resultan cada vez de orden técnico mediático y cada vez menos políticas, ¿no es contradictorio pedir cada vez más democracia en una sociedad cada vez más tecnificada y privatizada en sus enunciaciones?”.

No se está por lo tanto frente a una conspiración imperialista. Ni frente a una entelequia de la CIA. Asistimos sí a una edad civilizatoria de éxito tecno-cultural de los poderes –de las derechas– sobre los desechos de una histórica izquierda que había predominado como conciencia mayoritaria de masas para la edad “del progreso social y de los pueblos” entre 1945 y 1980. Discutir la derecha en nuestro país es entonces debatir, en principio, no un partido ni una figura. Es desollar una cultura que se fue desplegando, supuestamente “fuera de la política”: en lo indiscernible de las posiciones. En cómo me compro una remera o miro al otro. Cultura común y silvestre, que recién se activa políticamente cuando las circunstancias de los dominios societales lo creen necesario. Puede ser con una nueva ley contra inmigrantes de la Unión Europea. O con la calidad de presunto terrorista a ser desaparecido en cualquier parte de USA. O con los millones de sin trabajo, sin papeles, sin escolaridad, que registran como abstractos “ciudadanos votantes” y se resisten a las falsas mesas “del consenso”. Sujetos que precisarían de una “salvación moral” a cargo de las clases pudientes que los rescate de ser acarreados como ganado. Cultura de derecha, que hospeda a las políticas de derecha.

La genética del mercado
Comenzar a explorar la derecha no es, en principio, fijar demasiada atención en Carrió, Macri, Reutemann, López Murphy o Scioli. Se trata, preferentemente, de visitar, antes, las maternidades de la criatura: nuestro diálogo cotidiano y familiar con el mundo de sus obstetras. Activar lo audiovisual hegemónico y de mayor audiencia. ¿Qué nos cuenta esa criatura? Veamos.

La historia: será siempre, por sobre todo, el hallazgo individual. El caso. Los antípodas de las masas como historia. La pobreza: una latente amenaza delictiva, un paisaje de miseria inalterable como tipología geográfica de “lo malo” en la ciudad. La cultura ajena al espectador. El hambre: algo que ya no tendría ideología ni biografía social, un ícono suelto en la vidriera para cualquier retórica del espinel político.

Lo policial: lo que debería incorporarse idealmente, como ortopedia, al núcleo familiar protegido. Un policía al lado mío. El Estado regulador, interventor, recaudador: un espacio ineficiente (ilegitimado), que “gasta mi dinero” y corrupto (por político).

La política: un descrédito en manos de zánganos que podría existir como no existir para lo que hace falta. La nota policial: en tanto amedrentación y reclamo de seguridad, pasa a ser el verdadero estado social de la vieja política a cancelar. Lo que escapa a la “Ley y concordia” del mercado.
Lo comunitario: una utopía solitaria entre yo, el negocio y “mi bolsillo” (tenga 100 pesos o mil hectáreas adentro).
Lo nacional: un espacio a-histórico, siempre al borde del caos que sólo victimiza. Con habitantes nunca representados por nadie, solo por el foco de la cámara, y donde la única noticia es que la política ya ha fallado, siempre, antes de empezar. La nueva comunidad pos-solidaria es ahora una sociedad en tanto arquitectura de servicios que “me debe servir” con la eficiencia modélica de lo privado selecto. Ya no soy parte de la memoria de lo público, de los hospitales sociales y universidades políticas hoy en crisis, sino que me trasvestí en un cliente exigente del otro lado del mostrador.
La libertad: el simple pasaje desde el “libre consumidor” al “libre sufragista” sin identidad, alabado por sin partido, por vaciado en cada elección, a punto de comprar algo “genuinamente” entrando al escaparate del cuarto oscuro.
La gente: un “yo” sublimado, absuelto en tanto construcción narrativa. Una unidad personal “auténtica”, que representa un muchos en tanto estos muchos no se constituyan en otro tipo de “yo” (como sujeto político identificado), y permanezca como infinita clase media de “empleados” por el capitalismo, en una competitiva y ansiada igualdad de explotados.
Lo sindical, lo popular, los desocupados: una realidad indiscernible de hombres de a “grupos”. Algo que debe vivir a distancia de mi vida y que “el Estado no atiende”. Seres organizados para algo que nunca se sabe. Imagen mítica en pantalla con palos y pasamontañas. No blancos, peligrosos en conjunto, dirigidos por vagos, punteros, jefes de barriadas y líderes pagados. Un otro cultural y existencial que como nunca, en la Argentina de la plenitud informativa y formativa, ha alcanzado casi el apogeo de una lucha cultural de clases de lo gorila sobre lo peronista, como un racismo no disimulado sobre lo popular, gremial y piquetero: universo de la negatividad política, del voto subnormal y de politizados a propinas.

Sobre este tablero mediático hegemónico, la nueva derecha, hoy como semilla de república agroconservadora, juega siempre de local. El trabajo del sentido común, de ver el mundo, le viene ya dado. Y desde ahí aspira ahora a convertirse en bloque social histórico, desde sus núcleos de neorrentistas, nuevos arrendatarios y bisoños inversionistas especuladores que le amplían sin duda el campo cultural de ciudadanía.