lunes, 23 de junio de 2008

Chumbita I

Publicado en “El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX”,
Tomo II (comp. Hugo Biagini y Arturo Andres Roig), Buenos Aires, Biblos, 2006.
PATRIA Y REVOLUCION:
LA CORRIENTE NACIONALISTA DE IZQUIERDA
de Hugo Chumbita

La corriente nacionalista de izquierda en la que nos centraremos aquí, denominada también izquierda nacional o marxismo nacional, surgió en la Argentina a mediados del siglo XX. Sus fundadores replantearon la interpretación de la historia y la cultura nacional con una perspectiva revolucionaria, americanista y socialista, cuestionando la visión liberal eurocéntrica predominante y su influencia en la izquierda tradicional. La inevitable dificultad que se presenta al circunscribir el corpus de estas ideas al ámbito de nuestro país, es que los orígenes y las proyecciones de las mismas atraviesan el conjunto de la región, en tanto postulan un nacionalismo de dimensión sudamericana
[1].

Sus propuestas militantes -reflexión para la acción, “para transformar el mundo”- reflejaron en general el espíritu revolucionario del siglo pasado, y en particular los cambios sociales que introdujeron en nuestras latitudes el peronismo y otros movimientos cercanos. Pese a su recepción marginal en medios académicos, en la década de 1960 alcanzaron predica­mento en sectores intelectuales y populares de la Argentina y continuaron incidiendo en los debates teóricos y políticos posteriores.
Si bien puede considerarse que esta vertiente del nacionalismo de izquierda se inserta en el cauce más amplio de una corriente nacional y popular, en nuestro trabajo la delimitamos ciñéndonos a los autores que se reconocían como marxistas, en el período -anterior a 1989- en que la gravitación del mito de la Revolución Rusa y la confrontación de posiciones acerca del “socialismo real” acentuaban el carácter definitorio de tal adscripción.
Se trata entonces de la confluencia de dos tradiciones ideológicas diferentes, el nacionalismo y el marxismo, que según los patrones de la cultura política occidental resultaban antitéticos. Nuestra aproximación al asunto requiere precisar tales conceptos y esbozar al menos la trama de antecedentes históricos en la que se inscribe esta línea de pensamiento, antes de referirnos a sus exponentes y sus tesis principales.


El nacionalismo:


En general, nacionalismo es la doctrina de la autonomía de una colectividad que reivindica sus derechos, su integridad y sus valores culturales; que puede traducirse en proyectos y políticas, y que por lo común se manifiesta entrelazada con otros sistemas ideológicos: precisamente, nos interesa tomar en cuenta esas asociaciones del nacionalismo con otras tendencias en el devenir de las luchas políticas argentinas
[2].

La emancipación de las colonias hispanoamericanas estuvo signada por el liberalismo y un embrionario nacionalismo, en aquel momento histórico en el que ambas concepciones se entrelazaban. Los patriotas jacobinos y los grandes conductores militares de la revolución apelaron a una identidad criolla e indiana, intentaron liberar y elevar a las masas populares -las castas- y proyectaron construir una nación en el continente sudamericano
[3].

El federalismo de los caudillos que movilizaron a las masas rurales en el ámbito del antiguo Virreinato del Plata fue la subsiguiente expresión de un nacionalismo americanista, que tendría sus expositores en la generación de José y Rafael Hernández, Carlos Guido Spano, Olegario V. Andrade y otros. A la vez, el liberalismo europeísta de Domingo F. Sarmiento y otros miembros de la generación de 1837, que cristalizó como proyecto en 1880, se divorciaba del nacionalismo independentista al subordinar la organización del país a su inserción en el dinamismo del capitalismo mundial, repudiando la “barbarie” americana y propiciando el trasplante de instituciones y poblaciones europeas.


Posteriormente, en el populismo
[4] de Hipólito Irigoyen confluyeron las supervivencias del nacionalismo de cuño federal y un programa democrático que pugnó por rescatar del fraude oligárquico los contenidos republicanos de la Constitución liberal: su discurso re-unía así el nacionalismo y el liberalismo en forma análoga a la de los tiempos de la emancipación.
Desde comienzos del siglo XX se fue perfilando otro nacionalismo, en el que predominó la tendencia conservadora y católica, oponiendo las raíces hispanas y criollas al cosmopolitismo de la elite porteña y al aluvión de inmigrantes portadores de ideas anarquistas y marxistas. Su índole autoritaria se manifestó en el golpe de estado de 1930, y cundió entre los militares mezclados con las concepciones estatistas y corporativistas que propagaban los movimientos fascistas europeos. Los historiadores de este nacionalismo “de derecha” revisaron la versión de los vencedores de Caseros, exaltando a Rosas y a los caudillos federales, e impugnaron las bases económicas, políticas y jurídicas del modelo liberal implantado en el país.
Por otra parte, en la década del ‘30 se manifestó una variante nacionalista, cuyo centro visible fue F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) con su plataforma democrática, americana y antimperialista, denunciando la corrupción del coloniaje económico y reclamando el ejercicio de la soberanía popular. Marcando diferencias con los nacionalistas de derecha, Arturo Jauretche optaba por la autodenominación de “nacionales”. Los forjistas recorrieron un trayecto paradigmático desde la intransigencia yrigoyenista hasta la disolución del grupo para incorporarse, casi todos, al peronismo
[5].

Estas distintas expresiones nacionalistas -entre las cuales hubo importantes intercambios, oposi­ciones y continuidades- antecedieron al nacionalismo populista del peronismo, cuyo arraigo en el movimiento obrero atrajo a ciertos sectores de la izquierda.


La izquierda:


La noción de iz­quierda, en sentido amplio, remite a un conjunto de ideas de cambio social que impugnan el statu quo; y en sentido más estric­to, como la empleamos en el presente trabajo, se refiere a las de inspiración marxista.
La concepción del progreso histórico y las “etapas necesarias de desarrollo”, conforme al modelo de la evolución europea trazado por Marx, veía en el pleno desarrollo del capitalismo una condición inexcusable para llegar al socialismo. La causa socialista y su sujeto, la clase obrera, tenían que ser internacionalistas, pues la superación del régimen capitalista sólo podía realizarse a escala mundial, trascendiendo las fronteras. La construcción del Estado nacional era “tarea de la burguesía”, y los proletarios “no tenían patria”.
Desde esta óptica, en los países más atrasados resultaba prioritario erradicar las rémoras feudales o precapitalistas para que prosperara el capitalismo. En la Argentina, los primeros ideólogos del socialismo marxista, y luego los comunistas, se guiaron por una interpretación histórica no muy diferente a la del liberalismo positivista, que despreciaba a las masas autóctonas y postulaba la europeización del país. José Ingenieros reformuló la dicotomía “civilización y barbarie” de Sarmiento en términos de “capitalismo versus feudalismo”, un esquema según el cual los caudillos federales encarnaban el atraso feudal, mientras que el unitarismo rivadaviano, los liberales de la “organización nacional” y la generación del 80 habían sido los impulsores del progreso capitalista
[6].

El marxismo reformista del Partido Socialista orientado por Juan B. Justo defendía el librecambio y veía como un factor de avance la penetración del capital extranjero. La base social de los socialistas y comunistas estaba compuesta en gran número por obreros inmigrantes, y su dependencia del liberalismo y el progresismo europeo les condujeron a juzgar el nacionalismo populista de Irigoyen como una perversión de la “política criolla” o a tacharlo de “fascistizante”.
Ahora bien, a partir de la teoría del imperialismo y la experiencia revolucionaria en Rusia, Lenin introdujo la distinción entre países capitalistas avanzados y países dominados, propugnando para éstos -en sus tesis de la III Internacional- un frente antimperialista con los sectores burgueses democráticos, en el cual los comunistas debían disputar el liderazgo preservando su independencia ideológica y organizativa. Desarrollando las ideas de Marx en un nuevo sentido, Lenin y Trotsky justificaban las luchas por la liberación y la identidad estatal-nacional de los pueblos sometidos
[7].

Tales principios fueron mantenidos en tiempos de Stalin, que planteó además “el socialismo en un solo país” e instrumentó el “internacionalismo proletario” en función de la política exterior soviética. No obstante pues la tradición internacionalista, las posiciones antimperialistas del comunismo constituían una zona de coincidencia con el nacionalismo.
La izquierda nacionalista argentina, sin embargo, sólo se definió como tal en 1945, cuando el grueso de la nueva clase obrera adhirió a las apelaciones nacionales y las reformas sociales del peronismo, mientras los parti­dos comu­nista y socia­lista persistían en oponerse a aquel movimiento que veían como un engendro nazi-fascista.


Los ideólogos:


Entre los antecedentes o fuentes teóricas del nacionalismo de izquierda hay que tener en cuenta los aportes de José Vascon­ce­los y otros intelectuales ligados a la Revolución Mexicana, así como los de José Carlos Mariáte­gui y el fundador del aprismo, Víctor Raúl Haya de la Torre, quienes plantearon desde el Perú, con distintos enfoques, un enraizamiento del marxismo en la historia americana. Además, el exilio de Trotsky lo acercó al proceso revolucionario de México, y su propuesta de los “Estados Unidos Socialistas de América Latina” movilizó a sus seguidores en varios países de la región.
En el nacionalismo de izquierda argentino confluyeron intelectuales y grupos de diversa procedencia, que se situaron dentro o “al lado” del movimiento peronista. Por otra parte, varios exponentes del pensa­mien­to nacional y popular compartieron importantes aspectos del mismo programa sin comulgar con su base u horizonte marxista
[8].

Un precursor fue Manuel Ugarte (1878-1951), político, escritor y brillante publicista, expulsa­do del partido de Juan B. Justo, que sembró los fundamentos de un nacionalismo socialista iberoamericano para enfrentar al imperialismo norteamericano. Vinculado en un primer momento con José Ingenieros y Leopoldo Lugones -que siguieron derroteros diferentes-, Ugarte dirigió el periódico La Patria (1915), difundió sus ideas viajando por los países del continen­te y editó sus principa­les libros en España. Adhirió al peronismo en 1945 y fue embajador en México, Nicaragua y Cuba, si bien luego se apartó de esas funciones oficiales.

Carlos Astrada (1895-1970), aunque siempre rehusó coyundas partidarias, asumió críticamente el marxismo y en su obra filosófica elaboró una reflexión sobre la cultura argentina que permite ubicarlo como referente de un pensamiento nacional de izquierda. Tras abandonar la carrera de Derecho, su autoformación y sus eminentes estudios en Alemania le fueron reconocidos en el ámbito académico. Adherente a la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba -aunque no al yrigoyenismo-, profesor en las universidades de La Plata y Buenos Aires, se acercó al gobierno de Perón y fue uno de los organizadores del Congreso de Filosofía de Mendoza en 1949. Ácido anticlerical, expulsado de sus cargos universitarios en 1956 y distanciado también del peronismo, en la década siguiente se identificó con el maoísmo.

Rodolfo Puiggrós (1906–1980), periodista y estudioso autodidacta, publicó sus primeros trabajos historiográficos cuando militaba en el Partido Comunista. Expulsado del mismo en 1946, dirigió el periódico Clase Obrera y la fracción Movimiento Obrero Comunista (MOC), que apuntaba a rectificar la línea de la conducción del partido y reconocer la “Revolución Nacional” peronista. Después de 1955 postuló generar una fuerza proletaria dentro del peronismo. Profundizó sus investigaciones históricas y colaboró con Perón en las relaciones con otros movimientos latinoamericanos. Vinculado a la “tendencia revolucionaria”, fue rector-interventor de la Universidad de Buenos Aires en 1973, cargo al que debió renunciar cuando estallaron las contradicciones internas del peronismo gobernante, y tuvo que exiliarse en México.

Eduardo B. Astesano
(1913-1991), afiliado al Partido Comunista, se graduó de abogado en 1946 en la Universidad del Litoral de Santa Fe, y siguió un camino similar al de Puiggrós. Miembro del grupo “autocrítico” de Rosario, que fue expulsado del partido en 1946, integró luego el MOC. Realizó una profusa labor periodística, dirigió el periódico Relevo en los años ´60, y en sus numerosos libros de revisión histórica contribuyó a abonar las tesis del nacionalismo de izquierda, con un especial acento indigenista en su última etapa.

John William Cooke (1920-1968), militante juvenil radical, abogado, fue diputado nacional por el peronismo en 1946. Descollante orador, profesor de Economía Política, allegado al revisionismo rosista, dirigió la revista De Frente y fue interventor reorganizador del Partido Peronista de la Capital Federal en 1955. Proscripto el movimiento, estuvo preso, fue delegado de Perón y dirigente de la resistencia en la clandestinidad, secundado por su sobresaliente compañera Alicia Eguren. Solidarizándose con la Revolución Cubana, residió en La Habana y en 1964 volvió a la Argentina para promover el “ala revolucionaria” del movimiento. En sus notables textos de este período tendía a compatibilizar las propuestas del nacionalismo marxista con la “ortodoxia” comunista en función de un frente antimperialista continental.

Jorge Abelardo Ramos (1921-1994), activista del trotskismo, manifestó su apoyo crítico al peronismo desde 1945. Publicó el periódico Octubre, participó del grupo Frente Obrero, fue columnista del diario Democracia y en 1953 ingresó al Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN) que dirigía Enrique Dickmann. Gran polemista, escribió sus filosos ensayos y editó, con los sellos Indoamérica y Coyoacán, a una amplia gama de autores de la “línea nacional”. Fundó en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN) y en 1971 el Frente de Izquierda Popular (FIP). Tras la dictadura del Proceso eestrechó lazos con el peronismo, formó el Movimiento Patriótico de Liberación y, en su última actuación política, traicionando sus propias ideas, acompañó al gobierno neoliberal de Menem como embajador en México.

Rodolfo Walsh (1927-1976), autor de una excepcional obra literaria y periodística, aunque no dejó ensayos doctrinarios, realizó singulares aportes intelectuales desde posiciones nacionalistas de izquierda. Simpatizante del nacionalismo tradicional en su juventud, cuentista y dramaturgo, investigó y denunció los fusilamientos de 1956 y otros crímenes políticos. Comprometido luego con la Revolución Cubana, contribuyó a organizar la agencia de noticias Prensa Latina. Dirigió el semanario de la central sindical CGT de los Argentinos, y se incorporó en tareas de difusión e inteligencia a las formaciones armadas del peronismo revolucionario.

Jorge Enea Spilimber­go
(1928-2004), abogado y escritor de vasta cultura, siendo estudiante había adherido a la Federación Juvenil Comunista. Colaborando con Ramos, integró el PSRN, el PSIN y el FIP. Ejerció el periodismo militante, publicó diversos ensayos y fue profesor de Economía Política en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA entre 1973 y 1976. Alejado luego de Ramos, fundó el Partido de la Izquierda Nacional, que mantenía su independencia orgánica sin perjuicio de reconocer la identidad popular peronista.

Juan José Hernan­dez Arre­gui (1929-1974), que había iniciado estudios de Derecho en Buenos Aires, se doctoró en filosofía en la Universidad de Córdoba en 1944. Enrolado en la intransigencia del sabattinismo cordobés, colaboró en la prensa partidaria y tuvo contacto con los forjistas. En 1947 renunció a la afiliación radical para incorporarse al peronismo. Desempeñó funciones en el gobierno de la provincia de Buenos Aires y se dedicó principalmente a sus cátedras universitarias. Excluido de la Universidad en 1955, publicó sus libros, que alcanzaron extensa repercusión, y participó en la agitación de la resistencia peronista. Él reivindicaba haber ideado la denominación “Izquierda Nacional” para esta tendencia, que concebía ligada al peronismo revolucionario.

Otros trabajos señalables en esta corriente son los ensayos de Enrique Rivera y Esteban Rey, los estudios historiográficos de Norberto D’Atri, Alfredo Terzaga, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, las aproximaciones político-estéticas de Ricardo Carpani y el grupo Espartaco, reflexiones de cuadros sindicales como el ex anarquista Alberto Belloni y el ex socialista Ángel Perelman, textos de intelectuales de origen católico como Emilio Fermín Mignone y Conrado Eggers Lan y, llegando a un período más reciente, las investigaciones históricas de continuadores de esta orientación como Norberto Galasso y Emilio J. Corbière.

En Uruguay, Vivian Trías (1922-1980), talentoso periodista, profesor, diputado e historiador, fundamentó la línea política del Partido Socia­lista abordando la problemática rioplatense y sudamericana con un enfoque marxista nacional. En una visión coincidente se enmarcan los ensayos latinoamericanistas del escritor y periodista Eduardo Galeano, los trabajos del historiador Carlos Machado y los de otros autores relacionados con la revista Marcha.

Existen asimismo notorias concomitancias en la producción de algunos marxistas heterodoxos vinculados al trabal­hismo brasileño, como Darcy Ribeiro, que elaboró una ambiciosa teorización del proceso civilizador universal y ameri­cano, Theotonio Dos Santos y otros economistas de la “teoría de la dependencia”.

Tesis básicas:

Las obras de los autores que conformaron la corriente nacionalista de izquierda articulan un conjunto de proposiciones que -sin pretender agotar el listado ni el análisis de los temas, y a riesgo de allanar importantes matices, deslizamientos o excepciones- resumiremos aquí en los siguientes puntos:


1- una aplicación de la filosofía y la metodología marxista, basada en la
dialéctica de la lucha de clases y los fenómenos económicos para interpretar la
realidad social, asumiendo como presupuesto la misión universal emancipadora del
proletariado e incorporando la concepción leninista sobre la liberación nacional
de los pueblos oprimidos.
2- la recuperación de la tradición y las formas de
conciencia nacionales y populares como fundamentos de una revolución
naciona­l, dirigida a superar la dependencia económica, política y cultural
del imperia­lismo capitalista y cuyo desarrollo debía orientarse hacia el
socialismo, rechazando la sumisión al satelismo comunista.
3- un punto de
vista americano, señalando la inversión del sentido de ideologías trasplantadas
a nuestros países e impugnando la visión eurocéntrica y el “colonialismo mental”
en la cultura de elite, en el sistema educativo y universitario y en los
partidos de izquierda, con la intención de abrir cauces a un “nuevo
pensamiento”.

4- una renovación de la revisión histórica, centrada en los
intereses y la lucha de las masas trabajadoras, oponiendo a la historiografía
liberal la interpretación de la continuidad de la revolución incumplida de la
independencia y los levantamientos federales del siglo XIX con las causas
democráticas y populares del siglo XX.
5- la postulación de una nación
sudamericana, concibiendo la integración de las repúblicas del continente como
imperativo histórico, objetivo estratégico y dimensión necesaria para su plena
emancipación.

6- la caracterización del radicalismo yrigoyenista como
continuador o heredero de las rebeldías históricas del federalismo y, no
obstante sus limitaciones, precursor de la política nacionalista y las reformas
sociales del peronismo.
7- la caracterización del peronismo como un
movimiento nacional y popular de potencialidad revolucionaria, que expresaba los
intereses de la clase obrera a pesar de las distorsiones de la capa burocrática
dirigente.

8- la reconsideración crítica de la participación política de los
militares, rescatando los antecedentes y las posibilidades de una
conjun­ción pueblo-ejército.
9- la reivindicación de la cultura criolla
mestiza y el sustrato indígena de los pueblos americanos, rebatiendo la
descalificación de las etnias autóctonas por las proyecciones racistas del
pensamiento “occidental”.

martes, 17 de junio de 2008

Es la democracia, estúpidos

La llamada “crisis del campo”, lejos de resolverse luego del último, mesurado discurso de la Presidenta, parece deslizarse por senderos peligrosos para la República.
Ya el país sabe que fue mentira el enfrentamiento entre dos “partes”. Hoy todos sabemos que “el campo” es, en realidad, un sector de empresarios rurales que protestan porque van a ganar menos de lo que tenían pensado. Y todos sabemos, también, que el Gobierno metió la pata, no la sacó a tiempo y sigue confundido.


Pero lo que no parece claro –y hay que evidenciar– es que lo que este conflicto puede estar esmerilando, y muy velozmente, es a la democracia misma.
No importa si la sociedad argentina se merece esto o no. Tampoco importa tanto tal o cual retención, o si el malo de la película es Néstor o es Cristina.
Acá y ahora el debate profundo es si llegamos al final de un ciclo de 25 años de democracia imperfecta y volvemos para atrás; o si mejoramos las instituciones de la Constitución Nacional para avanzar hacia una democracia más justa, eficiente y distributiva.

Hay gente humilde que repite consignas vacías porque creen creer lo que les dicen la radio, la tele y los grandes diarios. Hay los que fueron tocados en sus intereses y hay un fuerte resentimiento en otros cuya situación económica no lo justificaría. Y hay, incluso, personas con largas trayectorias progresistas en posiciones inesperadamente retrógradas.
Todos buena gente, acaso lanzados sin saberlo contra la democracia. A la que culpan de todo cuando dicen que “esto no es una democracia”. A partir de esa negación, avalan un insurreccionalismo suicida como el que ha instalado astutamente el PCR, montado a caballo de la ingenuidad política de muchos y del cretinismo de otros.

Esa confusión es gravísima, porque ignora o niega que una cosa es la democracia y otra son los malos gobiernos.
Uno puede tirar la bronca contra este o aquel gobierno, o contra todos, pero eso es criticar una gestión. Que se puede cambiar. Todo puede cambiarse dentro de la Constitución y la ley. Precisamente por eso la democracia nunca es culpable y, al contrario, es la mejor garantía de cambio.
Parece mentira tener que recordar que la democracia es la lenta construcción de convivencia que venimos haciendo desde el ’83 y que hoy nos permite mantener la serenidad, tolerando la mentira contumaz que fluye del dial y de la tele, hoy repertorio de lugares comunes, editorialización disfrazada de información y censura de las ideas diferentes.

Más allá de matices, intereses corporativos o razones económicas, lo que el sector rural está haciendo desde hace tres meses es minar las bases de esa convivencia. Acaso la mayoría de ellos no lo ve, o no lo quiere ver, pero es la democracia la que está siendo esmerilada. Por eso huelgan todas las comparaciones con piquetes y piqueteros anteriores.
Con el espejismo de un dizque “nuevo federalismo” claramente anticonstitucional, y con la renovada demonización del “Estado” que para ellos encarna el matrimonio K, enormes porciones de las clases medias y altas se tragaron la masita envenenada de “campo versus Gobierno” y con eso revivieron lo peor de la Argentina: la polarización de posiciones. La vida nacional en blanco y negro.

Algunas entidades de elite, los pools sojeros, el capital más concentrado de la agroganadería, incluso sectores protegidos dentro del mismo Gobierno K, junto a prácticas periodísticas abyectas, están carcomiendo la democracia.
Generan desaliento, liman la confianza en las instituciones, instalan la idea de caos, descontrol y “desgobierno”. Todo eso que antaño precedía a los golpes militares.
En entusiasta coro anuncian que se acabó el crecimiento; que la inflación nos fagocita; que la economía se desmorona; que las encuestas “muestran” el desprecio popular hacia los K y así siguiendo.

Incluso proclaman un desabastecimiento que ha de estar sólo en Buenos Aires –es hora de que se enteren– porque aquí en el Chaco, mientras escribo esta nota, no hay desabastecimiento de nada. Supermercados, carnicerías, verdulerías, almacenes y ferias de barrio están como siempre. La semana pasada vi lo mismo en Santiago del Estero y en Tucumán, Córdoba y Rafaela. Y anoche en Corrientes. Debemos ser marcianos entre góndolas llenas.

Tal como hicieron todos los golpes de Estado, operan sobre las clases medias. Atemorizan, amenazan, golpean. Así es como golpean. Confundiendo, golpean. Gritando como el desaforado señor De Angeli. Y mezclándolo todo: resucitados chinoístas con caceroleros de Barrio Norte; insurreccionalistas atrasados un siglo junto a la vieja oligarquía terrateniente; paisanos con gente paqueta de Barrio Norte; la correntina Pando con represores retirados de Recoleta. Todos exaltados y con escarapela.

Y con ellos, muchos chacareros verdadera y sinceramente afectados, pero con el libreto escrito por discípulos de Neustadt y Grondona.
Biblia y calefón, mondongo con dulce de leche, lo que se oculta es la soja transgénica que en casi todo el mundo se prohíbe pero aquí protegen todos, incluso el Gobierno. Y que arruina la tierra porque glifosato mata humus, y con eso no hay tutía. En Europa no se permite ni un metro cuadrado de transgénicos (salvo experimentales) y Francia acaba de cerrar incluso la importación. Pero de eso acá ni se habla y por eso es imperativo desnudar las tramas mentirosas que hoy difunden incluso los más inteligentes colegas, devenidos verdaderos dirigentes opositores.

En cuanto al Gobierno –al que voté y sin embargo cuestiono cada vez más por su torpeza y poca transparencia– se trata de defender la terminación de su mandato en 2011, para que sea sustituido, si ésa es su voluntad, por los votos del soberano. Y federalismo sí, claro, pero no más con “puebladas” inducidas.

Por eso es también un peligro que el Gobierno no reaccione. Su propia incongruencia le extravía el buen juicio y por eso no sabe ofrecerle a la sociedad una rápida salida a la emergencia; ni propone una reforma agraria surgida de un sano debate nacional como el que debe hacerse sobre retenciones, radio y televisión y derecho a la información. Por eso está el Congreso semicongelado; por eso mienten estúpidamente el índice inflacionario; y por eso junto a ministros y funcionarios que son de lujo se apuntalan otros que debieran ser corridos, por corruptos o por ineptos.

Lo peor de la Argentina ha vuelto. Junto a genuinos y heroicos chacareros, y desplazado ya el campesinado más pobre, los monstruos del pasado operan travestidos (con perdón de los travestis) en ruidoso montón.

Sólo que como esta vez se topan con una sociedad que hizo culto de la memoria, veremos quién gana. Porque en esto sí hay dos sectores: los demócratas y los “destituyentes”, como se dice ahora, conscientes o no.

por Mempo Giardinelli.

sábado, 14 de junio de 2008

El socialismo y el hombre en Cuba

Carta escrita en 1965 por Ernesto "Che" Guevara de la Serna a Carlos Quijano, editor del semanario uruguayo, Marcha, quien publica la carta en la edición del 12 de marzo de ese año.

Estimado compañero:
Acabo estas notas en viaje por África, animado del deseo de cumplir, aunque tardíamente, mi promesa. Quisiera hacerlo tratando el tema del título. Creo que pudiera ser interesante para los lectores uruguayos.
Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social o el período de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación sobre una base meramente teórica, sino establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria antes y después de la toma del poder.


Como es sabido, la fecha precisa en que se iniciaron las acciones revolucionarias que culminaron el primero de enero de 1959, fue el 26 de julio de 1953. Un grupo de hombres dirigidos por Fidel Castro atacó la madrugada de ese día el cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque fue un fracaso, el fracaso se transformó en desastre y los sobrevivientes fueron a parar a la cárcel, para reiniciar, luego de ser amnistiados, la lucha revolucionaria.


Durante este proceso, en el cual solamente existían gérmenes de socialismo, el hombre era un factor fundamental. En él se confiaba, individualizado, específico, con nombre y apellido, y de su capacidad de acción dependía el triunfo o el fracaso del hecho encomendado.


Llego la etapa de la lucha guerrillera. Esta se desarrolló en dos ambientes distintos: el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo. Fue esta vanguardia el agente catalizador, el que creó las condiciones subjetivas necesarias para la victoria. También en ella, en el marco del proceso de proletarización de nuestro pensamiento, de la revolución que se operaba en nuestros hábitos, en nuestras mentes, el individuo fue el factor fundamental. Cada uno de los combatientes de la Sierra Maestra que alcanzara algún grado superior en las fuerzas revolucionarias, tiene una historia de hechos notables en su haber. En base a estos lograba sus grados.

Fue la primera época heroica, en la cual se disputaban por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor peligro, sin otra satisfacción que el cumplimiento del deber. En nuestro trabajo de educación revolucionaria, volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud de nuestros combatientes se vislumbra al hombre del futuro.

En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante la Crisis de Octubre o en los días del ciclón Flora, vimos actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico.

En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario con la participación en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como factor fundamental de fuerza.
Se produjeron enseguida contradicciones seria, resueltas, en primera instancia, en febrero del 59, cuando Fidel Castro asumió la jefatura de gobierno con el cargo de primer ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.

Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa.
Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además, por el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera por el cumplimiento de las promesas hechas.

La masa participó en la reforma agraria y en el difícil empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy trabajando en la construcción del socialismo.

Vistas las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de supeditación del individuo al Estado, la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento.

Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar. Así sucedió en marzo de 1962 ante una política sectaria impuesta al partido por Aníbal Escalante.

Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con las masas. Debemos mejorarla durante el curso de los próximos años pero, en el caso de las iniciativas surgidas de estratos superiores del gobierno utilizamos por ahora el método casi intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a los problemas planteados.

Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto, coronado por nuestro grito de lucha y victoria.
Lo difícil de entender, para quien no viva la experiencia de la revolución, es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.

En el capitalismo se pueden ver algunos fenómenos de este tipo cuando aparecen políticos capaces de lograr la movilización popular, pero si no se trata de un auténtico movimiento social, en cuyo caso no es plenamente lícito hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida de quien lo impulse o hasta el fin de las ilusiones populares, impuesto por el rigor de la sociedad capitalista. En esta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de la comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de la vida, va modelando su camino y su destino.

Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este se percate. Solo ve la amplitud de un horizonte que aparece infinito. Así lo presenta la propaganda capitalista que pretende extraer del caso Rockefeller —verídico o no—, una lección sobre las posibilidades de éxito. La miseria que es necesario acumular para que surja un ejemplo así y la suma de ruindades que conlleva una fortuna de esa magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible a las fuerzas populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país, pero ese es un tema que sale de la intención de estas notas.)

De todos modos, se muestra el camino con escollos que aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias puede superar para llegar a la meta. El premio se avizora en la lejanía; el camino es solitario. Además, es una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de otros.
Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad.

Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.
El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación.

La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia.

En el esquema de Marx se concebía el período de transición como resultado de la transformación explosiva del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países que constituyen ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin.

En estos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son sus propias contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el sistema. La lucha de liberación contra un opresor externo, la miseria provocada por accidentes extraños, como la guerra, cuyas consecuencias hacen recaer las clases privilegiadas sobre los explotados, los movimientos de liberación destinados a derrocar regímenes neocoloniales, son los factores habituales de desencadenamiento. La acción consciente hace el resto.

En estos países no se ha producido todavía una educación completa para el trabajo social y la riqueza dista de estar al alcance de las masas mediante el simple proceso de apropiación. El subdesarrollo por un lado y la habitual fuga de capitales hacia países «civilizados» por otro, hacen imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un gran tramo a recorrer en la construcción de la base económica y la tentación de seguir los caminos trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande.

Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo.

De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social.
Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.

Las grandes líneas del fenómeno son similares al proceso de formación de la conciencia capitalista en su primera época. El capitalismo recurre a la fuerza, pero, además, educa a la gente en el sistema. La propaganda directa se realiza por los encargados de explicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca a las masas que se ven oprimidas por un mal contra el cual no es posible la lucha.
A continuación viene la esperanza, y en esto se diferencia de los anteriores regímenes de casta que no daban salida posible.

Para algunos continuará vigente todavía la fórmula de casta: el premio a los obedientes consiste en el arribo, después de la muerte, a otros mundos maravillosos donde los buenos son los premiados, con lo que se sigue la vieja tradición. Para otros, la innovación; la separación en clases es fatal, pero los individuos pueden salir de aquella a que pertenecen mediante el trabajo, la iniciativa, etcétera. Este proceso, y el de autoeducación para el triunfo, deben ser profundamente hipócritas: es la demostración interesada de que una mentira es verdad.

En nuestro caso, la educación directa adquiere una importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce a través del aparato educativo del Estado en función de la cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos tales como el Ministerio de Educación y el aparto de divulgación del partido. La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra.

Pero el proceso es consciente; el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca.

En este período de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma.

Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. Las vanguardias tienen su vista puesta en el futuro y en su recompensa, pero esta no se vislumbra como algo individual; el premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán características distintas: la sociedad del hombre comunista.

El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.

A pesar de la importancia dada a los estímulos morales, el hecho de que exista la división en dos grupos principales (excluyendo, claro está, a la fracción minoritaria de los que no participan, por una razón u otra en la construcción del socialismo), indica la relativa falta de desarrollo de la conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente más avanzado que la masa; esta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que le permite ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos sólo ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no sólo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora.

Todo esto entraña, para su éxito total, la necesidad de una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.

Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.

No obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que luchan por una misma causa. El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.

Todavía es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total consciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación.

Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte.
Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía-hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.

Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía.

Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aún cuando sea necesario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.
El cambio no se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son rítmicas; hay períodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.

Debemos considerar, además como apuntáramos antes, que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del Programa de Gotha, sino de una nueva fase no prevista por él; primer período de transición del comunismo o de la construcción del socialismo. Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia.

Si a esto de agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y política de mayor alcance.

La teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica. En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero es menos excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica como base fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a ciegas sino de seguir durante un buen tramo el camino abierto por los países más adelantados del mundo. Por ello Fidel machaca con tanta insistencia sobre la necesidad de la formación tecnológica y científica de todo nuestro pueblo y más aún, de su vanguardia.

En el campo de las ideas que conducen a actividades no productivas, es más fácil ver la división entre la necesidad material y espiritual. Desde hace mucho tiempo el hombre trata de liberarse de la enajenación mediante la cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más horas en que actúa como mercancía para resucitar en su creación espiritual. pero este remedio porta los gérmenes de la misma enfermedad.: es un ser solitario el que busca comunión con la naturaleza. Defiende su individualidad oprimida por el medio y reacciona ante las ideas estéticas como un ser único cuya aspiración es permanecer inmaculado.

Se trata sólo de un intento de fuga. La ley del valor no es ya un mero reflejo de las relaciones de producción; los capitalistas monopolistas la rodean de un complicado andamiaje que la convierte en una sierva dócil, aún cuando los métodos que emplean sean puramente empíricos. La superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que educar a los artistas. Los rebeldes son dominados por la maquinaria y sólo los talentos excepcionales podrán crear su propia obra. Los restantes devienen asalariados vergonzantes o son triturados.

Se inventa la investigación artística a la que se da como definitoria de la libertad, pero esta «investigación» tiene sus límites imperceptibles hasta el momento de chocar con ellos, vale decir, de plantearse los reales problemas del hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o el pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la inquietud humana; se combate la idea de hacer del arte un arma de denuncia.
Si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas. La condición es no tratar de escapar de la jaula invisible.

Cuando la Revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales; los demás, revolucionarios o no, vieron un camino nuevo. La investigación artística cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas estaban más o menos trazadas y el sentido del concepto fuga se escondió tras la palabra libertad. En los propios revolucionarios se mantuvo muchas veces esta actitud, reflejo del idealismo burgués en la conciencia.

En países que pasaron por un proceso similar se pretendió combatir estas tendencias con un dogmatismo exagerado. La cultura general se convirtió casi en un tabú y se proclamó el summum de la aspiración cultural, una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose ésta, luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba crear.

El socialismo es joven y tiene errores.
Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La desorientación es grande y los problemas de la construcción material nos absorben. No hay artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran autoridad revolucionaria. Los hombres del Partido deben tomar esa tarea entre las manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.

Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce al problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.

Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente en arte, su decadencia de hoy.

Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista «la libertad», porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas la formas de arte posteriores a la primer mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy.

Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal.
En nuestro país, el error del mecanicismo realista no se ha dado, pero sí otro signo de contrario. Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada. Precisamente éste es uno de los puntos fundamentales de nuestro estudio y de nuestro trabajo y en la medida en que logremos éxitos concretos sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos conclusiones teóricas de carácter amplio sobre la base de nuestra investigación concreta, habremos hecho un aporte valioso al marxismo-leninismo, a la causa de la humanidad. La reacción contra el hombre del siglo XIX nos ha traído la reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no es un error demasiado grave, pero debemos superarlo, so pena de abrir un ancho cauce al revisionismo.

Las grandes multitudes se van desarrollando, las nuevas ideas van alcanzando adecuado ímpetu en el seno de la sociedad, las posibilidades materiales de desarrollo integral de absolutamente todos sus miembros, hacen mucho más fructífera la labor. El presente es de lucha, el futuro es nuestro.

Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.

En nuestra sociedad, juegan un papel la juventud y el Partido.
Particularmente importante es la primera, por ser la arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores.

Ella recibe un trato acorde con nuestras ambiciones. Su educación es cada vez más completa y no olvidamos su integración al trabajo desde los primeros instantes. Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus vacaciones o simultáneamente con el estudio. El trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento de educación, en otros, jamás un castigo. Una nueva generación nace.

El Partido es una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el Partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educados para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El Partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra las dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo…
Quisiera explicar ahora el papel que juega la personalidad, el hombre como individuo de las masas que hacen la historia. Es nuestra experiencia no una receta.

Fidel dio a la Revolución el impulso en los primeros años, la dirección, la tónica siempre, peros hay un buen grupo de revolucionarios que se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo y una gran masa que sigue a sus dirigente porque les tiene fe; y les tiene fe, porque ellos han sabido interpretar sus anhelos.

No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año se pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio. Los primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de América y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque indica a las masas de América Latina el camino de la libertad plena.

Dentro del país, los dirigentes tienen que cumplir su papel de vanguardia; y, hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución verdadera a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.

Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas son que se contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita.

Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la Revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de Revolución. No hay vida fuera de ella.

En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.

El revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala loca y se olvida el internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber pero también es una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo.

Claro que hay peligros presentes en las actuales circunstancias. No sólo el del dogmatismo, no sólo el de congelar las relaciones con las masas en medio de la gran tarea; también existe el peligro de las debilidades en que se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar su vida entera a la revolución, no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario, bajo este razonamiento deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción.

En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu revolucionario.
Así vamos marchando. A la cabeza de la inmensa columna —no nos avergüenza ni nos intimida decirlo— va Fidel, después, los mejores cuadros del Partido, e inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme fuerza, va el pueblo en su conjunto sólida armazón de individualidades que caminan hacia un fin común; individuos que han alcanzado la conciencia de lo que es necesario hacer; hombres que luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la libertad.

Esa inmensa muchedumbre se ordena; su orden responde a la conciencia de la necesidad del mismo ya no es fuerza dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas al espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales, una posición, algo que permita apoyo frente al futuro incierto.

Sabemos que hay sacrificios delante nuestro y que debemos pagar un precio por el hecho heroico de constituir una vanguardia como nación. Nosotros, dirigentes, sabemos que tenemos que pagar un precio por tener derecho a decir que estamos a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América. Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio, conscientes de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido, conscientes de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte.

Permítame intentar unas conclusiones:
Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser más libres.El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos.Nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio.Nuestro sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos.El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos.Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.La personalidad juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.Quien abre el camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos, el Partido.La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera.

Si esta carta balbuceante aclara algo, ha cumplido el objetivo con que la mando.
Reciba nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o un «Ave María Purísima»: Patria o muerte.

jueves, 12 de junio de 2008

La Nueva Derecha en la Argentina

Los profesores y escritores Nicolás Casullo y Ricardo Forster, el sociólogo y director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y el vicerrector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Jaime Sorín, fueron los encargados de presentar ayer la Carta Abierta/3 donde el espacio conformado por más de 1500 personas de la cultura, la educación, las ciencias y las artes vuelve a pronunciarse sobre la actual situación política.

¿Cómo se puede reclamar la nacionalización del petróleo cuando la lucha que se despliega es contra una medida progresiva de índole impositiva? ¿Cómo se puede llamar a la lucha contra la pobreza con aliados que expresan las capas más tradicionales de las clases dominantes? Algo ha sucedido en los vínculos entre las palabras y los hechos: un disloque. Los símbolos han quedado librados a nuevas capturas, a articulaciones contradictorias, a emergencias inadecuadas. Ningún actor político puede declararse eximido de haber contribuido a esa separación. Las situaciones críticas obligan a preguntarse qué palabras le corresponden a los nuevos hechos. Entre las batallas pendientes en la cultura y la política argentina, está la de nombrar lo que ocurre con actos fundados en una lengua crítica y sustentable. Sin embargo, hoy las palabras heredadas suelen pronunciarse como un acto de confiscación. Cualquier cosa que ahora se diga vacila en aportar pruebas de su enraizamiento en expectativas sociales reales. Parece haber triunfado la “operación” sobre la obra, el parloteo sobre el lenguaje.

“Clima destituyente” hemos dicho para nombrar los embates generalizados contra formas legítimas de la política gubernamental y contra las investiduras de todo tipo. Una mezcla de irresponsabilidad y de milenarismo de ocasión sustituyó la confianza colectiva. “Nueva derecha” decimos ahora. Lo decimos para nombrar una serie de posiciones que se caracterizan por pensarse contra la política y contra sus derechos de ser otra cosa que gestión y administración de los poderes existentes. Una derecha que reclama eficiencia y no ideología, que alega más gestión que valores –y puede coquetear con todo valor-, que invoca la defensa de las jerarquías existentes aunque se inviste miméticamente de formas y procedimientos asamblearios y voces sacadas de las napas prestigiosas de las militancias de ciclos anteriores. Esa derecha impugna la política como gasto superfluo y como enmascaramiento, pero es cierto que la impugna con más dureza cuando la política pretende intervenir sobre la trama social. Tiene distintas inflexiones: desde la ilusoria eficiencia empresarial del macrismo hasta el intercambio directo de dones y rentas imaginado en Gualeguaychú, sin Estado ni partidos, sólo con golpes de transparencia contra lo que llaman obstáculos.

Transparencia social imposible, como no sea bajo un régimen coercitivo, que expresa su desprecio hacia la política como capacidad transformadora, como intervención activa sobre la vida en común. De ese vaciamiento son responsables, también, los profesionales de la política que priorizaron sus propios intereses mientras sostenían un discurso de lo público. Demasiado tiempo vino degradándose el lenguaje político como para que no surgieran mesianismos vicarios y vaticinios salvadores que en vez de redimir el conocimiento político son el complemento milenarista del espontaneísmo soez. La nueva derecha viene a decir que eso no está mal y que se debe llevar a sus últimas consecuencias, disolviendo la instancia misma de la política. Es fundamentalmente destituyente: vacía a los acontecimientos de sentido, a los hechos de su historicidad, a la vida de sus memorias. Por eso, atraviesa fronteras para buscar terminologías en sus antípodas. Es una nueva derecha porque a diferencia de las antiguas derechas, no es literal con su propio legado, sino que puede recubrirse, mimética, con las consignas de la movilización social.

La nueva derecha puede agitar florilegios de izquierdas recreadas a último momento como préstamo de urgencia o anunciar compromisos caros a las luchas sociales de la historia nacional, sea Grito de Alcorta, sea la gesta de Paso de los Libres en 1933, sean las asambleas del 2001. Es una nueva derecha veteada de retazos perdidos pero no olvidados de antiguas lenguas movilizadoras. Condena el vínculo vivo de las personas y las sociedades con el pasado, llamando a un ilusorio puro presente que podría desprenderse de esas capas anteriores. Lo hace, incluso, cuando trae símbolos de ese pasado sujetándolos a relaciones que los niegan o vacían. Cita al pasado como una efemérides al paso. Será jauretcheana si cuadra, aplaudirá a Madres de Plaza de Mayo si lo ve oportuno, dirá que adhiere a Evo Morales si se la apura, y no le faltará impulso para aludir a los mayos y los octubres de la historia. Mimetismo bendecido, tolerado: es la nueva derecha que ensaya el lenguaje total de la movilización con palabras prestadas.

Procede por expurgación y despojo: restándole a la realidad algunas de las capas que la constituyen y presentando en una supuesta lisura la vida en común. En ella no hay espesor, diferencias, desigualdades, violencias ni explotación; ella habla del “campo” trazándonos un dibujo bucólico de pioneros esforzados de la misma manera que considera la pobreza y el hambre como desgracias naturales o como penurias redescubiertas para sostener una mala conciencia de escuderos novedosos de los poderes agrarios tradicionales.


En la nueva derecha reina lo abstracto pero con la lengua presunta de lo concreto: precisamente la que hablan los medios de comunicación. A la trama moral de las acciones la tornan escándalo moral, denuncismo de sabuesos que dejan saber que las sospechas generalizadas sobre la vida política son instrumentos que pueden sustituir un pensar real. En ella se trata de reivindicar la honestidad de los ciudadanos-consumidores, su espontaneidad expresiva ante las manipulaciones de la vieja política; transparentar es su grito, mostrar un supuesto lenguaje sin espesura es su lema. Sin obstáculos, sin pliegues. Sus lenguajes apuntan a vaciar de contenido historias y memorias de la misma manera que buscan desmontar cualquier relación entre universo reflexivo-crítico y política transformadora. Devastación del mundo de la palabra en nombre de la brutalización massmediática; simplificación de la escena cultural de acuerdo a la continua mutilación de la densidad de los conflictos sociales y políticos.

La nueva derecha es ahora un conjunto de procedimientos y de prácticas que se difunden peligrosamente en las más diversas alternativas políticas. La aceptación de que la escena la construyen los medios de comunicación lleva a un tipo de intervención pública tan respetuosa de ese poder como sumisa respecto de las palabras hegemónicas.

Hace tiempo que los estilos comunicaciones habituales recurren al intercambio de denuncias como una cifra moral, que parece menos un proyecto compartible de refundar la política en la autoconciencia pública emancipada que en la circulación de un nuevo “dinero” basado en un control de la política por la vía de un moralismo del ciudadano atrincherado, temeroso, ausente de los grandes panoramas históricos. Moralismo de estrechez domiciliaria, pertrechada, víctima de miedos construidos y de oscuros deseos de resarcimiento. Es un viaje que parece no tener retorno hacia la espectacularización de una conciencia difusa de represalia. Es un recelo que va quedando despojado de contenidos, como no sean los parapetos medrosos de un pensamiento consignatario. Todo lo que implica la misma incapacidad para descubrir que lo que llaman “opinión pública”, que en ciertos momentos de la historia, es un acatamiento a lo que habla por ella más de lo que ella balbucea de sí misma.


La nueva derecha se inviste con el ropaje de la racionalidad ciudadana, adopta los giros de lenguaje y los deseos más significativos de una opinión colectiva sin la libertad última para ver que encarna los miedos de una época despótica y violenta. Un intenso intercambio simbólico viene a sellar así la alianza entre la nueva derecha, los medios de comunicación hegemónicos y el “sentido común” más ramplón que atraviesa a vastos estratos de las capas medias urbanas y rurales del que tampoco es ajeno un mundo popular permanentemente hostigado por esas discursividades dominantes.

Lo que sucede en Bolivia, quizás el escenario más complejo de la región, debe alertarnos. No porque sean equivalentes los fenómenos sociales y políticos, sino porque el tipo de confrontación que las derechas bolivianas despliegan advierten sobre cuánto se puede decidir no respetar la voluntad popular, aun apelando a frenesís plebiscitarios. En Argentina no estamos ante un escenario de esa índole pero sí asistiendo a la emergencia de nuevos fenómenos políticos reactivos y conservadores, que atraviesan partidos políticos populares y organizaciones sociales. Todo trastabilla ante la cuerda subterránea que tienden las nuevas derechas. La señora cansada del conflicto, el locutor de la noche harto de la refriega, el pequeño rentista fastidiado de las listas electorales que había votado. Las nuevas derechas ejercen su señorío como una forma de desencanto, llamando al desapego generalizado. El ser social por fin saturado de las dificultades de una época, llama bajo su forma reactiva, a no pensar la dificultad sino a refugiarse en la desafección política, en el módico mesianismo al borde de las rutas. Proclaman que actúan por dignidad cuando son economicistas y son economicistas cuando demuestran que esa es la nueva forma de la dignidad.

Atraviesan así toda la materia sensible de este momento de la historia nacional. Su frase predilecta, “no me metan la mano en el bolsillo”, hace de los actos legítimos de regulación de las rentas extraordinarias de la tierra, una ignominiosa expropiación. Trata un bien nacional, como la productividad del suelo, como cosa meramente privada. Otras frases reiteran: “está loca”, e incluso se ha escuchado en la televisión de la noche de los domingos: “es satánico”. Se interpreta la intervención del Estado en el mercado en la clave de una psiquiatría obtusa de revista de peluquería, de chistoso de calesita o de pitonisa de boudoir. Menos se dice “hay que matarlos”, pero aparece en los añadidos que publican algunos periódicos cuando termina la redacción de sus propios artículos y comienza la carnicería opinativa en un anonimato electrónico sediento de desquite. ¿Ante quién? ¿para qué? No le importan las respuestas a una nueva derecha que recobra el linaje de las más impiadosas que tuvo el país. Ha soltado la lengua, pero aprendió a decir primero “armonía” y diálogo” mientras no ocultan la sonrisa sobradora cuando escuchan que se les dice “y pegue, y pegue!”.

Se considera una redención el uso del lenguaje más incivil del que se tenga memoria en las luchas sociales argentinas. Con impunidad lo han tomado, con rápido gesto de arrebatadores, del desván de los recuerdos y de las historias de gestas desplegadas en nombre de un ideal más igualitario. En un sorprendente movimiento de apropiación para travestirla en su beneficio, han movilizado la memoria de los oprimidos en función de sostener el privilegio de unos pocos, vaciando, hacia atrás, todo sentido genuino, buscando inutilizar una tradición indispensable a la hora de reestablecer el vínculo entre las generaciones pasadas y los nuevos ideales emancipatorios.

Es una operación a partir de la cual se definen las lógicas emergentes de esa nueva derecha que no duda en reclamar para sí lo mejor de la tradición republicana y democrática; es una nueva derecha que no se nombra a sí misma como tal, que elude con astucia las definiciones al mismo tiempo que ritualiza en un mea culpa de pacotilla sus responsabilidades pasadas y presentes con lo peor de la política nacional, bendecida por frases evangélicas que llaman oscuramente a la vindicta de los poderosos que aprendieron a hablar con préstamos del lenguaje de los perseguidos. Lo han hecho en otros momentos cruciales de la historia nacional. La nueva derecha inversionista ha comenzado por invertir el significado de las palabras. ¿Por qué no lo harían ahora?

Ante eso, es necesario recuperar otra idea de política, otro vínculo entre la política y las clases populares, y otra hilación entre hechos y símbolos.

Si la nueva derecha reina en una sociedad mediatizada, una política que la confronte debe surgir de la distancia crítica con los procedimientos mediáticos. Si la nueva derecha no temió enarbolar la amenaza del hambre (como consecuencia de su desabastecedor plan de lucha), otra política debe situar al hambre, realidad dramática en la Argentina, como problema de máxima envergadura y desafío a resolver. Es cierto que, visiblemente, hoy no son muchos los que aceptan enarbolar blasones de derecha. Hay que buscarla en todos los lenguajes disponibles, en todos los partidos existentes, en todas las conductas públicas que puedan imaginarse. Los pendones que la conmueven pueden ser frases como éstas: la “nueva nación agraria como reserva moral de la nación”. Es el viejo tema de las nuevas derechas y la identificación, también antigua, de patria y propiedad, de nación y posesión de la tierra. Es el concepto de reserva moral como liturgia última que sanciona tanto el “fin del conflicto”, como un tinglado modernizante que no vacila en expropiar los temas del progresismo, pero para desmantelar lugares y memorias. Es una gauchesca de bolsa de cereales como acorde poético junto al horizonte del nuevo empresariado político. Podrán leer a la ida el Martín Fierro y a la vuelta los consejos de Berlusconi.


Los nuevos hombres “laboriosos”, persignados fisiócratas, se indignan porque hay Estado y hay vida colectiva que se resiste a vulnerar la vieja atadura entre las palabras y las cosas. Pero esto ocurre porque la materia ideológica, con sus venerables arabescos y citas célebres, ha quedado deshilvanada, reutilizada en rápidos collages de la nuevas estancias conservadoras del lenguaje. ¿Cómo descubrirlas? Su localización es la ausencia de nervadura social, pues se trata de desplegar para la Argentina futura una nueva cultura social con un único territorio, el de las rentas extraordinarias que desea percibir una nueva clase interpretando estrechamente las graves necesidades alimentarias del mundo. Parecen campesinos, parecen chacareros, parecen pequeños propietarios, parecen hombres de campo protagonizando una gesta. Pero no son ilusiones estas nuevas creaciones políticas de indesmentible base social nueva. Sin los tractores embanderados, brusca señalización del paisaje que atrae por la carencia de todo matiz, de todo signo mediador. La nueva clase teatraliza una rebelión campesina pero traza un nuevo destino conservador para la Argentina. Marcha con vocablos fuera de su eje, en una combinación entremezclada que pone en escena la fusión entre formas morales de revancha y captura jocosa de los símbolos del progresismo social.

Asistimos a un remate general de conceptos. Nociones tan complejas como la de “patria agraria”, “Argentina profunda”, “nuevo federalismo”, han resurgido de un arcón honorable de vocablos, cuando significaron algo precioso para miles y miles de argentinos para salir hoy a luz como mendrugo de astucia y oportunismo. Como en los posmodernismos ya transcurridos, vivimos la sensación que en el reino de los discursos políticos e ideológicos, “todo es posible de darse”. Las palabras parecen las mismas, pero se han dislocado bajo una matriz teleteatral y un recetario de cruces de saltimbanqui, legalizados por la escena primordial de cámaras que infunden irrealidad y deserción de la historia en sus recolecciones vertiginosas. Un nuevo estado moral de derecha surge del neoconservadurismo que reordena los valores en juego, luego de que ha tramitado un liberalismo reaccionario y un modernismo que propone conceptos de la sociedad de la información para hacerlos marchar hacia un nuevo consenso disciplinador y desinformante.

Un nuevo sentido común producido por los tejidos tecnoinformativos nutre así el círculo de captura de imágenes y discursos. Se habla como lo hace la llamada “sociedad del conocimiento” y esta habla como lo hacen previamente quienes ya fueron tocados por la conquistada neoparla que insiste en estar “fuera de la política” pero munidos de jergas sustitutivas de la experiencia pública. Hasta el modo de ir a los actos políticos es puesto bajo la grilla admonitoria de un juez del Olimpo que dictamina los momentos de supuesta “falsa conciencia” de miles de conciudadanos que no poseerían la legítima pasión espontánea de los refundadores del nuevo federalismo sin historia, sin estado, sin instituciones, sin sujeto. El descrédito de lo político comienza por destituir a las masas populares y sus imperfectas maneras, para hacer pasar por buenas sólo las supuestas movilizaciones pastoriles roussonianas, efectivamente multitudinarias, que mal se sostienen bajo las diversas modalidades del tractorazo, más amenazante que bucólico.

Una república agroconservadora despliega entonces sus banderas de “nuevo movimiento social”. Tienen todo el derecho a expresarse pero el examen democrático del gigantesco operativo que han emprendido debe ser también interpretado. Se trata de sustituir un pueblo que consideran inadecuado con otro vestido con galas de revolución conservadora.

Hay suficientes ejemplos en la historia del país y en las memorias constructoras de justicia para decir que no lo lograrán.

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miércoles, 11 de junio de 2008

La opción por los ricos

Es probable que en los próximos días una parte de la sociedad argentina tenga la oportunidad de manifestar su solidaridad con los productores agropecuarios.

Muchos de los movilizados en Rosario, la semana pasada, ya cumplieron su sueño. Ahora les toca a los comerciantes de la Ciudad de Buenos Aires, a unos cuantos profesionales y a no pocos poligriyos.

Un paro, un mensaje radial, un brulote en Perfil Digital; el comentario entre amigos, algún cacerolazo, la charla en el barrio, muchos mails. Y, para los que no reniegan de su afán de justicia, un buen sacudón para quedar a la izquierda y clamar la reforma agraria.

Es una interesante derivación de la inversión de términos registrada merced a la firme incidencia de la dictadura en la Argentina y de la (contra) revolución conservadora lanzada en los 80 a nivel mundial.

Luchar por Ellos

Si antes una franja apreciable de la comunidad media abandonaba su confort para cooperar con la liberación en general y con la mejoría en la vida popular en especial, ahora otro sector de ese segmento llamea y se compromete: vamos a luchar por los ricos, esa es nuestra opción. Comerciantes, profesionales, y –reitero– no pocos rascas, han resuelto considerar indignante que multimillonarios dirigentes rupestres paguen impuestos. Y aún más: evalúan disparatado que el Estado les exija blanquear parte de su producción y su personal.

Los clamores son contundentes: el gobierno no hace gestos, la presidenta es soberbia, el ojos torcidos es autoritario, el bigotón odia al campo. Y todo se desplaza por un mar de caracterizaciones espirituales, adjetivos y sensaciones, mientras las banderas reales piden no pagar impuestos y no blanquear.

(Hace tiempo, en Almacenes Chinos, expliqué porqué el bueno de Don Manolo era observado de reojo por
los ñatos de por acá. Y luego, en El desprecio, señalé los rasgos esenciales de esas personitas. Lo cierto es que cada vez que crece el PBI y aumentan las ventas de los comercios, el trabajo de los profesionales y las oportunidades para los buscas, todos ellos ponen el grito en el cielo.)

Vamos: la opción de una clase en beneficio de otra, contiene un trazo de universalidad. Y así como una
generación de muchachos de las capas medias bregaron por la justicia social para todos, ahora tenemos a una pequeña multitud que lucha para expandir la pobreza. Es tan solidaria esa entrega, que se incluye.

Si la “Sociedad Rural” vuelve a gobernar junto a sus aliados liberal - conservadores, como lo hizo durante la dictadura y durante el menemismo, volverán a caer las ventas para los pajarones que crecieron en los últimos cuatro años y volverá a resentirse el espacio comercial de técnicos y profesionales que han cambiado sus autos y arreglado sus casas. Los poligriyos seguirán siendo poligriyos, un poco más precarios.

El batifondo ensordecedor

Ahora bien, todos esos marmotas, al sumarse a esta protesta para evadir impuestos y negar el blanqueo, nos privan de verdaderas, genuinas y necesarias exigencias de justicia social para el conjunto de la población; demandas que bien podrían estar asentadas en ese crecimiento.

Por estas horas numerosos sindicatos y organizaciones sociales están planteando la necesidad de mejoras salariales, condiciones laborales más justas y distribución equitativa de la riqueza. De hecho, están señalando la necesidad de trascender el modelo agroexportador para impulsar una Argentina industrial, enlazada a América Latina.

La gilada los mira y dice “son patota alquilada por el gobierno”. Llora por el destino de Eduardo Buzzi condenado a pasar un par de días sin camioneta, y se pregunta “¿quién les paga a esos tipos?”. Se desmarca de la negritud y con aires republicanos se zambulle en el afán justiciero para pedir que el país vuelva atrás, en lugar de salir hacia adelante. Debido al exasperante poder de las compañías concentradas y a los efectos del lockout, los precios aumentan. En lugar de cuestionar al Estado por no imponer su poder y controlarlos a fondo, se solidariza con los formadores de precios y con los cortes que impiden el paso de mercaderías. En vez de señalar que Guillermo Moreno se queda corto, dicen que es autoritario.

Es cierto que “los medios”. Si, claro. A mi no me la van a contar. Pero esta gentuza, comerciantes, profesionales y buscas, por sintetizar injustamente en un haz a los boludos de izquierda a derecha y del centro al vacío, no necesitó de grandes conglomerados televisivos para apoyar los avances liberal - conservadores en el 55 y en el 76.

La opción por los ricos atraviesa su ser. Es un compromiso serio, coherente y de larga data. Los llevó a delatar, y a celebrar la muerte de sus hermanos sociales, cuando éstos cometieron el dislate de optar por los pobres. La opción por los ricos es toda una convicción, un programa activo, una manera de acercarse a la cúspide aunque sea como masa de maniobra.

Y dicen: Sos una conchuda (las organizaciones feministas, en silencio). Y dicen Montoneros Asesinos (las corrientes de izquierda, en silencio). Y desde la soja dicen Viva el campo (las fundaciones ecologistas, en silencio). Y dicen muchas más cosas que da verguenza ajena reproducir. Y hasta Vivan a la Patria.

Pero la cosa no termina ahí, al menos para uno. Porque con cuestionarlos, no basta. Tenemos entre manos un tema muy serio. Cuando la sociedad se debate entre elaborar un futuro mejor o retomar la receta del atraso, estos segmentos eligen el deterioro aunque los incluya y los damnifique.

Las tareas pendientes

Con su vocecitas amplificadas opacan las voces de quienes necesitamos cuestionar aspectos centrales de la política oficial con el objetivo de debatir empleo, industria, energía, recursos naturales, finanzas, impuestos e ingresos desde una perspectiva nacional y popular. Y ante la posibilidad del emerger de un émulo de José Alfredo Martínez de Hoz, emblocan a quienes no podemos admitir una salida por derecha de este panorama.

Tremendamente funcionales, esos sectores lo volvieron a hacer. Como si nada hubiera ocurrido en otras instancias históricas, volvieron a optar por respaldar a quienes los aplastan y nos aplastan. Son el comodín de la oligarquía. O el condón. Lo cual exige, de un pueblo que brega por mantenerse consciente en medio de la bulla, un razonamiento profundo para establecer una política que los fragmente, los anule y, en tanto sea posible, los disuada de semejante lugar en la historia.

Esta asignatura pendiente de los sectores populares argentinos es una de las claves del futuro.

Si alguien anhela ser pobre optando por promover a quien lo esclaviza, debe ser neutralizado en su capacidad de acción política, porque el daño que provoca nos abarca a todos. La labor gubernamental en ese sentido no ha sido eficaz, como puede observarse. Por eso, la elaboración de una alternativa superadora del proceso en marcha, que apuntale sus aciertos y releve sus torpezas, empieza a sentirse como una necesidad colectiva.

Sin embargo, esa búsqueda no puede estar asentada en la sumatoria de vertientes social y económicamente antagónicas. Entre el liberalismo - conservador y el gobierno nacional, la única perspectiva de sostener la vida misma sobre este país, evitando el efecto tierra arrasada, es respaldar a Cristina. Es a partir de allí que se puede polemizar, cuestionar y superar este proceso.

Perfilar un acuerdo circunstancial con el eje articulador de la entrega y la corrupción, la Sociedad Rural y Carbap, es condenarse a luchar por ellos. Ellos, son la Muerte.

Un saco nuevo

Venía caminando con un joven amigo, de vuelta del fútbol, y me interrogó: dicen que a la gente que fue a Salta le pagaron, la obligaron, le pusieron los micros. Le contesté: los que fueron a Rosario lo hicieron con nuestra plata. Nadie le pregunta nada a los ricos, todos se ocupan de cómo hacen las cosas los pobres. Ya lo había señalado don Arturo. El vecino que se compra un saco nuevo suscita comentarios, y hasta bronca. El señorón que usa un saco nuevo en cada salida, genera admiración y respeto. Miles de argentinos han resuelto luchar por los señorones. Ya lo han hecho antes, con éxito, y han contribuido a hundir una gran Nación.

Tendremos que reflexionar a fondo qué haremos nosotros.

Por Gabriel Fernández - director de “La Señal Medios”
y director periodísticto de la revista “Question Latinoamérica”