domingo, 31 de agosto de 2008

Chumbita III

Publicado en “El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX”,Tomo II (comp. Hugo Biagini y Arturo Andres Roig), Buenos Aires, Biblos, 2006.
PATRIA Y REVOLUCION:LA CORRIENTE NACIONALISTA DE IZQUIERDA
de Hugo Chumbita.

La unidad sudamericana

Una idea medular en esta corriente es la unión de toda la América al sur del río Bravo. La proposición de Ugarte era refundar la nación -que él prefería llamar iberoamericana- mediante la unificación y la liberación de nuestros pueblos:
“Ha llegado la hora de realizar la segunda independencia. Nuestra América debe cesar de ser rica para los demás y pobre para sí misma. Iberoamérica pertenece a los iberoamericanos”
[1].
Recuperando el discurso de Ugarte, Ramos planteaba la reintegración de la patria sudamericana, por sobre las nacionalidades “provinciales” en que se dividió:
“La historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazó un día la mitad de América del Sur”. “Somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasa­mos en ser america­nos”. “La Nación, que hasta 1810 era el conjunto de América hispana, y en cierto sentido, también España, se disgrega en una polvareda difusa de pequeños estados”. “En el siglo que presen­cia el movimiento de las naciona­lidades, la América indo-ibérica pierde su unidad nacional. (...) Un acto de reposesión de nuestro pasado histórico, será el primer paso de nuestra revolución. El proleta­riado latinoamericano del siglo XX se ha convertido en el heredero de todas las tareas nacionales que la historia dejó sin resolver”
[2].
Hernández Arregui invocaba la definición de Bolívar: “nuestra América es la patria de todos”, y afirmaba que “la unidad hispanoa­merica­na no es un ideal, sino una comproba­ción histórica”. El único nacionalismo legítimo era el nacionalismo latinoamericano. Consecuente con la visión de “la ‘patria grande’, des­cuartizada pero no disuelta”, intentó un estudio abarcador de la misma, aunque confesaba haber tenido que limitar su ambición: “el tema de la América hispánica desborda a un sólo escritor, y debe ser, dadas las actuales condiciones del continente, tarea de equipos universitarios coordinados de los diversos países latinoamericanos”.
Ante los dilemas termi­nológicos, Hernández Arregui aplicaba la denominación Améri­ca latina -aún criticando su origen “afrancesado” y desechando una irreal “latinidad”- a la realidad econó­mica y política presente, y América hispánica para designar la historia y cultura de estos pueblos (con la aclaración de que el adjetivo hispánica, al referirse a toda la antigua Hispania romana, comprende también a Brasil por su heren­cia lusitana)
[3].
Puiggrós, no obstante disentir con el concepto de una nación latinoamericana preexistente tal como la definía Ramos, concordaba en la necesidad de la unión, y volcó su interés por la problemática común de los países del área en numerosos artículos periodísticos. Atacando el sesgo economicista y liberal de los planes formulados por los burócratas de los organismos internacionales, sostenía que nuestra América, “una y múltiple”, debía integrarse por la lucha de sus pueblos para lograr una síntesis revolucionaria superior.
“En América Latina germina el Nuevo Mundo que fue hasta ahora profecía. Durante cuatro siglos pasó de un coloniaje a otro y se edificó como conglomerado desunido de campos de abastecimiento de Europa o de los Estados Unidos que recibían a cambio manufacturas, técnicas, ciencia, filosofía y prototipos políticos. Hoy, brotes que se multiplican anuncian el fin de esos cuatro siglos de trasplantes...”
[4].
Vivian Trías evocaba el proyecto visionario bolivariano, deduciendo que ya era hora de que “nos desprendamos de la balcanización que el imperialismo nos impuso y pensemos a nuestro continente como una unidad desde todos los ángulos”. Atribuía al capitalismo inglés la fragmentación sudamericana y la creación de la república del Uruguay “desarraigándola de las Provincias Unidas”. Si “la liberación económica de nuestros países no puede separarse de su asociación política, o sea, de su unidad nacional”, advertía que la integración también podría instrumentarse “para afianzar el subdesarrollo y la dependencia”
[5].
Cooke vaticinaba la “revolución latinoamericana, integral”, relacionándola con la tradición histórica de las luchas por la independencia:
“Una de las cosas que perdimos en Caseros fue la costumbre de escribir y pensar como latinoamericanos. Bolívar, San Martín, Artigas, Moreno, Monteagudo, Rosas, etc., todos escribían y opinaban como ‘americanos’. Después de la caída de Rosas, eso terminó: como semicolonias, los países perdieron ese sentido americano. Recién reapareció con Yrigoyen, aunque sin poder pasar de su contenido romántico y verbal a una acción práctica.”
Luego, recordaba, el gobierno de Perón “retomó el sentido de la América Latina como unidad, y lo llevó a la práctica en la medida que fue posible”; más que los resultados, importaba el concepto de aquella orientación precursora, que en los años ´60 había madurado en los movimientos de liberación y se proyectaba en la experiencia de Cuba
[6].
Los nacionalistas de izquierda apoyaron la Revolución Cubana y su llamado a la unión continental contra el imperialismo, en un espectro de posiciones que iban desde la plena identificación de Cooke o de Walsh hasta las objeciones de Ramos, quien criticó algunas concepciones del Che Guevara y sobre todo el foquismo que pretendía trasladar la experiencia guerrillera a otros países
[7].

El yrigoyenismo


Apoyándose en los textos testimoniales de Ricardo Caballero sobre la composición social de los alzamientos revolucionarios radicales, Ramos recalcó los orígenes federales del movimiento, al que algunos de sus protagonistas veían como “una cruzada... Que es el reverso de Caseros y de Pavón”. Retrataba a Hipólito Yrigoyen, nieto de mazorquero, “de estampa aindiada”, perseverante antimitrista, rodeado por hombres de prosapia federal provinciana como Elpidio González, conduciendo un torrente de “oscuros hijos del país”: “las tendencias más plebeyas de la sociedad argentina y también más criollas”, que convergían con “los hijos de la primera generación inmigratoria”. El austero desinterés de aquel caudillo habría sido un arquetipo para “el moralismo pequeño burgués de las nuevas clases medias”, a la vez que personificaba ante los criollos sus virtudes tradicionales
[8].
Spilimbergo sintetizó la definición del yrigoyenismo como una alianza de “clases medias y viejo criollaje federal” contra el poder oligárquico, al que obligaron a garantir el sufragio popular; fue así “el primer partido orgánico y principista” de masas, con un programa centrado en hacer cumplir la Constitución
[9].
Ramos (que en 1951 había escrito bajo seudónimo una biografía laudatoria de Leandro Alem) explicaba el enfrentamiento de Hipólito con su tío “por la irresistible propensión de Leandro a combatir a Roca aliándose con Mitre” y forzaba los argumentos para mostrar episódicas coincidencias entre Yrigoyen y Roca. Respecto a la estrategia de intransigencia y abstención, alternando con la revuelta armada, constataba su eficacia -y su carácter de escuela para seleccionar los cuadros- que mostraba a Yrigoyen como un habilísimo político.
“No ofrece ‘programitas’: ofrece un programa que para su época es un programa revolucionario: se trata del derecho a votar y ser elegido en un país donde un puñado de ´notables´ había terminado por imponer su voluntad exclusiva”.
Como la generalidad de sus colegas de la izquierda nacional, Ramos reconocía a Yrigoyen haber impulsado la Reforma Universitaria de 1918, aunque este movimiento renovador había sido frenado por Alvear y más adelante desvirtuado por las propias dirigencias estudiantiles. Pero señalaba los tropiezos del gobierno yrigoyenista ante la agitación obrera y, en definitiva, los límites de su “nacionalismo agrario y popular”, que no cuestionó el modelo exportador oligárquico: a pesar de sus intenciones de reforma social y los avances en la política petrolera y ferroviaria, mantenía reticencias a emprender el desarrollo industrial; y a pesar de su política exterior autónoma, neutralista y pacifista, de los gestos hacia los países hermanos agredidos y su desconfianza ante los Estados Unidos, en las relaciones con Gran Bretaña el presidente Yrigoyen “no enfrentaba al Imperio”. Esta era su ambigüedad ante la oligarquía.
“Sólo un nuevo movimiento nacional democrático, cuyo protagonista fuera el proletariado argentino, podía llevar más adelante la bandera de la revolución nacional...”
[10].
En términos concordantes, Hernández Arregui reconocía en el nacionalismo -“aunque vacilante”- de Yrigoyen, el antecedente inmediato de la causa que corporizó el peronismo.
Puiggrós analizó en el liderazgo de Yrigoyen la influencia formal del krausismo y su impronta moralista. En cuanto al gobierno, interpretaba que, a pesar de sus debilidades, el yrigoyenismo fue una expresión antitética a la colonización capitalista del país:
“Yrigoyen demostró en la política exterior la firmeza que le faltó en la conducción interna. En aquélla contó con el apoyo de un movimiento policlasista de oposición al imperialismo; en ésta tuvo que optar en la lucha de clases y eligió el camino del liberalismo burgués”.
Así, la Semana Trágica lo alejó del movimiento obrero, y las matanzas de la Patagonia y del Chaco santafesino “lo enajenaron aún más a la política de la oligarquía conservadora”. En cuanto al rumbo del partido tras la muerte del caudillo, denunciaba la traición de sus herederos, acotando que, como era frecuente en la historia, “la continuidad aparece por caminos imprevistos y de otro origen”
[11].

El peronismo

Ramos explicó al peronismo con la categoría de bonapartismo, basada en el análisis de Marx sobre el régimen de Luis Bonaparte: Perón, apoyado en el ejército, representaba los intereses históricos de la burguesía industrial, aunque esta clase, “cobarde y caótica, inconsciente y semi-extranjera”, le fuera en su mayoría hostil. Según una cita de Engels que traía a colación, tal modelo dictatorial sirve el interés de la burguesía, en contra de su voluntad y aún en oposición a ella, sin dejarle controlar los negocios.
Spilimbergo, Rivera y otros siguieron esta calificación, aunque el mismo Ramos le restó énfasis en la última versión de su libro sobre la era peronista, quitando del título el término bonapartismo. No obstante, insistía en que el peronismo tuvo que subrogar a la burguesía nacional debido a la alineación oligárquica y colonial de la UIA (Unión Industrial Argentina) y la fragilidad del empresariado nucleado por la CGE (Confederación General Económica). La centralización del poder y la verticalización del aparato burocrático, decía, fue necesaria para enfrentar las poderosas redes del sistema imperialista, pero al elevarse por encima de la sociedad e “independizarse de las fuerzas que le dieron origen”, Perón impidió la organización de su propio movimiento y no pudo contar con un frente de partidos nacionales que apoyaran su programa, frustrando la posibilidad de crear una “democracia revolucionaria”
[12].
Hernández Arregui admitió con reservas la utilidad de la categoría de bonapartismo. En el primer gobierno peronista veía la realización de la Revolución Nacional, “bajo la forma de una democracia autoritaria de masas”, que no era sino la combinación que Mao describía como “democracia dentro del pueblo” y “dictadura sobre la reacción”. Una revolución sostenida por el “proletariado nacional”, que había participado del poder político por primera vez en la historia argentina. El peronismo era “el partido nacional de la clase obrera”, aunque su sobrevivencia dependía de que pudiera resolver la contradicción entre “la conducción política no obrera y la base de masas proletaria”
[13).
Puiggrós -dejando de lado la definición de bonapartismo, en razón de su “dudosa exactitud histórica”- explicó al peronismo como resultado del crecimiento de las fuerzas productivas en la Argentina, en contradicción con el carácter dependiente de la economía, y en particular por la necesidad del desarrollo industrial, a la par de la maduración de la experiencia obrera y “el despertar de una conciencia nacional antimperialista entre los intelectuales y en las filas del Ejército”. Las nacionalizaciones habían impulsado el “capitalismo de Estado”, que sin ser la socialización “trae en sus entrañas elementos de socialismo”. El contenido de clase del Estado se modificó, a pesar de que faltó consumar la reforma agraria. El Estado justicialista estableció “un equilibrio inestable y provisorio entre la burguesía y el proletariado”, como una etapa de transición. La conjunción de clases distintas era, a la vez, la fuerza y la debilidad del peronismo. Perón había errado al dar por implantada “la economía social” y declarar cumplida la revolución, cuando más necesitaba del apoyo combativo de las masas para que no fracasara
[14].
Astrada exaltó el 17 de octubre como la irrupción del pueblo,”los hijos de Fierro”, en la plaza pública, en un contexto que relegó a la oligarquía por una década; pero el proletariado, “carente de conciencia de clase”, “había sido víctima de un ominoso paternalismo” y los dirigentes convirtieron al movimiento peronista en “una verdadera olla de grillos”
[15]
Cooke consideraba que el peronismo era “en esencia” nacionalista y socialmente revolucionario -el “hecho maldito de la política del país burgués” que, jugando con las propias reglas del sistema, desnudaba la falsedad demoliberal-, y apuntaba su penetrante “crítica de la razón burocrática” contra la dirigencia política y sindical que lo entorpecía y desviaba de sus objetivos
[16]. Claro que la apuesta de Cooke chocaba con el propio Perón y el grueso del movimiento, a los que no iba a lograr convencer de que su destino era la revolución socialista.
En Walsh podemos leer una precisa caracterización del gobierno del peronismo como una “tentativa de ruptura” con la sujeción imperialista: un Estado popular que defendía a la clase trabajadora, en el cual se desarrolló un “ala burguesa”, la “nueva burguesía en asenso”, a la par de “esa enfermedad parasitaria del Movimiento peronista, la burocracia”, que luego, bajo el Estado reaccionario, terminaría convirtiéndose -particularmente los jerarcas sindicales- en otra expresión del imperialismo
[17].

El papel del ejército

En la secuencia de las luchas nacionales que reivindicaban los nacionalistas de izquierda, la participación militar había sido decisiva. Libertadores, caudillos federales, revolucionarios radicales y primeras figuras del peronismo fueron hombres de armas. A la luz de esa historia, era esperable que la Revolución Nacional contara con respaldos en las instituciones armadas.
Hernández Arregui afirmaba que en los países dependientes el ejército podía cumplir una función anticolonialista, como fue el caso del peronismo, el nasserismo y otros procesos del Tercer Mundo. El nacionalismo del ejército era consustancial a su función profesional y geopolítica, y por eso salieron de él decididos industrialistas como Manuel Savio, Enrique Mosconi y Alonso Baldrich. Aunque el temor al comunismo fue introducido en sus filas para “desbaratar el entendimiento histórico” entre el poder militar y los trabajadores, había una “tradición popular hispanoamericana de nuestros ejércitos emancipadores” y en la Argentina se daban las condiciones para “un reencuentro entre el ejército y el proletariado”
[18].
Al tratar diversos momentos de la historia militar, Ramos enaltecía una tradición nacional y popular en el seno de la institución, sin dejar de contraponerla a las infamias, la imbecilidad o la venalidad de los generales de la oligarquía. Relataba también que, dentro del Estado peronista, el ejército jugó como actor directo en los planes para desarrollar una industria pesada, aunque después de 1955 fue “diezmado” para ponerlo al servicio del sistema oligárquico
[19].
En la década de los ‘60, Cooke llegó a la conclusión de que era inútil esperar una rectificación de los militares argentinos:
“Desde 1955, el ejército es un partido más, el partido continuo del régimen, el partido con la máxima capacidad de violencia en una fase histórica en que la institucionalidad democrática-representativa no funciona y todo es acción directa”.
Desalentando el seguidismo pero también el anti-militarismo de ciertos sectores, Cooke añadía que “nadie podrá convencerme de que el ejército de San Martín y de Dorrego es también el ejército del Conintes y las torturas o la represión, o que la gloria que nuestros antepasados conquistaron con la lanza cubra ahora el manejo de la picana o se empañe por la actividad represiva de ahora”
[20].
Walsh, cuya obra literaria y denuncialista planteó los dilemas que atravesaba la profesión militar al enfrentarse con el pueblo, optó al fin, igual que Cooke, por el proyecto de construir otro ejército, una fuerza armada popular para emprender la revolución.
Como un eco tardío, las expectativas sobre un reencuentro de los militares con el pueblo resurgieron confusamente en 1982, en la agonía del Proceso, con motivo de la recuperación de las Malvinas. Ramos, Siplimbergo y Astesano expresaron su apoyo a esa “gesta”, justificando la distinción entre el régimen dictatorial y los intereses históricos del país
[21].

Las raíces criollas e indígenas

Astrada contestó las “deformaciones” de la visión oligárquica acerca de los pueblos indios, atribuyéndolas al designio de justificar “la campaña de exterminio” que culminó con la “conquista del desierto”. El programa que avizoraba, para adaptar y aplicar los frutos de la cultura europea a la sociedad latinoamericana, requería considerar
“que este aporte viene a sedimentarse sobre los restos de las culturas aborígenes y su aún perviviente soporte humano; culturas y formas sociales desinte­gradas, pero no del todo extinguidas. Su aliento telúrico y sugestión aún persisten e influyen, directa o indirectamente, en la vida, usos, costum­bres y hasta en la orientación cultural de nuestras actuales comunidades”.
En la filosofía de Astrada, la identidad y el destino argentinos estaban cifrados en el gaucho, que fue “una clase social, vinculada por la mezcla de sangre con las razas aborígenes”, eslabón entre el indio y el criollo -es decir, el hombre culturalmente mestizo-, metamorfoseado hoy en el sector mayoritario del pueblo. Su profecía era que “el gaucho vengará, a la corta o a la larga, al aborigen destruido, ya que lleva también su sangre”, contribuyendo a integrar a los sobrevivientes de esos pueblos
[22].
Las disquisiciones de Hernández Arregui sobre el ser nacional hablaban de “calar en las culturas indígenas” y “reivindicar a las poblaciones nativas”. Los ejemplos de “superior espíritu revolucionario” en “países de fuerte ascendencia aborigen y mestiza” como México, Paraguay, Bolivia, Cuba, rebatían “la fementida inferioridad de las masas indígenas”. Concluía en que el problema étnico derivado de la existencia de distintas razas era real, pero la solución era social, en la medida en que madurara la conciencia del “proletariado latinoamericano”
[23].
Descartando la visión liberal de la “excepcionalidad argentina” en América, Puiggrós partía del estudio de las sociedades indígenas en las que se asentó la estructura colonial, explicaba la matriz de nuestra sociedad en torno al mestizaje racial y cultural, analizaba el origen de los gauchos, y destacaba las insurrecciones indias y la participación de las castas en armas como factores de las contradicciones de clases que condujeron a la revolución independentista
[24].
Tal como otros nacionalistas, estos autores observaban que la inmigración europea masiva, que en Argentina se concentró en el litoral dominante, había interrumpido la transmisión oral de las tradiciones autóctonas en las familias, favoreciendo la operación pedagógica racista y “desnacionalizadora” del positivismo oligárquico sobre las clases medias.
Astesano asumía que, tras “medio milenio de avasallamiento europeo” en el cual la historia americana fue escrita por intelectuales que tenían “sus pies en nuestra tierra y su cabeza en Europa“, “no contamos todavía con un pensar ni un lenguaje propio, que nos permita encarar el problema indígena en toda su profundidad”. Su intento por llenar ese vacío lo llevó a explorar el pasado remoto de la nación indoamericana, sus hilos de continuidad en el mestizaje de la colonia y la significación de los proyectos de los patriotas de la independencia, en particular el de la monarquía incaica propuesta por Belgrano, sugiriendo que en esta dirección se abría la posibilidad de profundizar la conciencia de una nueva nacionalidad americana
[25].

[1] Ugarte, La reconstrucción de Hispanoamérica, 1961, p. 17.
[2] Ramos, Las masas y las lanzas, 1973, p. 17-18.
[3) Hernandez Arregui, ¿Qué es el ser nacional?, 1963, p. 23, 9, 33-34.
[4] Puiggrós, América Latina en transición, 1970; Integración de América Latina. Factores ideológicos y políticos, 1965.
[5] Trías, Juan Manuel de Rosas, 1974, p. 11; El imperialismo en el Río de la Plata, s/d, p. 11-12; Imperialismo y geopolítica en América Latina, 1989, p. 273 y ss.
[6) Perón/Cooke, Correspondencia, 1984, p. 220.
[7)Ramos, La lucha por un partido revolucionario, p. 93 y ss; La era del peronismo, s/d, p. 244-246, 251 y ss.
[8] Ramos, La bella época. 1904-1922 (vol. 3 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina) 1973, p. 64 y ss, 116 y ss, 222 y ss.
[9] Spilimbergo, Historia crítica del radicalismo, 1974; Juan B. Justo o el socialismo cipayo, s/d, p. 90-91.
[10] Ramos, La bella época, 1973, p. 118, 258 y ss, 272 y ss; El sexto dominio. 1922-1943 (vol.4 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 75-113.
[11] Puiggrós, El yrigoyenismo, 1974, p. 73 y ss, 69, 211, 78.
[12] Ramos, La era del bonapartismo. 1943-1972 (vol. 5 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 182; La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 15-17; La era del peronismo, s/d, p. 101 y ss, p. 136-137.
[13] Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 397 y ss, Nacionalismo y liberación, 1969, p. 297 y ss; ¿Qué es el ser nacional?, 1963, p. 267.
[14] Puiggrós, El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 51-77.
[15] Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 118-119.
[16] Cooke, Peronismo y revolución, 1971.
[17] R. Walsh, Caso Satanowsky, 1973, p. 169 y ss.
[18] Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 487-490, 39,
[19] Ramos, La lucha por un partido revolucionario, 1964, p.60-67; La era del peronismo, s/d, p. 109-111, 177.
[20] Conferencia del 4 de diciembre de 1964, en R. Baschetti, Documentos de la Resistencia Peronista 1955-1970, 1988, p. 187.
[21] Ramos, La era del peronismo, s/d, p. 297 y ss. Astesano, La nación indoamericana, 1985, p. 4.
[22] Astrada, El mito gaucho, 1948, p. 12 y ss, 137, 39-40.
[23] Hernández Arregui, ¿Qué es el ser nacional?, 1963 , p. 23 y ss, 244 y ss.
[24] Puiggrós, De la colonia a la revolución, 1957, p. 65 y ss, 154 y ss, 256 y ss.
[25] Astesano, La nación indoamericana, 1985, p. 3; Juan Bautista de América, 1979.
[26] Ver O. Terán, Nuestros años sesentas, 1993, aunque su análisis no distingue a la izquierda nacionalista como corriente y la engloba en la “nueva izquierda intelectual”.

jueves, 21 de agosto de 2008

Los Golpes Blandos

Por Stella Calloni (Revista Zoom - 22/07/08)

Golpe blando es el nuevo nombre que se utiliza en Estados Unidos para mencionar las acciones desestabilizadoras utilizadas por el poder económico, con apoyo extranjero, y de los viejos elementos de las dictaduras militares y policiales. Ya no resulta imprescindible sacar las Fuerzas Armadas a la calle: se van minando lentamente las bases de un gobierno popular cuando se han logrado controlar la mayoría de los medios de comunicación.


Mientras en Bolivia, gobernada por el dirigente indígena Evo Morales —un hecho histórico en la región— se escenifica una escandalosa “guerra sucia” y las agencias de Estados Unidos trabajan abiertamente para la fragmentación del país, en Argentina está en marcha también un “golpe blando” o “suave” desde la asunción de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en diciembre pasado, después de ser elegida por una mayoría de argentinos.
“Golpe suave o blando” es el nuevo nombre que se utiliza en Estados Unidos, en la jerga del lenguaje de la Guerra de Baja Intensidad, para mencionar las acciones desestabilizadoras utilizadas por el poder económico, con apoyo extranjero, y de los viejos elementos de las dictaduras militares y policiales. Ya no resulta imprescindible sacar las Fuerzas Armadas a la calle porque se van minando lentamente las bases de un gobierno más popular y menos dependiente de Washington, cuando ya han logrado controlar la absoluta mayoría de los medios de comunicación.
Estos medios que han sido claves para la criminal invasión y ocupación de Irak, por ejemplo, ahora también lo son para aplicar los golpes mediáticos, como bien se demostró en Venezuela en abril de 2002. Los medios dirigieron la acción golpista, como quedó registrado incluso en filmaciones que dieron la vuelta al mundo.

El caso argentino:

En Argentina, los mismos medios que ampararon las acciones criminales de la dictadura militar —léase la mayoría— hoy actúan contra el gobierno democráticamente elegido de Fernández de Kirchner mintiendo abiertamente. “Masivas movilizaciones” dijeron la noche del 16 de junio, cuando había unas dos mil personas haciendo sonar cacerolas en los barrios de clase alta.
En realidad las acciones desestabilizadoras habían comenzado mucho antes. Vale recordar la aparición por ejemplo del periódico Perfil en junio de 2005.


En una investigación sobre lo actuado por ese medio contra el gobierno de Néstor Kirchner, la integración de América Latina, la degradación de presidentes cercanos a la administración local y las groseras manipulaciones sobre política internacional sirven para entender cómo el actual “golpe suave” ya venía transcurriendo desde hacía un buen tiempo. También recorriendo lo actuado cuando apareció la candidatura de la actual mandataria, el tratamiento degradante que se le dio a su figura como senadora de la Nación, la frivolización en los análisis sobre su investidura y demás para entender de qué se tratan los sucesos actuales.
En realidad, la acción golpista comenzó muy tempranamente contra la presidenta actual. Prácticamente en los primeros días de su asunción.

El asesinato del prefecto Héctor Febres, cuando estaba detenido bajo proceso, debe ser visto como un mensaje mafioso de fuerte contenido.
Como antes se utilizaron las desapariciones de Jorge Julio López en La Plata en 2006, —cuyo destino se ignora hasta hoy— así como de Luis Jerez, en diciembre de ese año y Juan Evaristo Puthod, quienes aparecieron con muestras de torturas, también como “mensajes” mafiosos de un poder en sombras. Vale recordar que todos ellos eran y son peronistas.
De la misma manera, la conspiración de “la valija” con casi 800 mil dólares, que traía un “inocente” viajero, ligado a la CIA estadounidense como es el venezolano-norteamericano Guido Antonini Wilson. El estudio de lo actuado en Miami en este caso, “precisamente” cuando asume la presidenta y se la quiere forzar a quebrar su alianza con el Mercosur, aparece el curioso armado de que ese dinero provenía de Venezuela para la campaña presidencial local. Si un experto en analizar las “guerras sucias” estudia este caso, no tiene dudas en su conclusión final, porque están todos lo elementos básicos de ese tipo de acciones conspirativas.
Luego comenzó instalándose en los medios la constante alusión al “autoritarismo” de la mandataria o mencionando la palabra “dictadura”, para el gobierno más democrático que conoció Argentina desde su larga y difícil transición hacia una democracia —obstaculizada por muchas impunidades, que tiene diversos señalamientos por algunas medidas tomadas, como la Ley Antiterrorista que deberá ser derogada algún día.

Similitudes:

Pero el llamado “conflicto del campo” es exactamente un calco de los paros patronales con desabastecimiento que se hicieron contra el gobierno democrático de Salvador Allende en Chile en los años ‘70, que en ese caso culminaron con el golpe militar de 1973.
Ese mismo accionar fue aplicado contra otros gobiernos democráticos.
El paro patronal en Venezuela antes del golpe militar de abril de 2002, tiene las mismas características y también está siendo utilizado como una serie de conflictos aparentemente sindicales o estudiantiles, cuya génesis no es genuina. Así se ha visto en los últimos tiempos en Bolivia y Ecuador.


El paro patronal en Venezuela antes del golpe militar de abril de 2002,
tuvo las mismas características del lock out agrario.


La experiencia de Brasil con el llamado terrorismo mediático es trágica, como ha investigado el periodista de ese país Beto Almeida. “Getúlio Vargas, quien presidió el país en la etapa en que más se nacionalizó la economía, creando leyes que favorecían a los trabajadores”, la universidad pública con incentivos a la educación gratuita, además de crear la Radio Nacional, de gran repercusión popular, “fue duramente atacado por la prensa por esas posiciones nacionalistas y antiimperialistas”.
Recuerda Almeida que “exactamente 30 días después de haber firmado la Ley que creaba Petrobrás, Vargas fue llevado al suicidio el 24 de agosto de 1954 bajo presión de una fuerte campaña terrorista mediática que hablaba de corrupción y acciones nunca comprobadas de su gobierno.”
Aunque Vargas había creado la radio pública, “había cometido el error de permitir que la televisión naciera privada en Brasil, e inmediatamente asociada a los intereses económicos extranjeros, que jamás han aceptado la nacionalización del petróleo, de las riquezas minerales, las leyes de protección al trabajador, y que estaban determinados a no permitir que su gobierno siguiera adelante.”
En este caso el cerco mediático, de TV, radio y periódicos “fue determinante para desmovilizar a la población, y crear un clima de terror”.
En Brasil se cita también otra experiencia trágica con el terrorismo mediático utilizado en 1961, cuando renunció el presidente Jânio Quadros “y los mismos que antes habían derrocado a Getúlio Vargas no querían permitir que João Goulart, vicepresidente electo, asumiera el cargo presidencial, conforme la Ley” acusándolo de comunista, “tal como ahora se acusa a los presidentes populares y progresistas de encubrimiento al terrorismo” o de otros cargos no comprobados”, señala Almeida.
Fue determinante también la intromisión de Estados Unidos en la política brasileña, con ayuda del poder económico, la distribución de dólares para la compra de diputados, medios de comunicación, como lo confesó el propio ex embajador norteamericano en Brasil en 1964, para la organización del golpe de estado contra Goulart. “Las manipulación mediática creó también entonces un clima de terror en la sociedad.”

Una respuesta a la acción popular:

Simplemente citamos estos casos para entender los elementos del llamado “golpe blando”, para formar un cerco y minar las bases del gobierno, confundiendo a la sociedad en su conjunto.


Los organismos de inteligencia de Estados Unidos reconocen ahora que “aprendieron” de las rebeliones populares que se produjeron en los últimos años en América Latina cuando derrumbaron presidentes que no cumplieron sus programas electorales (Ecuador, Bolivia, Argentina). En los “golpes blandos” sólo falta que otros sectores —no populares— encabecen las acciones y arrastren a grupos supuestamente progresistas o de las “nuevas e imprecisas izquierdas” que surgieron en este período histórico. Así lo dicen.
Por estos días en Argentina ya se mencionaron varias veces algunas ideas para un “reemplazo de la presidenta”. El periódico La Nación sugirió hasta el posible sucesor post golpe contra el gobierno actual, en este caso Carlos Reutemann, ex gobernador de Santa Fe que estuvo ligado al ex presidente Carlos Menem, el hombre que entregó al país a los capitales extranjeros.
Los “golpes suaves” son parte del esquema de la Guerra de Baja Intensidad (GBI), el plan básico de contrainsurgencia que abarca lo político, diplomático, cultural, informativo, militar, en el esquema actual de recolonización de América Latina, elaborado por Estados Unidos.
Para este nuevo tiempo la GBI fue reciclada en los años ‘90, después de haber sido “exitosa” en la siembra de dictaduras en los años ‘70, y en las numerosas operaciones criminales que llevó adelante en cumplimiento del plan general de la Doctrina de Seguridad Nacional durante la Guerra Fría.
Se necesitó su readecuación después de la caída de la Unión Soviética, y esa adecuación “dialéctica” al analizar los posibles conflictos de los años 2000, es lo que estamos viendo ahora con la creación de un enemigo tan ambiguo y por eso mismo tan fácil de usar en cualquier circunstancia como el “terrorismo” o el “narcotráfico” y estas nuevas fórmulas golpistas, para lo cual hablando de “reconciliación” e impunidad “democrática” mantuvieron casi intactos en todos nuestros países a los responsables y actores de las pasadas dictaduras.



miércoles, 13 de agosto de 2008

Incógnitas del país K

Ciertos matices socioculturales exigen ser auscultados con la K, letra más sugerente y misteriosa que la racional y jactanciosa X. Kafka la usó para nombrar el tipo de persona que un coetáneo (Robert Musil) ubicó en el ficticio estado de Kakania. Ni el uno ni el otro escritor supieron que ambas K adquirieron forma real en la ribera occidental del río de la Plata.
de José Steinsleger (
La Jornada) 23/07/08

La Kakania moderna nació en 1862. En una primera ronda de luchas, tras independizarse de Hispania, los kakanitecos sufrieron serios reveses a manos de los patriotas. Finalmente, los británicos acudieron en su ayuda, pero a cambio tuvieron que entregar sus carnes y mieses a perpetuidad.

Los fundadores de Kakania admiraban a Estados Unidos. De hecho, la Constitución fue calco y copia de la jeffersoniana. Sin embargo, Britania empleó sus mañas a fondo y el espíritu confederativo original se diluyó en el término “nación”, concepto inaprensible que, así como defendía el libre cambio, consagraba la gran propiedad territorial.

La idea (perversa) apuntaba a que los nativos se sintiesen depositarios de la “unidad nacional”. O sea de los intereses de la Aduana. Kakania desistió de impulsar el mercado interno (como en Estados Unidos) y optó por lo fácil: la extensión de la “frontera agrícola”, eufemismo de matar a los indios de las pampas, con el propósito de apropiarse de sus mejores tierras.

Ningún presidente de Kakania, never, puso en duda tal modalidad civilizatoria. En este contexto nació la Sociedad Rural Kakaniteca (SRK, 1866). “Cultivar el suelo es servir a la patria”, fue su lema. Y con ella alzó vuelo la prodigiosa generación de escritores y pensadores que sentaron las bases de la ideología kakaniteca: todos los ciudadanos son iguales ante la ley, pero no todos son igualmente ciudadanos.

Con el tiempo, Kakania negoció todas sus commodities, es decir, cualquier cosa vendible a futuro en el “mercado global”: trigo, cereales, soya, petróleo, intelectuales, yacimientos mineros, gas, futbolistas, medios de comunicación, políticos, retazos del país, el país entero inclusive. Fortaleciose así la mentalidad rentista, individualista y parasitaria, sello distintivo del kakaniteco.

El crecimiento de la ideología kakaniteca fue notable. Buena parte de los nativos interiorizaron el habla, los sentimientos, la escritura, el pensamiento de sus explotadores, sublimando lo que en lengua vulgar llamaríamos “lavado de cerebro”, y en gramsciano “hegemonía”.

Aldeanamente cosmopolitas, proliferan en Kakania teóricos cuyo talento consiste en simbolizar la realidad en inescrutables formulaciones muy poco realistas. Los kakanitecos dominan la técnica de las definiciones y los enunciados. Nada se les escapa, son autorreferenciales y siempre repiten lo mismo. Y cuando hablan del resto del país le llaman “interior” o “campo”, en longitudes de onda que se transmiten con turística emocional nacional.

El bando de los kakanitecos exige más “seguridad”, “orden”, concentración y explotación económica, más guerra mediática y más corrupción. Obviamente, nunca reconoce que éstos sean sus reclamos. Y el de los justos, más sectarismo, más verdades innegables, más ideologización, más indignación moral. Obviamente, ídem.

A veces, cuando los patriotas que sojuzgan y discriminan alzan la cabeza o patean el tablero (se les dice “negros…”), el kakaniteco es presa de la histeria, pues todo tiende a escapar de lo programado en la Kakania de ficción, donde al menos el emperador contenía los desbordes del pensamiento fantasmagórico.

En cambio, en la Kakania real la democracia es una variable al uso de versátiles y lujosos envoltorios que se predican en primera persona del singular. Demasiado lejos de Dios, colgados del mapa, los kakanitecos tratan de ser humildes. Pero ni con ellos mismos pueden.

Algunas veces, cuando me doy una vuelta por Kakania, preguntan: “Che… ¿y cómo andan las cosas en Kafkatitlán?” Ya no respondo. Me consta que si lo hiciere, me cortarían con una frase emblemática del ser nacional kakaniteco: “mirá… yo te voy a explicar qué pasa en Kafkatitlán”.

Los kafkatitlanecos guardan extraña devoción por los mitos kakanitecos: Maradona, El Bife, Borges, el tango, la ciudad blanca y linda “… tan parecida a las de Europa”. Es decir, por todo lo de su “economía” y “cultura”, mas no por la recurrente intromisión de la política en todo lo de su economía y su cultura.

En días pasados, con el afán de impedir la aprobación de una ley perjudicial a sus intereses, la SRK movilizó a miles de nativos por las elegantes calles de Kakania. Entonces, lo impensable se hizo realidad: jóvenes con pancartas de Trotsky, Lenin, Evita y Perón (línea disidente) marcharon codo a codo con señoras nais que gritaban “¡si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está!”
En 1979, el embajador de Cuba en Kakania, me dijo: “Hasta Lima, América Latina es García Márquez. Pero de allá para abajo… ¡es Casca, chico! ¡Casca!”. Comentario atinado: a mayor complejidad cultural y económica, menor precisión ideológica. Uhm… ¿Kramsci?

lunes, 11 de agosto de 2008

Chumbita II

Publicado en “El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX”,Tomo II (comp. Hugo Biagini y Arturo Andres Roig), Buenos Aires, Biblos, 2006.PATRIA Y REVOLUCION:LA CORRIENTE NACIONALISTA DE IZQUIERDAde Hugo Chumbita.

Una interpretación marxista

El marxismo, “un humanismo cuyo centro es el proletariado y su circunferencia, el género humano” según términos de Hernández Arregui, era a la par “un método para la investigación de la historia y la cultura”, que debía aplicarse sin incurrir en traslados mecánicos, como habían hecho en Argentina “las izquierdas europeístas”. Por sobre las “deformaciones stalinistas”, el marxismo tenía que “recrearse” desde el mundo colonial[1].
Puiggrós defendía el método marxista de sus reductores y detractores, explicando que las “condiciones de vida material” constituían las raíces de las formas culturales, jurídicas y políticas, en un nexo de carácter dialéctico: el materialismo histórico, lejos de ser un determinismo económico, “abarca el conjunto de los fenómenos en sus conexiones recíprocas y en su mutuo condicionamiento”, estableciendo una graduación o jerarquía entre las causas del proceso histórico.
Relativizando el internacionalismo de Marx, Puiggrós subrayaba la constatación del Manifiesto Comunista de que “la campaña del proletariado contra la burguesía empieza siendo nacional”; aunque recién medio siglo después Lenin, al caracterizar el paso del capitalismo a la etapa imperialista, había sacado a luz el problema nacional en los países dependientes, según “la ley del desarrollo desigual”, propiciando -como también Stalin y Mao- el frente revolucionario con la burguesía dentro del cual debían dirimirse las contradicciones internas
[2].
Hernández Arregui citaba asimismo opiniones de Marx -por ejemplo su apoyo a la lucha de los irlandeses contra Inglaterra y de los polacos contra Rusia- congruentes con la línea leninista sobre la alianza de todas las tendencias interesadas en la liberación nacional. Por su parte, Ramos, Rivera y otros ponían énfasis en los aportes teóricos de Trotsky
[3] -a quien Hernández Arregui, sin suscribir “el trotskismo”, reconocía haber aplicado con coherencia el marxismo a la situación de los países dependientes, y Puiggrós sólo citaría ocasionalmente para desdeñar su “soberbia” intelectual y la de sus epígonos.
Spilimbergo advertía que Marx y Engels, pagando tributo a su condición de europeos, enunciaron en el Manifiesto de 1848 ciertas conclusiones “simplistas” (como que “la burguesía... Lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes”), escollo ideológico frente al cual se imponía una distinción que la izquierda europeísta había sido incapaz de efectuar:
“...Siempre hay un conflicto entre el dogma y el método, entre la construcción teórica elaborada para un tiempo y un lugar históricos, y los procedimientos y fines del análisis. Cambiadas las circunstancias, se establece la discordia entre construcción doctrinaria y método animador, entre la armazón lógica y el elemento dinámico, intencional, actuante de la doctrina. Optar por el dogma, como se hizo, fue traicionar la esencia revolucionaria del marxismo...”
No obstante tales prevenciones, Spilimbergo dedicó un ensayo a rescatar en Marx los elementos de una visión de la cuestión nacional diferente a la del cosmopolitismo “civilizador” que le adjudicaba la lectura de su obra por los “socialistas cipayos”. En la década de 1860, observaba, Marx y Engels revisaron su concepción internacionalista y apoyaron algunos movimientos nacionales de los países oprimidos
[4].
Cooke tomaba de Marx, en particular de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, las herramientas de análisis aplicables a una situación histórico-social concreta: la alienación cultural argentina como país dependiente, y encontraba asimismo allí las bases de una concepción humanista revolucionaria, la lucha por la desalienación “material y moral”, en el mismo sentido que las propuestas de Ernesto Guevara sobre el “hombre nuevo”
[5].
Agreguemos que el manifiesto de C.O.N.D.O.R., agrupación que Hernández Arregui fundó en 1964 pensando reeditar la experiencia de F.O.R.J.A., adoptaba explícitamente “la metodología del marxismo” para la investigación de la realidad histórica y “como guía de la acción política de las masas”, aunque “sin dejarse dominar” por el método, conforme a la advertencia del propio Marx. Instaba además a otras tendencias embarcadas en la causa nacional a despojarse de prejuicios y “comprender, de una vez por todas, la poderosa validez de un sistema de ideas que influye en todo el pensamiento contemporáneo”
[6].

Un nacionalismo revolucionario

El eje de esta línea ideológica era el carácter nacional de la Revolución, entendida como culminación de las luchas históricas contra la dominación colonial y semicolonial. Frente a los socialistas y comunistas que predicaban una reforma o revolución democrático-burguesa para superar el atraso feudal, la izquierda nacionalista concebía una revolución antimperialista, dirigida ante todo a romper las ataduras externas. En ella podían concurrir sectores burgueses y del ejército, pero debía basarse primordialmente en las masas trabajadoras, a las que era necesario infundir una perspectiva socialista. “El nacionalismo toma las únicas formas que puede tomar hoy en día: formas socialistas” escribía Cooke a Perón a propósito del caso de Argelia[7].
Ramos invocaba “la tradición de un nacionalismo democrático revolucionario” en la cual se insertaba su partido levantando las banderas del socialismo, lo cual suponía un salto cualitativo respecto al nacionalismo meramente defensista. No obstante esas ostensibles diferencias, un periódico nacionalista conservador acusó de plagio a la izquierda nacional, afirmando que su bagaje, desde el revisionismo histórico hasta el examen de los hechos econó­micos, estaba “calcado del nacionalismo” en una “laborio­sa adapta­ción”
[8].
Recíprocamente, al comentar Revolución y contrarrevolución de Ramos, Hernández Arregui saludaba su lograda aplicación del método marxista y, anticipándose al reclamo de lo que el autor “les debía” a los historiadores rosistas, enrostraba a éstos cuánto había en sus trabajos de “aplicación subrepticia y parcial de los supuestos metodológicos del materialismo histórico”.
Hernández Arregui sostenía que “hay un nacionalismo reaccionario y un nacionalismo revolucionario”, entre los cuales marcaba diferencias tajantes, citando por analogía el aserto de un dirigente negro norteamericano de que “el nacionalismo blanco es lo contrario del nacionalismo negro”. El autoritarismo del nacionalismo de derecha, observaba, lo llevó a identificarse con el fascismo. Aunque ponderaba la labor de los historiadores revisionistas y la exaltación de la cultura nacional a partir de la saga del gaucho en Lugones, denunciaba los prejuicios racistas y clericales en esta tendencia y su paradójica inspiración en teorías extranjeras como las de Charles Maurras y Thierry Maulnier.
El nacionalismo de las grandes potencias y de los ideólogos europeos, alegaba, era de índole diferente al de los países coloniales. Aquél pretendía conservar naciones segregadas, en tanto el nacionalismo iberoamericano requería trascender los aislamientos regionales. Autores como Fichte se dirigían al pueblo alemán a través de las clases altas; pero en Iberoamérica era inútil interpelar a las oligarquías, que veían en el pueblo a su enemigo.
“La etapa nacionalista es inevitable. Pero este tramo, en los países coloniales que recién entran en él, es distinto al que han recorrido en el siglo XIX naciones como Alemania o Italia. Y por tanto, tal distingo en nuestra realidad americana pide una interpretación distinta.”
El nacionalismo de masas, propio de los pueblos dependientes, según los términos de Hernández Arregui, luchaba para liberar “una patria interminada”. Había que arrancar la capa superficial de “la cultura aparente”, fruto de la colonización educativa, para exhibir la cultura del pueblo -“las entrañables tradiciones del país, sus costumbres heredadas, que son creaciones colectivas, la fidelidad al suelo”, “sus hábitos de pensamiento y sus modos de sentir”- como un momento necesario, premonitorio, en el “tránsito racional hacia la liberación del coloniaje”
[9].
Astrada -a quien Hernández Arregui reprochaba incursionar de manera “casi” abusiva en las brumas metafísicas para llegar al meollo de lo real- había expresado los mismos ideales, clamando por preservar “el carácter de un pueblo”, su idiosincrasia y autonomía, conquistar “una progresiva conciencia nacional” en la fidelidad al propio destino de los argentinos, “realzarlo en las creaciones del arte y la poesía, esclarecerlo en el pensamiento filosófico, abrirle cauce en la ciencia y en las instrumentaciones de la técnica, dentro de las estructuras sociales de una comunidad justa y libre” para promover “la continuidad de nuestra estirpe”
[10].
Puiggrós descalificaba al nacionalismo reaccionario inspirado por “el miedo y el odio” al movimiento obrero, confiando en la fuerza de un nacionalismo popular, “proletario”, que no era antagónico al internacionalismo, pues su realización completa desembocaría en el mismo, al conducir a “la unidad de la especie humana”
[11].
Es sugestivo acotar que Astesano, en su trayecto hacia una cada vez más acentuada heterodoxia, llegó a afirmar que el materialismo histórico, centrado en la lucha de clases, no concedía un lugar suficiente a la lucha de comunidades como los pueblos y las naciones, por lo que proponía otro método: el “nacionalismo histórico”, dado que el nacionalismo era la cuestión principal a la que debían subordinarse las contradicciones de clases
[12].
Los expositores de esta corriente coincidían en condenar el seguidismo pro soviético y las manipulaciones del internacionalismo proletario, si bien existían disonancias entre Ramos, Rivera y los que, en la línea trotskista, repudiaban la desvirtuación de la Revolución Rusa por la “burocracia soviética”, y quienes, como Cooke, Hernández Arregui y Puiggrós, veían con mayor benevolencia la política de la URSS y valoraban su apoyo a las revoluciones del Tercer Mundo. En general todos aprobaron el giro “tercerista” de China, donde Mao amalgamaba su propia versión marxista con la milenaria cultura oriental.


Hacia un pensamiento americano


La izquierda nacionalista denunciaba un fenómeno de trastrocamiento de las ideas que cruzaban el Atlántico, por el cual a menudo lo que era progresivo para Europa se tornaba regresivo en América, y viceversa. Frente a los equívocos irremediables de esas ideologías de importación, lo que hacía falta era fundar nuestra propia visión del mundo.
Manuel Ugarte fincaba en la doble raíz hispánica e indígena la originalidad americana y la posibilidad de otra cultura: “la promesa de una nueva modalidad humana, de un pensamiento distinto dentro de los valores universales”
[13].
Astrada rechazó de plano las ideas de Sarmiento, así como la “artificiosa aclimatación de las formas externas de una civilización de trasplante” que achacaba a la oligarquía imitadora, servil al capitalismo extranjero. Encontraba un prospecto de pensamiento emancipador en Moreno, Belgrano, San Martín y Monteagudo, en Juan María Gutiérrez, en los atisbos de Echeverría y Alberdi donde se advertía la influencia de Herder, y sobre todo en las claves poéticas del Martín Fierro de Hernández. El camino no era la copia, sino “la adaptación y aplicación de las ideas y concepciones europeas en función de las necesi­dades de la sociedad latinoamericana”. Contra la afirmación de Hegel de que las antiguas culturas de este continente “tenían que sucumbir” ante el “Espíritu” universal, argumentaba que esta última abstracción
“no ha sido ni podía ser un principio determinante de la cultura que se viene gestando en Latinoaméri­ca, cuyo paideuma está penetrado por lo telúrico y por el aliento impon­derable del milenario pasado cultural amerindio. Del encuentro y conjuga­ción de estos factores condicionantes y los valores sociales de la cultura universal surgirá, con una organización social basada quizá en una inte­gral democra­cia de bienes, una Weltans­chaung (cosmovisión) propia, como expresión de una forma de vida diferen­te de la occidental”
[14].
Puiggrós cuestionó el tratamiento habitual de la realidad americana como resultado de relaciones puramente externas, punto de vista que colocaba a las grandes potencias como transmisoras activas de civilización y a los pueblos atrasados como receptores pasivos, subestimando la función determinante de las causas internas.
“No es que las causas externas dejen de tener influencia, a veces primordial... El error consiste en colocarlas en el lugar correspondiente a las causas internas, en diluir éstas al no presentar más que aquéllas, en no ver que las causas externas actúan sobre un fondo o base ya creado por las causas internas. Las causas externas intervienen en los cambios sociales por intermedio de las causas internas en la medida que estas últimas se lo permiten”.
Puiggrós criticaba los estragos que había hecho entre los marxistas el diletantismo de José Ingenieros, en cuya sociología “los altibajos de la historia argentina vendrían a ser el reflejo empequeñecido y tardío, casi una caricatura, de la lucha entre reacción y revolución en Europa”. En cambio rescataba de Ricardo Rojas, pese a su historicismo idealista, las sugerencias de “no vestir prestadas formas de Europa”, sino asimilar la cultura universal “buscando en la propia vida americana las normas que convienen a nuestra capacidad creadora”.
La explicación de la realidad por las causas externas, el culto a la “universalidad” y la incapacidad de ver “lo singular” había llevado a los “comunistas fideístas” a creer en “la revolución exportada”, y también a la teoría de la “reacción exportada”: la URSS exportaba revolución proletaria, Alemania exportaba nazifascismo, y nuestro país quedaba “librado a la suerte de la importación”. Así era cómo, ignorando la cuestión nacional, socialistas y comunistas, igual que los liberales, no habían podido entender al peronismo. Para Puiggrós, la emancipación en Argentina era parte de la liberación de la humanidad, pero en concreto sólo podía inteligirse su sentido atendiendo al proceso de las causas internas
[15].
La tarea que Hernández Arregui emprendió fue, ateniéndonos a sus palabras, “la construcción de una imagen del país opuesta a la visión europeísta de la cultura”. Este propósito racional se cimentaba en un sentimiento de amor e identificación con el interior, con el arte popular, con la realidad profunda del continente en la que germinaba “la autoconciencia de la nación”. Frente al “engendro espiritual” del país enajenado, sostenía que “sólo una filosofía independiente de Europa puede interrogar y traducir la realidad nacional en gestación”. Lo planteaba en futuro, pues los pueblos colonizados sólo podían dar “una filosofía bastarda, superflua, marginal”. Pero el espíritu nacional vivía en las masas, y los intelectuales debían beber de esas fuentes para producir “un pensamiento original”
[16].
Con intención semejante, Astesano se empeñaría en elaborar una síntesis comprensiva de la historia de América, retomando la preocupación de Darcy Ribeiro por centrar en esta realidad el enfoque de la evolución social universal.


La revisión histórica

Otro aporte perdurable de estos autores fue la reinterpretación de la historia argentina en el contexto sudamericano, refutando ante todo la historiografía liberal mitrista y sus versiones de izquierda, pero discrepando también con el revisionismo rosista.
Siendo diputado, Cooke había impugnado el falseamiento oligárquico del pasado como cobertura de “la tremenda entrega económica del país”, resaltando el sentido de la batalla ideológica para establecer la verdad y reivindicar las luchas y los caudillos de las masas populares contra los dogmas históricos y económicos que servían al imperialismo
[17].
Ramos argüía la filiación hispánica del liberalismo de la revolución de Mayo, fruto de la escisión de “las dos Españas” y -citando a Puiggrós y José María Rosa- reivindicaba el Plan de Operaciones de Moreno, expresión del “jacobinismo sin burguesía” que resultó derrotado en el reflujo contrarrevolucionario. Exponía la centralidad del conflicto entre el interior mediterráneo y los intereses mercantiles porteños, dilema ante el cual el litoral ganadero vacilaría pactando con la ciudad-puerto. Justificaba la rebelión de Artigas, así como a las montoneras y los caudillos gauchos, enfrentando a los unitarios rivadavianos; denunciaba la creación del Estado-tapón del Uruguay como parte de las agresiones neo-colonialistas, y juzgaba con cierto equilibrio el rol de Rosas: aunque “rechazó las exigencias del comercio importador y del capital extranjero”, no logró “una nueva base de sustentación acorde con el desarrollo mundial del capitalismo”, pues su nacionalismo estaba condicionado por la clase saladerista en cuyos límites se movía
[18].
Vivian Trías, comparando la política agraria y las ideas económicas de Rosas con las de Artigas, coincidía en marcar esa limitación del rosismo que, no obstante jaquear y combatir con eficacia la “satelización colonial”, no logró romper la dependencia de los estancieros respecto a los intereses británicos, incubando así su propia derrota
[19].
Astesano, menos reticente, desarrolló la noción de Ramos de que Rosas “fue la primera expresión capitalista en la Argentina” y lo caracterizó como pionero de una burguesía nacional, propulsor de un capitalismo basado en la organización productiva de la estancia, el trabajo asalariado, el desarrollo del transporte fluvial y la protección de las economías regionales
[20].
Astrada, aunque se refirió con desdén a los caudillos federales y censuraba sin ambages a Rosas, hacía una importante salvedad:
“Caseros, en la petit histoire argentine, es la Troya -por lo del caballo- de la frustración argentina, pues es necesario disociar entre la caída inevitable y necesaria de Rosas, y la instrumentación de ella, digitada por el extranjero y en beneficio de los intereses foráneos”
[21].
El relato de Ramos sobre la etapa de la “organización nacional” exhibía las defecciones de Urquiza y las agresiones de Mitre contra el interior y el Paraguay, apoyándose en Alberdi. Matizaba el retrato del “loco” Sarmiento reconociendo su “amor por la cultura”, aunque este sanjuanino “transigió sistemáticamente con la oligarquía porteña para poder vivir y expre-sarse”. Era benevolente con Avellaneda por su simpatía con las posturas industrialistas, y sobre todo con Julio A. Roca, a quien describía como líder de una reacción de los grupos burgueses provincianos, que hizo un gobierno laicista y progresista, si bien terminaría “incrustado” en el sistema oligárquico
[22].
Spilimbergo compartía la visión de Ramos, y Alfredo Terzaga fue aún más entusiasta en su biografía de Roca. Sin embargo, esta interpretación era rechazada por otros autores. Hernández Arregui coincidía con Ramos acerca del influjo del liberalismo español en la emancipación y el juicio sobre Rosas, pero discrepó con su versión del roquismo: “Roca, en última instancia, fue absorbido por la oligarquía y nunca dejó de ser su representante”
[23].
Puiggrós ahondó en una amplia revisión de la historia argentina y de la región del Plata, incluyendo la conquista y la colonización española. Su caracterización del sistema económico de la colonia como “feudal” lo involucró en una resonante polémica con André Gunder Frank y otros historiadores de izquierda, que si contribuyó a elucidar los modos de producción en la formación americana, también mostraba las dificultades de las categorías clásicas marxianas para explicar la dualidad colonial.
El cuadro que trazó Puiggrós de la revolución de 1810 hacía hincapié en el Plan de Moreno y la lucha federal de Artigas. Su análisis de la contradicción del interior con el puerto y de las guerras civiles no se apartaba demasiado del revisionismo nacionalista, pero sus apreciaciones sobre Rosas establecían sensibles distancias: el federalismo rosista, decía, no fue más allá de la defensa de la autonomía de la provincia que poseía el puerto único, instrumento del avasallamiento de las demás; el dictador tiranizó al pueblo, reduciendo el presupuesto de la educación para aumentar el de la policía; “la patria de Rosas no era la nación sino la estancia”. En cuanto al “roqui-juarismo”, juzgaba que su liberalismo anticlerical no podía disimular que “practicó la política de los grandes terratenientes y del capital extranjero”
[24].

[1] J. J. Hernández Arregui, Nacionalismo y liberación, 1969, p. 68-71, 31 y ss.
[2] R. Puiggrós, Historia crítica de los partidos políticos argentinos, 1986, p. 30-31; El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 41 y ss.
[3] J. A. Ramos, La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 109 y ss.
[4)J. E. Spilimbergo, Juan B. Justo y el socialismo cipayo, s/d, p. 45, 15, 46-47; La revolución nacional en Marx, s/d.
[5] Citas de Cooke en N. S. Redondo, El compromiso político y la literatura, 2001, p. 133 y ss.
[6] Hernández Arregui, Nacionalismo y liberación, 1969, apéndice.
[7] Perón/Cooke, Correspondencia, 1984, p. 219.
[8] Periódico Azul y Blanco, en A. Methol Ferré, La izquierda nacional en la Argentina, s/d, p. 39-42.
[9] Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 484-485; Nacionalismo y liberación, 1969, p. 97-100 y 189-198.
[10] Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 215. C. Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 151.
[11] Puiggrós, El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 35-48.
[12] E. B. Astesano, Nacionalismo histórico o materialismo histórico, 1972, p. 202-206.
[13] M. Ugarte, La reconstrucción de Hispanoamérica, 1961, p. 9.
[14] Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 1, 25, 75, 139 y ss, 85 y ss, 137.
[15] Puiggrós, Historia crítica de los partidos políticos argentinos, 1986, p. 11, 16 y ss, 32 y ss.
[16] Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 50; Qué es el ser nacional?, 1963, p. 260 y ss.
[17] Homenaje a Adolfo Saldías (1949), en R. Gillespie, J. W. Cooke. El peronismo alternativo, 1989, p. 104-109.
[18] Ramos, Las masas y las lanzas. 1810-1862 (vol. 1 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p 19 y ss, 31 y ss, 75 y ss, 160 y ss.
[19] V. Trías, Juan Manuel de Rosas, 1974, p. 99.
[20] Ramos, Las masas y las lanzas, p. 149. Astesano, Rosas. Bases del nacionalismo popular, 1960.
[21] Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 148.
[22] Ramos, Del patriciado a la oligarquía. 1862-1904 (vol. 2 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 171 y ss.
[23] Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 480-481.
[24] Puiggrós, Rosas, el pequeño, 1944; Historia crítica de los partidos políticos argentinos, 1986, p. 137.

viernes, 1 de agosto de 2008

Y dale con Feinmann

Lo que está en juego - por José Pablo Feinmann (13/07/08).

Hay dos cosas totalmente diferenciadas que andan en el país o cerca del país. Una es la IV Flota del Comando Sur de la Armada de los Estados Unidos. Sobre ella, hablaremos. Lo otro que anda por aquí son tres cartas firmadas por nuestros más prestigiosos intelectuales y artistas. Esto anda por Internet. Ignoro qué efecto podrá causar, pero a quien quiera enterarse se lo decimos: los mejores artistas e intelectuales de la Argentina, los más respetados, los que más han hecho por la cultura de este país y están vivos, se han unido para firmar un texto que denuncia, sin más, la agresión a un gobierno democráticamente elegido al que todos ellos quieren defender. Porque se trata de estar con la democracia o no. A algunos que la jugaron de progres en otros tiempos sería atinado sugerirles leer la lista de esos escritores y plásticos. Y ver de quiénes se han aislado y a quiénes se acercaron sin retorno: a los escuadrones mediáticos del discurso único. A los que trabajan para determinados poderes, con eficacia pero sólo eso. Muchas máscaras han caído.

Lamentablemente la Carta que firman tantos de los mejores hombres y mujeres de la cultura de este país tiene poca eficacia. Un movilero de algún canal o alguna radio del Poder Mediático, bien adoctrinado, logra más con este simple mecanismo: el tipo va a una movilización del Gobierno y encuentra a un obrero. Le pregunta: “¿Cómo lo trajeron aquí?”. Después va a un agro-cacerolazo, se acerca a una joven o a un joven y pregunta: “¿Por qué viniste aquí?”. La basura queda en la conciencia pasiva del que escucha o del que mira. El groncho de la Presidenta no va, lo llevan. No tiene voluntad propia. Le dan un choripán y ahí lo tienen. Comiendo de la mano de los gordos de los sindicatos. ¿O los grasas peronistas no son así? Por el contrario, el teflón-boy (o la teflón-girl), el garca que se ha venido desde Acassusso o Recoleta, es la expresión de una conciencia autónoma. El ha elegido libremente. Sabe la causa por la que lucha. Nadie va a comprarlo. Es lúcido. Es culto. Es la expresión de la libertad del ciudadano. Esto llega, penetra porque expresa el racismo de gran parte de nuestra clase media (de toda la alta) y de los sectores de elevado poder adquisitivo que, según es larga tradición, enfrentan otra vez a un gobierno peronista, aunque este Gobierno sea tibiamente nacional y popular, pero ha incurrido en el horror del intervencionismo de Estado, y algunos otros imperdonables horrores también. Si no, la embestida que sufre no sería tan a fondo.

La Carta de los intelectuales (que analiza con rigor los sucesos de estos meses y el surgimiento de una nueva derecha) tiene muchísimas firmas. Algunas, sólo algunas, de ellas son las de: Roberto “Tito” Cossa, Jorge Dubatti, Patricio Contreras, León Ferrari, Lilia Ferreyra, Juan Forn, Ricardo Forster, Norberto Galasso, Octavio Getino, Horacio González, Nicolás Casullo, Eduardo “Tato” Pavlovsky, Lorenzo Quinteros, Miguel Rep, Guillermo Saccomanno, Federico Schuster, Silvia Sigal, Horacio Verbitsky, David Viñas, Fernando Birri, Jorge Boccanera y la valiosa ensayista Pilar Calveiro, que ha hecho llegar su firma desde México, donde reside. Estoy seguro de que también firmaría este texto Ernesto Laclau. ¿Dónde está la verdad? ¿Quiénes tienen razón, los poderosos de las radios y de los programas televisivos, con sus gigantescas empresas detrás, o estos intelectuales y artistas argentinos? El tema de la verdad es complejo. Foucault (basándose en Nietzsche) enseñó que la verdad es una creación del poder. Sin embargo, yo tengo una certeza absoluta, definitiva: prefiero equivocarme con David Viñas, León Ferrari o Roberto Cossa a tener razón con Carrió o Chiche Gelblund.

¿Qué está sucediendo en el país? No es tan complejo. Se debate una interna peronista. La IV Flota anda por aquí precisamente durante estos días y no es casual. Les recuerda al país y a toda América latina que el mundo se ha globalizado. Que los conflictos de Estados Unidos serán enfrentados directamente por el Imperio. Causa tristeza que el secretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Thomas Shannon, tenga la gentileza de aclararle a nuestra Presidenta que la IV Flota no navegará por aguas territoriales argentinas ni por sus ríos. ¿No es una grosería aclarar eso? ¿Y qué suponía que podía esperar el gobierno argentino? ¿Que la IV Flota se metiera en el Paraná e hiciera maniobras por ahí? Y no crean que el secretario de Estado no se habrá hecho tiempo para hablar con unos cuantos líderes de la oposición: “Señores, ¿cuándo nos limpian este gobierno terrorista? ¿O tendremos que hacerlo nosotros?”.

Todo lo que ha ocurrido hasta ahora tiene por finalidad minar el poder de este gobierno. Debilitarlo, restarle credibilidad, restarle gobernabilidad. Para el Poder agrícolo-mediático éste es un gobierno muy irritante. Que sea peronista no les importa tanto. Es más: ellos saben que sólo el peronismo puede hoy gobernar en la Argentina. Pero el peronismo se caracteriza por ser un aparato. Es un instrumento de poder. No tiene ideología. Tiene máscaras. Tiene grupos de poder. Tiene liderazgos. Este es un mundo con muy pocas ideologías. Bush está en Irak más por intereses energéticos que por motivos ideológicos. Cristina Fernández es una cara del peronismo que los hombres del Poder agrícolo-mediático no quieren tolerar. Como, por desgracia para ellos, ha ganado recientemente unas elecciones con un alto caudal de votos, tienen que hacerlo. Pero se trata de tolerarlo lo menos posible. Si se erosiona la imagen de la Presidenta, si se le demuestra que otros sectores de poder pueden torcerle la muñeca, soliviantarle el país, causar hambre, desabastecimiento, cortar rutas, anunciar que tienen armas y adueñarse del territorio con una impunidad nunca vista en esa extensión, habrán logrado algo importante. La finalidad es: que “la pareja montonera” se vaya lo antes posible, sacarlos de la foto. No piden que se vayan todos. Piden que se vayan “ellos”. Con “ellos” se irán los suyos, esos malditos terroristas. Es posible que intenten hacerle impracticable la gobernabilidad a Cristina Fernández. Se lograría con nuevas puebladas del “campo” en todas las provincias. Con el desmadre de las clases medias en Buenos Aires. Y con el Poder Mediático pidiendo orden y “si no, alguien que pueda imponerlo”. Descartemos toda intentona militar. No se trata de eso. (Además, el golpismo de los estados nacionales ha muerto. Ahora, Estados Unidos se ocupa de modo directo de esas cuestiones. Y si delega algo, será mínimo y totalmente controlado por ellos. Kissinger no vendría a “aconsejar”. Vendría a dar órdenes.)

Se trata de lograr un reacomodamiento en el peronismo. En suma, que Kirchner pierda el control del aparato. Que los peronistas, que emigran con el que más poder tiene, se vean en la conveniencia de dejar sus filas. ¿Qué no toleran de los Kirchner? El intervencionismo estatal, por supuesto. Las famosas retenciones y el tibio intento de redistribución del ingreso. Pero sobre todo: lo que llaman el “montonerismo”. Hay que frenar los hostigamientos a los militares. Hay que borrar del mapa a Hebe de Bonafini, cuya imagen les resulta intolerable. También a esa señora Carlotto, por más arregladita que se la vea. Y a las Madres de Plaza de Mayo, que parieron hijos subversivos. Se les dio a esos hijos lo que se buscaron y esa etapa hay que cerrarla. Queremos peronistas que den por terminado de una vez por todas el tema de los crímenes de lesa humanidad. También quieren salir del Mercosur. Alejarse abiertamente de Chávez y de Evo Morales. Si Brasil sigue portándose como una gran potencia capitalista que surge incontenible, seremos sus socios. Y queremos volver a las relaciones carnales con Estados Unidos, aunque no utilizarán esta frase de malos recuerdos (que, sin embargo, la dijo alguien que les hizo muchos servicios). Pero, ¡basta de montoneros, de setentistas, de actos por las víctimas del bombardeo del 16 de junio! Esa injuria del Museo de la ESMA fue “intolerable”. Lo del cuadro de Videla. No, esta gente es peligrosa. Nunca se sabe hasta dónde podrá llegar alguien en quien no se confía.
Hay que sacar a los montoneros del Gobierno y a Kirchner de la conducción del PJ. La punta de lanza de este proyecto es el señor Miguens. Y los otros tres cruzados. O sea, la Sociedad Rural, que, por primera vez, da la cara por sí misma, sin militares de por medio como siempre lo hizo. Y, nobleza obliga, felicitaciones, señores: lo han hecho muy bien.

Luego, el poder mediático. Que tiene algo claro: no hay que tocar la Ley de Radiodifusión. Ahora bien, ¿cuál es el reemplazo a este Gobierno que tanto odio les despierta? Cualquiera lo sabe: no puede ser otro que Duhalde. El viernes 11 de julio, muy sonriente, se reunió con Jorge Busti. Hay que implantar un eje de poder opuesto al de Kirchner dentro del peronismo: éste fue el resultado de la reunión. Pero Duhalde no dará la cara. Tiene a su hombre, tiene la cara de Reutemann. Todo lo demás es palabrerío, aunque funciona bien. Puede que Cristina F. irrite a algunos. Puede –como me dijo alguien– que esta gente despierte “muchos odios”. Lo dijo porque se lo dijeron pero el mensaje entra. Los Kirchner provocan. Se los ve soberbios. Tienen marchas y contramarchas. Dan ventajas. Pero si se leyera la Carta de los intelectuales se vería que nosotros no saltamos de alegría por todo lo que hace este Gobierno. Sólo sabemos que, sin ser de izquierda, a la izquierda de él no hay nada. Y a la derecha, el aparato peronista manejado por Duhalde y con Reutemann como careta presidencial.
Es cierto que hay corrupción en este Gobierno. Eso va en contra de todos nuestros principios. Aquí no rige ni regirá el “roban pero hacen”. Pero tampoco podemos ser tan ingenuos: cualquier otro ha robado y robaría más. La política ya no se ejerce –ni aquí ni en ninguna parte– sin el dinero como arma de convencimiento, de presión o de amenaza. Uno no puede aceptar eso. Yo no podría hacer política. Pero en este gobierno (que, además, es democrático) habrá siempre mayor voluntad de transparencia que en uno manejado por el duhaldismo en pleno dominio del corleónico aparato peronista. Si lo tiran, sabemos lo que podemos esperar. Lo de siempre: el ostracismo, la vereda de enfrente, lo peor. Lo único que tienen como alternativa quienes desean debilitarlo y, a la larga, hacerle morder el polvo, es otra variable del peronismo. Pero bien de derecha. Tan de derecha que es temible. Sobre todo porque dará cauce al odio oscurantista de los cruzados iracundos de estos días. Y a la Sociedad Rural, que avaló e impulsó el genocidio y eso no se borra diciendo alegremente “cambiamos”. Cuando se apoyaron ciertos horrores, no hay retorno.