jueves, 30 de abril de 2009

Los que hacen la tarea

Por José Pablo Feinmann - Noviembre del 2007

No todas las tareas son iguales, no todas entregan a quienes las hacen la misma retribución, el mismo cálido, honorífico reconocimiento. Todo hombre desea ser reconocido. Incluso Hegel dijo que en eso consistía la historia humana: en el deseo de ser reconocido por el Otro. Pero, en la polis, hay reconocimientos que se retacean porque otorgarlos revelaría aspectos sombríos, incómodos. Hay tareas sucias. No todos están dispuestos a hacerlas porque no todos se atreven al verdadero sacrificio por la patria, acaso al más grande: al oscuro, al secreto, al que nadie ponderará. Hacia fines de 1974 la Argentina era un campo de batalla en el que la vida se tomaba ligeramente, con liviana crueldad, porque nada valía. Creo, seriamente lo creo, que debo decir por qué estoy metiendo al lector en una historicidad amarga, de recuerdo doloroso. Ando, desde hace tiempo, preparando materiales para un libro sobre la historia del peronismo. Se trataría, en lo posible, de reflexionar acerca de los materiales que van surgiendo. A esta reflexión sobre los hechos (y a otros elementos que se le suman) se le podría dar el nombre de Filosofía política. Pero esto es lo de menos. La cuestión –lo que aquí interesa– viene por otro lado. Hay un acopio de materiales y ese acopio exige meterse entre papeles, documentos y hasta hablar con algunas personas, preguntarles qué hacían durante el año, digamos, 1953 o 1956 o 1974. Detengámonos aquí, en este año, en 1974. Aquí es cuando la Argentina era un campo de batalla: el 1o de julio muere Perón. El 4 de julio la presidenta (la heredera de Perón, la vice que él se puso y que ahora gobierna, Isabel Martínez) confirma a López Rega como su secretario privado. Mala noticia para muchos: nadie ignoraba que López Rega manejaba la organización terrorista Triple A, que era un ejército de mercenarios que mataban sin cesar, y deseaban por tal motivo la caída del secretario de la presidenta. No: ella lo confirma. También mataba la guerrilla. Mataba tan irracionalmente como para matar a Arturo Mor Roig, que había sido ministro del Interior de Lanusse. El 31 de julio la Triple A mata a Rodolfo Ortega Peña, un hombre brillante, un notable historiador, un estilista. El ERP secuestra al mayor Larrabure. En septiembre el siniestro brigadier Lacabanne asume como interventor en Córdoba. Es un hombre comprometido con la Triple A, uno de los suyos, un asesino. Atilio López, un tipo bueno, un auténtico negrazo peronista, con bigotes, panza, cordobés, derrocado malamente por algo que se llamó el “Navarrazo”, recibe entre ochenta y cien balazos de la Triple A. Ni la cara le dejan. Sucede el 16 de septiembre, aniversario de la Revolución Libertadora. Al día siguiente asume un nazi en la Universidad de Buenos Aires, Alberto Ottalagano, más cercanamente recordado porque hizo el saludo hitleriano en medio de la campaña de Luder, en el ’83. Los Montoneros secuestran a los hermanos Born. Matan al médico policial Alejandro Bartosch. La Triple A mata a Julio Troxler, uno de los dos o tres que se habían salvado de la “operación masacre” de José León Suárez, en el ’56. Matan a Silvio Frondizi. En octubre, el ERP 22 de Agosto mata a Jordán Bruno Genta, un nacionalsocialista nativo que enseñaba a los militares las doctrinas del Führer alemán. Los Montoneros matan a Villar, policía formado por la OAS y la Escuela de las Américas, colocado por Perón en el más alto escalón de la Policía Federal. Montoneros roba y luego devuelve el cadáver de Aramburu. El ERP, en Tucumán, mata al capitán Viola y a su hija de tres años, otra queda malherida. En diciembre, el ERP 22 de Agosto mata a Carlos Sacheri, un profesor de filosofía, hombre de la derecha argentina que dictaba clases a los militares. Estos eran los tiempos. Durante ellos, en una revista de nombre Carta política, a fines de 1974, un periodista, que también daba cursos a los militares, con un estilo cuidadoso, con una prosa de una precisión, de una minuciosidad admirables, publica un texto (él es el director de la publicación) que titula: Meditación del elegido.

No se trata de un “artículo periodístico”. De eso que se llama una “nota”. Ni siquiera es un “editorial”. Es mucho más: es una meditación. Palabra venerable que remite a la filosofía y, muy especialmente, a la religiosidad. Tiene un aire medieval, tomista, que impone respeto, cierta distancia, la distancia de lo sereno, de la cautela, no el apresuramiento de lo periodístico, sino la hondura del silencio recoleto, austero. El efecto escalofriante del texto se produce por la austeridad del estilo y los hechos criminales a los que alude. Pocas veces el asesinato fue reclamado con tanto ascetismo, bajo la forma serena pero poderosa de una plegaria laica.

El autor del texto es Mariano Grondona, largamente conocido en este país. Tomaremos sólo algunos párrafos de su homilía. El “elegido” es José López Rega, el ministro de Bienestar Social, creador, junto con el comisario Alberto Villar y bajo la mirada insoslayable de Juan Perón (no podía “no saber” lo que se hacía bajo sus propios ojos, participara o no de los hechos), de la Triple A. La organización había actuado sin desbocarse en vida de Perón, aunque realizara acciones terribles y hasta espectaculares. Perón, además, hizo tomar los datos de la periodista Ana Guzzeti, quien se atrevió a preguntarle si actuaban fuerzas parapoliciales en el país. A partir de la muerte del viejo líder la Triple A se entregó a una matanza incontenible. Muchos, gente del establishment, militares, sindicalistas, habitantes aterrorizados de todo el país, pidieron o desearon la caída de López Rega, sabiéndolo el líder de los asesinos. Alguien, no obstante, surgió para decir cautamente: “La caída, que muchos desean, entrañaría peligros”. Fue Mariano Grondona en su revista Carta política. Un liberal, un hombre de la democracia, un hombre del riñón oligárquico, un ideólogo de las Fuerzas Armadas, sale a defender a un fascista muñecoide, a un patético Adolf Hitler de opereta, un monje umbandista, un tipo que sólo parecía ser útil para masajear la próstata del General, a quien llamaba “Faraón”. Describe como “serie de desenvolvimientos” los actos que López ha promovido. Dice que los mismos “se aprueban en voz baja y se critican en voz alta”. Le encuentra, a López, una “estirpe”: “De la estirpe de los Ottalagano y los Lacabanne, José López Rega es uno de esos luchadores que recogen, por lo general, la ingratitud del sistema al que protegen”. Dura tarea la de López: tiene que ordenar muertes, torturas, desapariciones y nada puede esperar. El bronce será para otros. “Hay hombres (se lee en la Meditación) cuyo destino es hacer la tarea. Otros tienen la vocación de coronarla.” Observemos la justeza de la prosa. Dos frases breves. Cada una dice lo suyo. Una habla de un “destino” y de una “tarea”. El “elegido” es el que –precisamente– ha sido “elegido” para la “tarea”. Debemos respetar su soledad, su sacrificio austero: no busca la gloria, esa coronación que la segunda frase menciona. No quiere ser coronado, sólo quiere cumplir. Cumplir con el destino para el que ha sido elegido. Muchos quieren librarse de él. No entienden las sinuosidades de la Historia. Hay grandes hombres que coronan grandes sucesos. Hay pequeños hombres que les preparan el camino haciendo el trabajo sucio, sólo les queda la poética de las zanjas, el amontonamiento de cadáveres clandestinos. “López Rega” (sigue meditando el meditador) “cumple al lado de la presidenta el papel de meter la mano en tareas antipáticas (...) Sería por lo menos arriesgado prescindir, hoy, de este servicio”. Pocas veces –insistamos en esto– la muerte fue requerida con tan buena prosa. Durante esos días las listas de la Triple A eran groseras, toscas. La revista El Caudillo, que dirigía un matón de nombre Felipe Romeo, decía, antes de que Ortega Peña fuera asesinado, que los “buenos peronistas” ya tenían una bala para él. O también: “El que le teme a la Triple A por algo será”, frase que haría historia en la Argentina del Proceso, que coronó los esfuerzos de López, sobredimensionados hasta lo monstruoso. Lejos de toda esta chatarra deslenguada y patotera, gangsteril, la Meditación de Grondona fue el apoyo más elegante que López Rega pudo haber recibido. Difícil saber si el “elegido” la valoró adecuadamente. Era muy tosco el hombre, un matarife sin grandeza, sólo un clown sanguinario. Sin embargo, fue el exacto hombre que en ese momento la Historia requirió para “hacer la tarea”, fue “el elegido”. No dejó de advertirlo Grondona. Quien, como vemos, también supo siempre y también sabe ahora “hacer la tarea”.
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Perseveremos en la Meditación del elegido, ese texto de 1974, por medio del cual el director de la revista Carta Política, que lo publicó, dedica una homilía laica, una “meditación”, para respaldar a quien, en ese momento trágico del país, estaba haciendo las tareas sucias, las que muchos criticaban en público pero aplaudían en privado porque eran necesarias. Las “tareas sucias” radicaban en asesinar a milicianos de la guerrilla, a militantes políticos como Julio Troxler, a “perejiles de superficie”, a sindicalistas como Atilio López o a intelectuales como Silvio Frondizi y Rodolfo Ortega Peña. Esa tarea en ese momento la protagonizaba José López Rega, el “elegido”. El autor de la “meditación” era Mariano Grondona. Sabía, Grondona, que ni bien López librara al establishment de todos los que tenían que morir, que ni bien coronara su tarea sucia, ellos, los dueños de la Argentina, habrían de librarse de él. Actuaba, salvando las grandes distancias, como la aristocracia alemana con Hitler: “Dejemos al torpe cabo de Bohemia matar a todos los comunistas. Luego nosotros, que somos Alemania, lo pondremos en su lugar”. Pero Hitler les resultó incontenible y llevó a Alemania a un ocaso wagneriano sin violines ni bronces, sino con metralla, muertos incontables en Dresden y larga humillación para la patria de Hegel y Goethe. No ocurrió lo mismo con López. Inició la guerra sucia contra la guerrilla, les lanzó a sus parapoliciales, que eran feroces, y después, cuando hubo que profundizar y racionalizar la matanza, tarea que requería a las Fuerzas Armadas y no a un lacayo de un general enfermo y extraviado, lo expulsaron del país. El hombre que se creyó dueño de la Argentina, de la vida y de la muerte, el terror de la guerrilla y sus ideólogos, tuvo que irse sin pena ni gloria. Nadie le agradeció los servicios prestados, los cuales, sin embargo, fueron muchos: Atilio López, Ortega Peña, Julio Troxler entre innumerables más. Le gustaba la muerte a Lopecito y le gustaba matar. Le gustaba hacer listas con los nombres de los que habrían de morir. Le gustaba importar armas novedosas, de alta efectividad, infalibles. Lo dejaron hacer hasta donde fue necesario. Hasta que el gobierno de la señora de Perón se desmoronara, se hundiera en su propia ineficacia, en las zanjas de su propia barbarie. No dejó de advertirlo Roberto Santucho: en julio de 1974, el mismo, desdichado día en que la Triple A mataba a Ortega Peña, dijo que los militares se preparaban para el golpe, que se apropiarían del gobierno no sin antes dejarlo chapotear en el desprestigio, dejar que Lopecito se quemara, que la sociedad lo viera como un matarife desaforado, sin límites –y con él a la manipulable presidenta– para luego presentarse ellos como los garantes de la “gobernabilidad”, de la “racionalidad estamental” que garantizaría el orden y, con el orden, el camino a una verdadera democracia republicana. Mentían. Ya estaban construyendo los campos de concentración. Santucho, en su momento, les daría a los militares un poderoso motivo para el golpe: el asalto a la guarnición de Monte Chingolo (que costó demasiadas vidas de jóvenes militantes arrojados al delirio, impulsados a morir por el narcisismo revolucionario de su jefe, quien se jactaba de implementar un ataque guerrillero “mayor que el asalto al Moncada”) sirvió en bandeja de plata la oportunidad del golpe: ya no se podía esperar más. Videla larga su famosa advertencia: en 90 días habría de actuar. Isabel aprovecha e ilegitima al Partido Auténtico, cuyos integrantes –¡que habían entregado para confeccionar las listas electorales todos sus datos, sus domicilios, su documentación!– fueron barridos por los grupos parapoliciales ya con predominio abiertamente militar a esta altura. López se había ido. La masacre pasaba a manos más expertas. La racionalidad del Mal se instauraba en el país.

¿Por qué Grondona defendió a López? Porque, como ideólogo del sistema de la oligarquía agraria y ganadera, de la Iglesia, de la oligarquía financiera empresarial y de la guerra que el Occidente cristiano libraba contra la penetración marxista en el continente, habría de defender a todo aquel que, en el momento que fuera, encarnara la lucha por esos valores. A fines de 1974, no podían aún encarnarla los militares. Estaba López Rega. Estaba dispuesto a la tarea sucia. Grondona, pues, lo respaldó. El, ahora, era su hombre. Impresentable tal vez, pero necesario. En ese monje esotérico, en ese clown risible, el Occidente cristiano tenía su aliado irremplazable. Era 1974 y era la hora de las bandas. López comandaba la banda que llevaría a los militares al poder, que limpiaría de zurdos, de comunistas el camino. Por eso, en esa exacta, precisa coyuntura de la historia, el “elegido” fue él. Luego vendrían los naturalmente elegidos, los dueños auténticos de la patria, los de siempre. Años después, durante el gobierno de Menem, Grondona ensayó buenos modales, hizo su papel de hombre democrático arrepentido de sus excesos autoritaristas de ayer. Muchos le creyeron. No le crean. No bien sea necesario volverá a ungir a un “elegido”. Puede ser un economista neoliberal, un militar dialoguista, uno de extrema dureza o un payaso sangriento pero efectivo, que sepa allanar el camino. El camino es lo que él llama “democracia liberal de mercado”. Por ella, cualquier cosa.

lunes, 27 de abril de 2009

Sojización y Dengue

Una mancha más para el complejo sojero:

por Alberto J. Lapolla (Ingeniero Agrónomo genetista e Historiador. Director del Instituto de Formación de la Central de Movimientos Populares) - 20/04/2009

En los ùltimos dos años la invasión de mosquitos de las especies Aedes sp y Culex sp. invadieron amplios espacios de nuestro país especialmente de Pampa Húmeda, extendiéndose mucho màs allá del verano, que es la estación donde suelen aflorar masivamente. El fenómeno fue particularmente notable en 2008 cuando la invasión duró casi hasta el mes de mayo, pese a que la temperatura había descendido lo suficiente como para acabar con ellos. Para quienes seguimos de cerca el desarrollo de los hechos ambientales argentinos, el hecho no pasó desapercibido y tratamos de llamar la atención respecto de ¿qué ocurriría si la especie a propagarse no fuera la perteneciente al Aedes común o al Culex ‘doméstico’ sino el temible Aedes aegypti, vector de la Fiebre Amarilla y el Dengue?. Incluso en 2007 y 2008 hubo casos de fiebre amarilla en Bolivia, Paraguay, Brasil y Norte argentino, que se adjudicó a viajeros provenientes de los países hermanos. En la oportunidad señalamos la equivalencia del mapa correspondiente a la invasión mosquitera, con el que la multinacional Syngenta llamaba de ‘la Repùblica Unida de la Soja’, es decir, la región comprendida po las zonas de Bolivia, Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay sembradas con el mágico poroto transgénico forrajero producido por Monsanto, y rociado abudantemente con su agraciado herbicida ‘matatodo’ glifosato, conocido como Round up, acompañado por sus compañeros de ruta, tales como el 2-4-D, la Atrazina, el Endosulfán, el Paraquat, el Diquuat y el Clorpirifós, entre algunos otros. En ese momento -junto a otros ambientalistas del resto del continente- señalamos la rara coincidencia de ambos mapas, mucho mas notable en el caso de la expansión de la epidemia de Fiebre Amarilla de 2007-2008 y de la epidemia de mosquitos ‘domésticos’ de 2008. Así las cosas, preferimos suponer, que cualquier vinculación del raro fenómeno ambiental con la utilizaciòn masiva y descontrolada del glifosato y el área sojizada, no podía sino ser parte de una conspiración antimosnantiana o de mentes calenturientas que ven catástrofes ambientales por todos lados y no creen lo que dice la empresa multinacional o sus repetidoras de AAPRESID, la FFA, o Clarín Rural, respecto de la ‘absoluta inocuidad’ de los casi trescientos millones de litros de pesticidas arrojados por el complejo sojero sobre el ambiente agropapeano. Pero.. que las hay, las hay..

Así llegamos a la epidemia de dengue de 2009 y ¡oh, casualidad¡, la misma vuelve a coincidir con gran parte del área sojera sudamericana, y se basa en una expansión desorbitada de la población de mosquitos. Cualquier profesor de Ecología o de Biología -no empleado en una multinacional, o en un programa de investigación universitario financiado por ellas- preguntaría, ¿es qué habrá desaparecido algún predador natural del mosquito? o ¿es que el mosquito habrá aumentado su fuente de alimentaciòn de manera dsorbitante? Pues la primera es la pregunta correcta y por ende le corresponde la respuesta correcta, si es que el docente desea hacerse la pregunta, claro está.

El glifosato, la Atrazina, el Endosulfàn, el 2-4-D, el Clorpirifos, el Diquat y el Paraquat, casualmente matan peces y anfibios -sapos, ranas, escuerzos, etc- es decir a los predadores naturales de los mosquitos, a los que consumen tanto en su estado larval como de adultos. Pero si esto es así cómo es que nadie lo advirtió…

Pero hay más, pues la cosa no es tan directa, sino multivariada y compleja como todos los fenómenos ambientales. Si bien la epidemia de dengue que sorpresivamente ha atacado a nuestro país, tiene su origen en la propagación de la epidemia que afecta a la hermana República de Bolivia, la misma tiene su causa principal en el calentamiento global que afecta a nuestro planeta, que al producir el aumento de las temperaturas mínimas y medias extiende las enfermedades llamadas tropicales, (paludismo, fiebre, amarilla, dengue, malaria y otras) hacia las regiones templadas, es decir la Argentina. Esa es la razón principal de porqué volvió el dengue a nuestro país, el cual había sido eliminado durante los años cincuenta gracias a la encomiable labor del Dr., Ramón Carrillo. Sin embargo, cabe ubicar algunas otras relaciones causales del múltiple complejo ambiental que afecta a la expansión de una enfermedad como el dengue.

A las políticas de destrucción del Estado y sus controles aplicadas durante los noventa, que cesaron las fumigaciones preventivas, y a la falta de nuevos productos químicos para combatir al insecto vector Aedes aegypty, que las multinacionales del negocio agrotóxico no desarrollan debido a que según ellas ‘no es negocio, pues los países tropicales, principales destinatarios de los productos son malos pagadores’, debemos en el caso argentino sumar la tremenda expansión del área sojizada en Pampa Húmeda y extensas regiones del NEA y del NOA, lindantes con Bolivia, Brasil y Paraguay.

Así, la sojización mantiene una doble línea de influencia sobre la expansión del dengue. Por un lado el complejo de agrotóxicos utilizados para el sistema de la Siembra directa-sojaRR, se basa en el uso masivo de glifosato, endosulfán, clorpirifos, 2-4-D, atrazina, paraquat, y otros pesticiadas. Todos poseen una fuerte acción devastadora sobre la población de peces y anfibios, predadores naturales de los mosquitos, transmisores del dengue y la fiebre amarilla.

Esto puede comprobarse por la casi desaparición de la población de anfibios en pradera pampeana y en sus cursos de agua principales, ríos, arroyos, lagunas y bosques en galería, así como el elevado número de peces que aparecen muertos en los mismos o por la aparición de los mismos con fuertes deformaciones físicas y con graves afectaciones en su capacidad reproductiva, como han informado reiterados estudios e investigaciones de diversas instituciones de Pampa Húmeda. Podríamos señalar sin exagerar que los anfibios –principales predadores de mosquitos y otros insectos- son cosa del pasado en el territorio sojizado, arrasado por el cocktail de agrotóxicos utilizados por los productores en el sistema de Siembra Directa.

Un segundo elemento del relación entre la sojización y la epidemia de dengue, se ubica en la enorme deforestación producida en las áreas boscosas y de monte de las regiones del NEA y del NOA, lo cual destruye el equilibrio ambiental de esas regiones, liquidando el refugio y hábitat natural de los predadores de otros predadores de los mosquitos, permitiendo el aumento descontrolado de su población, tal como se viene comprobando en los últimos años, sólo que en este último correspondió a la población de Aedes aegypty y no al Aedes común o al Culex, como en años anteriores. El crecimiento desusado de la población de mosquitos es la causa principal de la expansión de la epidemia del dengue según señalan la mayoría de los especialistas y su relación con los agrotòxicos de la soja es casi directa.

Esta relación no es una relación causa-efecto simple, sino parte de las cadenas concatenadas de fenómenos que caracterizan a los procesos ambientales, y que por lo mismo son en general difíciles de estudiar o de señalar, mediante una mirada simplista de la relación causa-efecto, sin embargo es imposible negar la relación entre la destrucción de los predadores de los mosquitos que provoca la sojización por vía de los venenos que se usan para su cultivo, como por obra de la depredación de los montes y bosques nativos que produce su cultivo descontrolado, y por ende su responsabilidad central en la existencia de la actual epidemia de dengue. Una mancha más a cargar en el disparate sojero.


jueves, 2 de abril de 2009

Agrotensiones

Por Plan Fenix - Proyecto Estratégico de la Universidad de Buenos Aires

“Los reclamos por suprimir las retenciones a las exportaciones primarias ocupan, desde hace algún tiempo, un lugar destacado en la agenda de los medios de difusión. Los argumentos al respecto tienen muchas veces un contenido simplista, pero ello no impide que esto sea avalado por partidos políticos, organizaciones intermedias, cámaras empresariales y hasta organizaciones sindicales.”

Así comenzaba un comunicado que emitiéramos desde el Plan Fénix, en marzo de 2005. Cuatro años después, el debate sobre el tema permanece, con mayor vigor, habiendo atravesado instancias dramáticas durante el año 2008, con fuertes reverberaciones en el plano político y partidario. Una y otra vez se han reiterado argumentos a favor o en contra de este instrumento. Así lo hemos hecho también nosotros, exactamente hace un año. Reafirmamos nuestra postura a favor del mantenimiento de las retenciones, graduando su impacto por producto, escala de explotación y región geográfica. Se trata de un instrumento con indudables efectos positivos:

  1. Permite socializar parte de la renta primaria, que de derecho corresponde a toda la comunidad.
  2. Introduce un tipo de cambio diferenciado que favorece un desarrollo armónico de agro e industria, transfiriendo al conjunto de la economía la ventaja comparativa agrícola.
  3. Brinda holgura fiscal al Estado, lo que habilita el financiamiento de inversión productiva y otras prestaciones estatales, sin presionar sobre los mercados financieros.

La historia argentina de las últimas tres décadas avala esta postura: los dos ciclos más exitosos de la economía en términos de crecimiento (1963–1974 y 2003-2008) en los últimos 50 años contaron con la aplicación de tipos de cambio diferenciados mediante retenciones. Sobresale en ambos casos el fuerte impulso resultante para las exportaciones industriales no tradicionales, que crecen en términos reales a un ritmo muy superior al de las exportaciones agrícolas. Es ésta una herramienta insustituible para apuntalar al desarrollo con equidad de la Argentina, sobre la base de un modelo híbrido, que combine ventajas comparativas naturales y aquellas que permiten la actividad de transformación.

En la actual coyuntura se añaden algunos elementos novedosos. La caída de los precios internacionales (que han regresado así a valores próximos a los históricos) ha reducido el margen de ganancias extraordinarias del año pasado. A ello se agrega una sequía inédita, con valores de precipitación pluvial menores en 50 por ciento o más con relación a promedios históricos, que ocasiona la disminución de los volúmenes producidos (particularmente en los casos de trigo y maíz). A la disputa en torno de la posible apropiación de tales ganancias, que produjo la escalada del conflicto, se suman ahora los requerimientos para paliar la situación crítica ocasionada por la mencionada circunstancia climática.

La postura de las patronales rurales, respaldada por parte importante de la oposición política, no ha variado, sin embargo: el reclamo es por la abolición o drástica reducción de las retenciones, sin otros aditamentos. Ante este escenario, el Gobierno ha anunciado recientemente algunas medidas, a partir de reuniones con los representantes rurales, que desgravan parcialmente algunas producciones (pampeanas y extrapampeanas), segmentan la aplicación de retenciones y brindan subsidios para revertir la reducción del stock ganadero. Se mantiene la alícuota para la soja, habiéndose dispuesto en estos días su parcial coparticipación con las administraciones provinciales y municipales.

Entendemos que modificar los principios que sustentan el sistema de retenciones sería equivocado. A los argumentos ya mencionados debemos agregar la profundización de la actual crisis internacional, con impactos recesivos que llegarán inexorablemente a nuestro país. Hoy más que nunca, desguarnecer al Estado constituye un grave paso en falso, que entraña riesgos considerables. No es éste el momento, seguramente, de privilegiar intereses sectoriales, sobre todo cuando nada indica que la supervivencia de los emprendimientos agropecuarios esté bajo amenaza. Sólo los acreedores de la aún impaga deuda social de la Argentina tienen derecho a este tipo de reclamo: hablamos de niveles de pobreza y marginalidad que no pueden ser aceptables.

Ahora bien, los argumentos aquí expuestos no son por cierto desconocidos para la generalidad de los analistas y actores del quehacer económico y social. Cualquier persona razonablemente informada e intelectualmente honesta puede reconocer su validez, más allá de los matices con los que el instrumento de las retenciones puede ser aplicado. Cualquier persona sabe que la supresión de las retenciones no paliará los impactos de la crisis internacional, ni tampoco devolverá la lluvia perdida. En consecuencia, la presente puja en torno del tema no refleja sino un posicionamiento torpe y de miras cortas. Quienes abogan por la eliminación de las retenciones, en función de su interés sectorial inmediato, sacrifican una estrategia que a la postre resulta más beneficiosa para el conjunto. A ello contribuye, por otra parte, una dirigencia política incapaz de pensar más allá de la coyuntural capitalización de la protesta.

Entendamos que –tal como lo dijéramos en declaraciones anteriores– no es sólo el interés sectorial sino el patrón de acumulación y distribución lo que aquí está en juego. Hemos vivido y sufrido las consecuencias de esquemas fundados en la revaluación cambiaria y el desfinanciamiento estatal. No están tan lejanos los recuerdos del empobrecimiento de los años ’90 y la correspondiente crisis terminal de 2001. Sin embargo, hay quienes parecen añorar este modelo.

Señalamos además que –más allá del fragor producido por los numerosos cruces verbales– el posicionamiento gubernamental ha carecido de la necesaria claridad. En lugar de ofrecer una fundamentación equilibrada y articulada de esta política, se ha recurrido a argumentos parciales, ora apuntando a aspectos distributivos, ora señalando necesidades fiscales. La dirigencia política argentina debe comprender –desde el Gobierno o desde el llano– que es imperativo persuadir desde la razón, y a la vez desde una perspectiva que valore el bienestar del conjunto de la sociedad. De la misma manera corresponde reclamar a los medios de comunicación un tratamiento objetivo, que no priorice una toma de posición, como hoy se observa en forma generalizada.

Este conflicto debe ser encarado en términos adecuados no sólo a la coyuntura sino a una senda de desarrollo con equidad. Esto es, en el marco de un proyecto nacional todavía por definirse para la Argentina.

Deben esclarecerse por lo pronto los intereses y la representatividad de los actores, lo que lleva a reconocer que la dirigencia enfrentada a las retenciones no representa a la población campesina de recursos y horizontes productivos limitados. Se trata por lo contrario de propietarios de medio y alto porte, rentistas en muchos casos, y en su mayoría de la llanura pampeana. Ellos se han beneficiado considerablemente con la conjunción de precios altos y devaluación verificada en los últimos años. Así lo evidencian los elevados precios de la tierra (e incluso de los inmuebles urbanos en las ciudades del interior agropecuario pampeano).

Pero la realidad de la actividad agropecuaria en la Argentina es considerablemente más compleja. Ella comprende producciones de diversa naturaleza y escala, cadenas de intermediación fuertemente oligopolizadas en muchos casos, proveedores de insumos críticos también concentrados.

Es necesario entonces comprender la problemática agropecuaria en toda su diversidad. Esto implica ir más allá de la cuestión puntual de las retenciones.

El modelo de agricultura intensiva en tecnología que se ha desarrollado en la última década conlleva una fuerte expansión del cultivo de soja, en detrimento tanto de usos más equilibrados de los suelos (lo que puede comprometer la sostenibilidad a futuro), como de cultivos más intensivos en uso de mano de obra en zonas extrapampeanas. Asimismo, ha puesto en entredicho la viabilidad de la actividad ganadera, que se ha visto desplazada, afectando el stock total e incluso la actividad lechera. Se avizoran los riesgos propios del monocultivo en términos de su viabilidad ecológica como de precios internacionales no previsibles.

Estos aspectos requieren definiciones estratégicas por parte del Estado, ya que la preservación del suelo y la sostenibilidad en el largo plazo no pueden dejarse libradas a las señales de mercado dado el limitado horizonte de evaluación de los decisores privados. Estas definiciones se encuentran ausentes. Sólo se han ensayado medidas puntuales, con éxito diverso. Debe ser objeto de particular consideración la agricultura de escala familiar en áreas alejadas de las zonas cerealeras. Asimismo, las cadenas de elaboración y comercialización, tanto en granos como en carnes, hoy día se apropian de una parte no desdeñable de la renta primaria. Esto amerita un estudio en profundidad para su reformulación. Es imperativo un ejercicio participativo de planificación sectorial, que defina un perfil futuro a la vez factible y deseable, en lo que atañe al sector y a su vinculación con el resto de la economía. Se podrán establecer así los roles que cada actividad debe cumplir en el conjunto del quehacer agropecuario, incorporando explícitamente la consideración de aspectos ambientales. Otros tópicos que deben integrar esta agenda son la creación de una comercializadora de carácter público y la revisión de la legislación referida a los arrendamientos rurales.

Las herramientas de intervención gubernamental deben encontrarse correctamente diseñadas y ser implementadas en forma confiable. La imagen resultante debe ser la de un Estado comprometido con una política eficaz, con aristas diversas, correctamente fundamentada, y que no se limita seguramente a introducir un tipo de cambio diferenciado o a atender requerimientos fiscales.

Se requiere entonces a la vez voluntad de diálogo y convicción fundada en la defensa de posturas que benefician al colectivo de los argentinos. La negociación de ninguna manera puede transcurrir bajo la amenaza de medidas que comprometen la continuidad de las actividades productivas, ni mucho menos con la concreción de aquéllas.

El conflicto con el sector agropecuario lleva ya demasiado tiempo. Urge en esta nueva etapa una solución duradera en pro de un proceso de crecimiento sostenible y equitativo, ajustada además a un escenario internacional muy diferente y seguramente más duro que el que vivimos en los últimos años.