domingo, 28 de junio de 2009

La Derecha al desnudo

por Ricardo Forster - 25/06/2009

Cada época de la historia no sólo inventa sus propias palabras sino que ilumina con nueva luz antiguos vocablos que habían caído en desuso o simplemente se habían ausentado de escena. Así sucedió con gran parte de las herencias políticas provenientes de lo inaugurado por la Revolución Francesa allí donde, en los años hegemonizados por la retórica neoliberal, muy pocos siguieron hablando de derechas e izquierdas en un tiempo de profunda despolitización que anunciaba, también, la doble muerte de la historia y de las ideologías. La astucia del poder logró, en aquellas décadas finales del siglo veinte, naturalizar su propia ideología destituyendo por inactual cualquier tradición que pudiera recordar el contenido brutal y salvaje del capitalismo desplegado después de la caída del Muro de Berlín.

La panacea del mercado global unida a una profunda transformación cultural asentada en el papel central de las grandes corporaciones de la industria de la comunicación, la información y el espectáculo, habilitó un doble proceso: por un lado, el advenimiento de una sociedad hiperindividualista dominada por la lógica del consumo y, por el otro lado, la producción de una nueva forma de sentido común y de opinión pública fuertemente capturada por una derecha portadora de nuevos arsenales capaces de horadar historias, biografías, conciencias y pertenencias.

Algo de esa hegemonía amparada en el ocultamiento de sus intenciones comenzó a quebrarse a partir de la crisis desatada en el corazón primermundista del capitalismo especulativo-financiero (entre nosotros esa evidencia se manifestó con toda su crudeza en la bancarrota del 2001 que se llevó puesta a la convertibilidad sin acabar, de todos modos, de romper el ensueño neoliberal que, insisto, penetró honda y radicalmente en amplios estratos de la población).

Mientras algunos medios de comunicación repiten una y otra vez el carácter anodino y hasta pueril de la campaña electoral buscando, quizás, aportar un nuevo granito de arena a la despolitización de la sociedad, lo que vemos emerger de un modo algo imprevisto es, por el contrario, la más fuerte evidencia de lo que podríamos denominar el “inconsciente ideológico” de nuestras derechas; un inconsciente que logra, como en el caso de De Angeli, sortear cualquier represión del superyó para lanzar a boca de jarro sus exabruptos reaccionarios enmarcados en su habla “campestre”, directa y sin sutilezas, como supuestamente le gusta a la gente. Pero también lo siguen Biolcatti y Macri cuando el primero afirma que el 29 deberíamos tener otro gobierno y cuando el segundo regresa sin escalas a la década neoliberal de los noventa reivindicando la reprivatización de Aerolíneas Argentinas.

A estas perlas de la derecha argentina (¿Vale en estos tiempos pos posmodernos utilizar categorías que habían sido abandonadas como inactuales? ¿Vale regresar sobre lo que hoy, como ayer, significa ser de derecha? ¿Nos permite, el amigo lector, utilizar estos giros anacrónicos?) hay que agregarles el apoyo que las declaraciones de Macri recibieron de su socio De Narváez (ambos unidos por su condición de herederos que se dedican a gastar la plata de los papis jugando a ser políticos exitosos y a trasladar a la vida pública sus caprichos de adolescentes ricos e impunes) y, como no podía faltar, de Gabriela Michetti que dobló la apuesta de su jefe y exigió la reprivatización del sistema jubilatorio.

Extrañas circunstancias las actuales que nos muestran a una derecha que no esconde sus ambiciones y que coloca en el centro de la escena su visión de la sociedad: visión que va desde el regreso a la lógica privatizadora vinculada al desguace del Estado con la creación de dispositivos de vigilancia y represión articulados a partir de la construcción de una política del miedo. Todo cabe dentro del cajón de sastre de la derecha vernácula: el regreso a la política brava de los conservadores de principios de siglo veinte que llevaban a votar a sus peones como quien lleva el ganado al abrevadero; el retorno sin pudores de lo peor del neoliberalismo noventista junto con las lógicas de “mano dura” y mapas de la seguridad que no son otra cosa que diseños para la construcción de guetos y de muros que pongan fuera de la visibilidad a los excluidos y a los pobres.

De Angeli dice brutalmente lo que piensan, pero no dicen públicamente, los Macri y los De Narváez; Biolcati expresa su lógica destituyente de un modo que silencian los otros actores políticos de la derecha (pienso en Lilita Carrió y en sus continuos anuncios apocalípticos que la han llevado a utilizar discrecional e impunemente palabras y conceptos como fascismo, totalitarismo, hitlerismo, etc., para referirse a Néstor Kirchner o al gobierno nacional democráticamente elegido por la mayoría del pueblo argentino. Allí también se anida un pensamiento y una práctica de derecha: un denuncismo vacío que se apropia de la memoria histórica, en especial de aquella que nos recuerda los horrores reales de otros tiempos, para rapiñarlos de su sentido y del dolor de las víctimas colocándolos en la actualidad al precio de su absoluta deshistorización).

Saliendo del redil de la derecha (insisto, y sabrá perdonarme el lector, en la utilización de categorías políticas anacrónicas según los analistas formados en los lenguajes de la encuestadología, la publicidad y el marketing) es interesante detenerse en un cierto aspecto del debate televisivo del miércoles pasado, debate del que participaron los cuatro candidatos mejor posicionados de la ciudad de Buenos Aires. No sorprendió la nada conceptual de Gabriela Michetti, su juego gestual que reemplaza lo que las palabras y las ideas no dicen; tampoco el esfuerzo inútil de Prat-Gay por disimular su aspecto de yuppie de la banca Morgan y de concheto porteño que habla de los pobres como quien habla de cosas y objetos.

Sí sorprendió la estrategia que eligió Pino Solanas para acrecentar sus chances electorales: eligió descargar todas sus baterías contra Carlos Heller como representante del gobierno nacional y como candidato del kirchnerismo. Pino fue brutal e inmisericorde, nunca mencionó a la derecha, nunca se detuvo a criticar al macrismo y a su gestión en la ciudad (apenas y, casi en tono de burla, le recordó a Michetti que todavía estaban habilitados 54 prostíbulos, en un gesto que no se entendió muy bien si respondía a una crítica por la explotación de mujeres o un recurso moralista). Su estrategia fue horadar al Gobierno silenciando incluso aquellas políticas que en otras ocasiones ha reivindicado; para Pino, como para Claudio Lozano, la derecha no parece existir a la hora de elegir su estrategia electoral y de imaginar que ellos serán los herederos de una derrota del kirchnerismo desconociendo que la única alternativa de poder real que se prepara para ir por todo –como lo vienen anunciando sin ruborizarsees esa derecha que permaneció innombrada durante todo el debate por el cineasta-candidato.

¿Sorprende? No demasiado, porque no deberíamos olvidar que durante el debate parlamentario en torno a la resolución 125, Claudio Lozano, compañero político de Solanas, no sólo que votó en contra en su condición de diputado sino que luego hizo lobby para que los senadores del ARI de Tierra del Fuego hicieran lo mismo. Durante el conflicto con las patronales agropecuarias Proyecto Sur se alineó con los intereses de la derecha bajo el supuesto apoyo a una Federación Agraria que ya se había pasado con armas y bagajes del lado de la Sociedad Rural.

Interesantes son las cosas que se vienen sucediendo en este último tramo de la campaña; de una campaña electoral que, lejos de no aportar elementos significativos, nos ofrece la posibilidad de vislumbrar dónde se coloca cada quién y qué proyectos se defienden. Por eso y por otras cosas, esta no es una elección más; en ella se juega probablemente el destino de los próximos años en el país; en ella nuevamente se ponen de manifiesto lo que intentaba clausurar el discurso neoliberal que decretó la muerte de las ideologías junto con el fin de la historia. Algunas palabras vuelven a resonar, vuelven a tener sentido y el universo complejo de la política logra sustraerse, aunque sea tibiamente, del dominio abrumador de los lenguajes mediáticos y de su transformación en una mera mercancía. Cuando podemos correr por un rato al ejército de publicistas, de encuestadores, de opinólogos y de expertos en marketing, lo que aparece es lo olvidado de la política: en este caso lo que se muestra es la visión que tiene la derecha y de qué modo se prepara para intentar regresar al poder.

Su discurso ha abandonado los eufemismos allí donde, hacia el final de la campaña y cuando ya no está tan segura de ganar electoralmente, elige decir con brutalidad aquello que piensa hacer si logra capturar nuevamente el gobierno. Sus ideas de la sociedad, de la seguridad, de los derechos humanos, del papel del Estado, de la crisis mundial, de América latina vienen a expresar, aunque resulten horribles, algo de todo aquello que fue capturando al sentido común de las clases medias a lo largo de la década menemista y que todavía se prolonga en nuestros días cruzados por el desafío que el kirchnerismo, con sus ambigüedades, dificultades y contradicciones le planteó, sin embargo, a los poderes desde siempre hegemónicos en la Argentina.

La derecha sabe quién o quiénes son sus verdaderos adversarios, por eso no les teme y hasta promueve a aquellos que ejercen una crítica testimonial, sin capacidad para cuestionar ese poder real y que son habilitados por los mismos espacios corporativo-comunicacionales que suelen disparar toda su munición gruesa contra quien sí viene afectando sus intereses. Por todo esto, y más, estas no son elecciones comunes y corrientes ni tampoco suponen, como nos lo hacen creer ciertos opinadores profesionales, que nada importante está en juego.

Están en juego la política y la idea de una democracia que sea capaz de habitar el conflicto no como fin de la convivencia social sino como genuino recreador de la vida colectiva; están en juego tanto la recuperación de concepciones distribucionistas como las que defienden un rol activo del Estado en la defensa de los más débiles; están en juego, de cara al bicentenario, el proyecto de una integración latinoamericana sustentada en principios comunes de justicia y equidad y la afirmación de políticas anticíclicas que no perjudiquen a los trabajadores sino que defiendan el salario y el mercado interno…

Estas son algunas de las cosas que están en juego frente al avance de una derecha que apuntará a la reprivatización y a la ampliación exponencial de la concentración de la riqueza y del poder en cada vez menos manos. Poco o nada tienen de anodinas unas elecciones en las que tanto se pone en juego; poco y nada tienen de ingenuas aquellas críticas testimoniales que prefieren hacer pie en la crítica del Gobierno antes que señalar el peligro real que viene desde la derecha que, eso hay que recordarlo, no busca destituir lo inaugurado el 25 de mayo del 2003 por lo que hizo mal sino por todo aquello que se hizo bien. Mejor sería no olvidarlo en defensa de nosotros mismos.

jueves, 11 de junio de 2009

I.V.A.

Las marchas y contramarchas del Ministro de Economía no se comparecen con un manejo racional del tema - 24/09/2004
LA INEXPLICABLE DECISIÓN SOBRE EL I.V.A.


por Salvador Treber
Profesor de Postgrado-F.C.E.-U.NCBA.

El decano entre los Premios Nóbel de la especialidad, Paul A. Samuelson, en su clásico Manual de “Economía” -autoría que comparte con William D. Nordhaus, 14º Edición pág. 397- se refiere específicamente a “La Revolución Fiscal de los Años Ochenta” ocurrida en Estados Unidos.
En tal sentido menciona que en ese período “...se fraguó una serie de reformas fiscales con la radical legislación aprobada tanto en 1981 como en 1986”; cuya inspiración y concreción, según lo señala enfáticamente, fue la principal característica de “la década conservadora”. Se inició durante la presidencia de Ronald Reagan y tuvo continuidad en la posterior de George Bush (padre).
El fundamento téórico era la denominada teoría “ofertista” y su principal expositor Arthur Lauffer. Consistía en priorizar los aspectos microeconómicos como factores decisivos y relegar, a un segundo plano, las medidas macroeconómicas que se manejan mediante las políticas monetaria, cambiaria, fiscal y de ingresos.
Para la referida tesis, lo importante era potenciar al máximo la productividad y eficiencia de las empresas; adjudicando al Estado la misión de coadyuvar a bajar sus costos y el acceso a insumos y servicios al menor precio posible. El circuito “virtuoso” se cerraba disminuyendo los tributos para que los demandantes pudieran disponer de un ingreso creciente que respondiera positivamente a los atractivos de esa oferta.
Como consecuencia directa de ello, se encaró una primera reducción de los impuestos federales vigentes en 1981. Con ese objetivo descendieron las diversas escalas de imposición a la renta personal en un 25%, pero los resultados no fueron los esperados. El examen de éstos, los llevó a la conclusión que no se cumplió con las expectativas porque se requería un ajuste mucho mayor para que la tesis “ofertista” diera los frutos buscados.
A estas circunstancias obedecieron las resueltas en 1986, que llevaron la tasa marginal de la imposición personal a la renta máxima del 50 al 28 por ciento y en las sociedades del 46 al 34 por ciento. Las diferencias mencionadas ponen en evidencia la importancia de las rebajas introducidas y la confianza que se tenía en ese planteo. Se suponía, al liberarse fondos en una magnitud tan grande, a favor de los particulares, que con ello se inyectaría una “ola” compradora que impulsaría en alta medida la actividad general. En consecuencia, con impuestos más bajos, crecería la recaudación.
En la realidad, los pronósticos no fueron ratificados por los hechos; pues no se logró el efecto buscado y el desequilibrio del presupuesto federal se hizo cada vez mayor. El déficit, que en 1980 ascendía a u$s 68.8 miles de millones, comenzó una rauda carrera que culminó en 1993, cuando llegó a u$s 326.8 miles de millones; todo lo cual, obligó a cubrirlos con crédito y los intereses pagados pasaron de representar del 6 al 16 por ciento del gasto público total. Le tocó a la Administración Clinton conjurar la situación y lo hizo, además de eliminar exenciones, incrementando en un 20.0% la carga tributaria, pero solamente al quintil de la cúspide; es decir el de los más ricos. Ya en 1984 el déficit había descendido a u$s 226.5 miles de millones; en 1998 se había revertido arrojando un superávit de u$s 54.4 miles de millones; y al transferir el gobierno a George Bush (hijo), el mismo llegaba a u$s 150 mil millones.
La Administración de éste volvió a las andadas y decidió reintegrar -a esa franja de contribuyentes de la cúspide- lo que “le habían cobrado demás”¸ reduciendo nuevamente el nivel de las alícuotas marginales máximas. Sin considerar los gastos que ha provocado la invasión y ocupación de Irak, en solo cuatro años de su gestión, se han batido todos los records; pues el resultado negativo del ejercicio -que cierra el 30 de este mes- se estima rondará los u$s 500 mil millones. En resumen: la historia de estas dos grandes rebajas impositivas, cosecharon sendos y rotundos fracasos. Los integrantes de la Unión Europea y Japón, durante los tres últimas décadas, han sido mucho mas prudentes. Introdujeron variantes graduales y de proporciones muy inferiores que han procurado mantener sin cambios sustanciales el diseño de sus respectivos sistemas tributarios. Alemania, por ejemplo, resolvió disminuir la alícuota marginal máxima del 52 al 45 por ciento en un lapso de cinco años. La preocupación es darle permanencia a las “reglas de juego” y no aceptar presiones o sugerencias de sectores interesados. El diseño de las reformas introducidas, se han dejado en manos de equipos altamente especializados que sopesan necesidades presentes y futuras. Ello ha evitado que, pese a los cambios políticos habidos en muchos de los quince integrantes de la Unión Europea, no hayan generado contradictorios “bandazos”; como los que han caracterizado a Estados Unidos desde 1980 en adelante.

El tratamiento del I.V.A. en el mundo.
La generalización de esta modalidad de imposición al consumo no ha llegado a la primera potencia mundial; único país del OCDE que no lo adoptó. El primero que lo introdujo fue Francia para sustituir el que recaía sobre las transacciones brutas en las diversas etapas. Al constituirse el Mercado Común Europeo, se aplicó en forma progresiva por todos sus integrantes, siendo Italia y el Reino Unido los más renuentes. Se adjudica a este instrumento una buena parte del grado de integración logrado en el área.
Esta adopción generalizada no significa que hayan equiparado las tasas que rigen en cada uno de ellos; pues se han reservado la facultad de fijar una o más tasas generales y diferenciales. Corresponden a Suecia y Dinamarca las más elevadas (25.0%), le sigue Finlandia con 22.0% y en los sucesivos escalones descendentes, Bélgica con 21.0%; Italia y Austria, 20.0%; Francia, 19.6%; Reino Unido y Grecia, 18.0%; Alemania y España, 16.0%
De dichas experiencias internacionales hay mucho por aprender. Entre ellas, que los alimentos y medicamentos, son objeto de una consideración especial por su fuerte impacto en la economía familiar. Las alícuotas difieren, pero siempre son inferiores: van del 4.0 al 10.0% según el país o los productos que comprenden. En todos los casos, implican reducciones superiores al 50.0%.
En Argentina, al implementarse el I.V.A. -en 1975- la Ley Nº 20.631, en su artículo 32º, facultaba al Poder Ejecutivo reducir la tasa general (13.0%) hasta en un 50.0% cuando se tratara de “...promover u orientar la actividad económica o cuando sea conveniente para contener aumentos en los precios de los artículos de primera necesidad en le mercado Interno”. Este tratamiento se concretó para alimentos y medicamentos; posteriormente dichos rubros llegaron a estar totalmente exentos.
El Gobierno del Proceso, mediante la Ley Nº 22.294 (B.O. 06/10/80), volvió atrás dicho criterio en forma rotunda. Los argumentos de la Nota de Elevación al Presidente, sugestivamente suscripta por quiénes muy poco conocían del tema -los generales Albano Harguindeguy y Llamil Reston, además de Juan R.Amadeo- son suficientemente reveladores y no necesitan ningún comentario adicional. Dicen que “El impuesto al valor agregado está estructurado para ser aplicado en forma generalizada. Las exenciones generan problemas administrativos y económicos de difícil solución...en comercios que venden artículos gravados con dicho impuesto y otros no gravados, como es el caso actualmente de los comestibles, el control se hace extremadamente difícil.” Agregan sobre el particular que “...las exenciones generan distorsiones de diversa índole” y “la distorsión de precios relativos a que lleva, influye en la demanda y por ende, en la estructura productiva en forma muchas veces no deseada”.
Surge con claridad que han primado razones de tipo administrativo, que se refleja en la permanente presión “simplificadora”. Los objetivos de tipo social, como es el caso de aliviar la carga sobre los componentes de la “canasta familiar”, se califican de “distorsión de precios relativos” y, justamente en ese momento, se elevó la tasa general del 16 al 20%.
Actualmente las exenciones tienen estrictas limitaciones. Incluyen -entre ellas- el agua ordinaria natural; la leche, solo cuando el comprador sea un consumidor final; las especialidades medicinales en las distintas etapas de comercialización si el importador o fabricante pagó el impuesto; también los establecimientos educativos y los servicios de asistencia sanitaria en forma parcial, la actividad teatral, los taxistas (hasta un radio de 100 kms.) y el transporte internacional. Queda claro, por lo tanto, que nuestra legislación no contempla una desgravación amplia de los consumos propios de las franjas mas carecientes; modalidad que solo adoptan Chile y Uruguay, en América Latina. En México están totalmente exentos (tasa general 15.0%); y en Colombia se siguen criterios semejantes a los países europeos. Esta conclusión no puede dejar de vincularse al hecho de que la carga tributaria, para quiénes integran en Argentina el decil mas pobre, representa 34.0% de su ingreso bruto y el I.V.A. constituye su principal factor.

La propuesta inicial y su posterior insólito archivo.
Sugerido por diversos sectores -incluso con el apoyo de los empresarios de la Cámara de la Alimentación y la que agrupa los Hiper y Supermercados- se sugirió al Ministro de Economía una reducción al 10,5% en la alícuota para 59 artículos que integran la “canasta familiar”que los beneficiaría con un descenso de precios del 17.0%.
Sin aclararse quién la apadrinó, apareció de repente como alternativa a la propuesta anterior, la posibilidad de reducir en 2 ó 3 puntos la alícuota general del 21.0%. El propio Lavagna, en el 2002, la ubicó fugazmente en el 19.0%; y debió dejarla sin efecto a los pocos meses por inocua. Además, significa una merma de $ 1.500 millones por punto.
Esta mala experiencia fue recordada en distintos ámbitos, incluso la propia Unión Industrial; fundados en ese antecedente y en que las de menor magnitud -vgr. Estados Unidos en 1981- no sirven para influir sobre los precios. En cambio, hubo unanimidad en insistir sobre aplicar el 10.5% en los artículos de la “canasta familiar”; que “costarían” solo $ 240 millones anuales de menor recaudación. Sin considerar esta posibilidad, el Ministro desechó la rebaja general debido a su “alto costo”.
¿Por qué archivó definitivamente el tema y no adoptó la idea inicial?. ¿Quién habrá lanzado la que surgió sin patrocinador conocido -casi por “arte de magia”- y fue útil únicamente para “embarrar la cancha”?, Ha sido funcional como falsa excusa para también descartar, de un plumazo, la más viable; que tenía un plausible objetivo social, sin obligarse a dar ninguna explicación.
No es para creer en brujas, pero que las hay, las hay...