lunes, 23 de junio de 2008

Chumbita I

Publicado en “El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX”,
Tomo II (comp. Hugo Biagini y Arturo Andres Roig), Buenos Aires, Biblos, 2006.
PATRIA Y REVOLUCION:
LA CORRIENTE NACIONALISTA DE IZQUIERDA
de Hugo Chumbita

La corriente nacionalista de izquierda en la que nos centraremos aquí, denominada también izquierda nacional o marxismo nacional, surgió en la Argentina a mediados del siglo XX. Sus fundadores replantearon la interpretación de la historia y la cultura nacional con una perspectiva revolucionaria, americanista y socialista, cuestionando la visión liberal eurocéntrica predominante y su influencia en la izquierda tradicional. La inevitable dificultad que se presenta al circunscribir el corpus de estas ideas al ámbito de nuestro país, es que los orígenes y las proyecciones de las mismas atraviesan el conjunto de la región, en tanto postulan un nacionalismo de dimensión sudamericana
[1].

Sus propuestas militantes -reflexión para la acción, “para transformar el mundo”- reflejaron en general el espíritu revolucionario del siglo pasado, y en particular los cambios sociales que introdujeron en nuestras latitudes el peronismo y otros movimientos cercanos. Pese a su recepción marginal en medios académicos, en la década de 1960 alcanzaron predica­mento en sectores intelectuales y populares de la Argentina y continuaron incidiendo en los debates teóricos y políticos posteriores.
Si bien puede considerarse que esta vertiente del nacionalismo de izquierda se inserta en el cauce más amplio de una corriente nacional y popular, en nuestro trabajo la delimitamos ciñéndonos a los autores que se reconocían como marxistas, en el período -anterior a 1989- en que la gravitación del mito de la Revolución Rusa y la confrontación de posiciones acerca del “socialismo real” acentuaban el carácter definitorio de tal adscripción.
Se trata entonces de la confluencia de dos tradiciones ideológicas diferentes, el nacionalismo y el marxismo, que según los patrones de la cultura política occidental resultaban antitéticos. Nuestra aproximación al asunto requiere precisar tales conceptos y esbozar al menos la trama de antecedentes históricos en la que se inscribe esta línea de pensamiento, antes de referirnos a sus exponentes y sus tesis principales.


El nacionalismo:


En general, nacionalismo es la doctrina de la autonomía de una colectividad que reivindica sus derechos, su integridad y sus valores culturales; que puede traducirse en proyectos y políticas, y que por lo común se manifiesta entrelazada con otros sistemas ideológicos: precisamente, nos interesa tomar en cuenta esas asociaciones del nacionalismo con otras tendencias en el devenir de las luchas políticas argentinas
[2].

La emancipación de las colonias hispanoamericanas estuvo signada por el liberalismo y un embrionario nacionalismo, en aquel momento histórico en el que ambas concepciones se entrelazaban. Los patriotas jacobinos y los grandes conductores militares de la revolución apelaron a una identidad criolla e indiana, intentaron liberar y elevar a las masas populares -las castas- y proyectaron construir una nación en el continente sudamericano
[3].

El federalismo de los caudillos que movilizaron a las masas rurales en el ámbito del antiguo Virreinato del Plata fue la subsiguiente expresión de un nacionalismo americanista, que tendría sus expositores en la generación de José y Rafael Hernández, Carlos Guido Spano, Olegario V. Andrade y otros. A la vez, el liberalismo europeísta de Domingo F. Sarmiento y otros miembros de la generación de 1837, que cristalizó como proyecto en 1880, se divorciaba del nacionalismo independentista al subordinar la organización del país a su inserción en el dinamismo del capitalismo mundial, repudiando la “barbarie” americana y propiciando el trasplante de instituciones y poblaciones europeas.


Posteriormente, en el populismo
[4] de Hipólito Irigoyen confluyeron las supervivencias del nacionalismo de cuño federal y un programa democrático que pugnó por rescatar del fraude oligárquico los contenidos republicanos de la Constitución liberal: su discurso re-unía así el nacionalismo y el liberalismo en forma análoga a la de los tiempos de la emancipación.
Desde comienzos del siglo XX se fue perfilando otro nacionalismo, en el que predominó la tendencia conservadora y católica, oponiendo las raíces hispanas y criollas al cosmopolitismo de la elite porteña y al aluvión de inmigrantes portadores de ideas anarquistas y marxistas. Su índole autoritaria se manifestó en el golpe de estado de 1930, y cundió entre los militares mezclados con las concepciones estatistas y corporativistas que propagaban los movimientos fascistas europeos. Los historiadores de este nacionalismo “de derecha” revisaron la versión de los vencedores de Caseros, exaltando a Rosas y a los caudillos federales, e impugnaron las bases económicas, políticas y jurídicas del modelo liberal implantado en el país.
Por otra parte, en la década del ‘30 se manifestó una variante nacionalista, cuyo centro visible fue F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) con su plataforma democrática, americana y antimperialista, denunciando la corrupción del coloniaje económico y reclamando el ejercicio de la soberanía popular. Marcando diferencias con los nacionalistas de derecha, Arturo Jauretche optaba por la autodenominación de “nacionales”. Los forjistas recorrieron un trayecto paradigmático desde la intransigencia yrigoyenista hasta la disolución del grupo para incorporarse, casi todos, al peronismo
[5].

Estas distintas expresiones nacionalistas -entre las cuales hubo importantes intercambios, oposi­ciones y continuidades- antecedieron al nacionalismo populista del peronismo, cuyo arraigo en el movimiento obrero atrajo a ciertos sectores de la izquierda.


La izquierda:


La noción de iz­quierda, en sentido amplio, remite a un conjunto de ideas de cambio social que impugnan el statu quo; y en sentido más estric­to, como la empleamos en el presente trabajo, se refiere a las de inspiración marxista.
La concepción del progreso histórico y las “etapas necesarias de desarrollo”, conforme al modelo de la evolución europea trazado por Marx, veía en el pleno desarrollo del capitalismo una condición inexcusable para llegar al socialismo. La causa socialista y su sujeto, la clase obrera, tenían que ser internacionalistas, pues la superación del régimen capitalista sólo podía realizarse a escala mundial, trascendiendo las fronteras. La construcción del Estado nacional era “tarea de la burguesía”, y los proletarios “no tenían patria”.
Desde esta óptica, en los países más atrasados resultaba prioritario erradicar las rémoras feudales o precapitalistas para que prosperara el capitalismo. En la Argentina, los primeros ideólogos del socialismo marxista, y luego los comunistas, se guiaron por una interpretación histórica no muy diferente a la del liberalismo positivista, que despreciaba a las masas autóctonas y postulaba la europeización del país. José Ingenieros reformuló la dicotomía “civilización y barbarie” de Sarmiento en términos de “capitalismo versus feudalismo”, un esquema según el cual los caudillos federales encarnaban el atraso feudal, mientras que el unitarismo rivadaviano, los liberales de la “organización nacional” y la generación del 80 habían sido los impulsores del progreso capitalista
[6].

El marxismo reformista del Partido Socialista orientado por Juan B. Justo defendía el librecambio y veía como un factor de avance la penetración del capital extranjero. La base social de los socialistas y comunistas estaba compuesta en gran número por obreros inmigrantes, y su dependencia del liberalismo y el progresismo europeo les condujeron a juzgar el nacionalismo populista de Irigoyen como una perversión de la “política criolla” o a tacharlo de “fascistizante”.
Ahora bien, a partir de la teoría del imperialismo y la experiencia revolucionaria en Rusia, Lenin introdujo la distinción entre países capitalistas avanzados y países dominados, propugnando para éstos -en sus tesis de la III Internacional- un frente antimperialista con los sectores burgueses democráticos, en el cual los comunistas debían disputar el liderazgo preservando su independencia ideológica y organizativa. Desarrollando las ideas de Marx en un nuevo sentido, Lenin y Trotsky justificaban las luchas por la liberación y la identidad estatal-nacional de los pueblos sometidos
[7].

Tales principios fueron mantenidos en tiempos de Stalin, que planteó además “el socialismo en un solo país” e instrumentó el “internacionalismo proletario” en función de la política exterior soviética. No obstante pues la tradición internacionalista, las posiciones antimperialistas del comunismo constituían una zona de coincidencia con el nacionalismo.
La izquierda nacionalista argentina, sin embargo, sólo se definió como tal en 1945, cuando el grueso de la nueva clase obrera adhirió a las apelaciones nacionales y las reformas sociales del peronismo, mientras los parti­dos comu­nista y socia­lista persistían en oponerse a aquel movimiento que veían como un engendro nazi-fascista.


Los ideólogos:


Entre los antecedentes o fuentes teóricas del nacionalismo de izquierda hay que tener en cuenta los aportes de José Vascon­ce­los y otros intelectuales ligados a la Revolución Mexicana, así como los de José Carlos Mariáte­gui y el fundador del aprismo, Víctor Raúl Haya de la Torre, quienes plantearon desde el Perú, con distintos enfoques, un enraizamiento del marxismo en la historia americana. Además, el exilio de Trotsky lo acercó al proceso revolucionario de México, y su propuesta de los “Estados Unidos Socialistas de América Latina” movilizó a sus seguidores en varios países de la región.
En el nacionalismo de izquierda argentino confluyeron intelectuales y grupos de diversa procedencia, que se situaron dentro o “al lado” del movimiento peronista. Por otra parte, varios exponentes del pensa­mien­to nacional y popular compartieron importantes aspectos del mismo programa sin comulgar con su base u horizonte marxista
[8].

Un precursor fue Manuel Ugarte (1878-1951), político, escritor y brillante publicista, expulsa­do del partido de Juan B. Justo, que sembró los fundamentos de un nacionalismo socialista iberoamericano para enfrentar al imperialismo norteamericano. Vinculado en un primer momento con José Ingenieros y Leopoldo Lugones -que siguieron derroteros diferentes-, Ugarte dirigió el periódico La Patria (1915), difundió sus ideas viajando por los países del continen­te y editó sus principa­les libros en España. Adhirió al peronismo en 1945 y fue embajador en México, Nicaragua y Cuba, si bien luego se apartó de esas funciones oficiales.

Carlos Astrada (1895-1970), aunque siempre rehusó coyundas partidarias, asumió críticamente el marxismo y en su obra filosófica elaboró una reflexión sobre la cultura argentina que permite ubicarlo como referente de un pensamiento nacional de izquierda. Tras abandonar la carrera de Derecho, su autoformación y sus eminentes estudios en Alemania le fueron reconocidos en el ámbito académico. Adherente a la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba -aunque no al yrigoyenismo-, profesor en las universidades de La Plata y Buenos Aires, se acercó al gobierno de Perón y fue uno de los organizadores del Congreso de Filosofía de Mendoza en 1949. Ácido anticlerical, expulsado de sus cargos universitarios en 1956 y distanciado también del peronismo, en la década siguiente se identificó con el maoísmo.

Rodolfo Puiggrós (1906–1980), periodista y estudioso autodidacta, publicó sus primeros trabajos historiográficos cuando militaba en el Partido Comunista. Expulsado del mismo en 1946, dirigió el periódico Clase Obrera y la fracción Movimiento Obrero Comunista (MOC), que apuntaba a rectificar la línea de la conducción del partido y reconocer la “Revolución Nacional” peronista. Después de 1955 postuló generar una fuerza proletaria dentro del peronismo. Profundizó sus investigaciones históricas y colaboró con Perón en las relaciones con otros movimientos latinoamericanos. Vinculado a la “tendencia revolucionaria”, fue rector-interventor de la Universidad de Buenos Aires en 1973, cargo al que debió renunciar cuando estallaron las contradicciones internas del peronismo gobernante, y tuvo que exiliarse en México.

Eduardo B. Astesano
(1913-1991), afiliado al Partido Comunista, se graduó de abogado en 1946 en la Universidad del Litoral de Santa Fe, y siguió un camino similar al de Puiggrós. Miembro del grupo “autocrítico” de Rosario, que fue expulsado del partido en 1946, integró luego el MOC. Realizó una profusa labor periodística, dirigió el periódico Relevo en los años ´60, y en sus numerosos libros de revisión histórica contribuyó a abonar las tesis del nacionalismo de izquierda, con un especial acento indigenista en su última etapa.

John William Cooke (1920-1968), militante juvenil radical, abogado, fue diputado nacional por el peronismo en 1946. Descollante orador, profesor de Economía Política, allegado al revisionismo rosista, dirigió la revista De Frente y fue interventor reorganizador del Partido Peronista de la Capital Federal en 1955. Proscripto el movimiento, estuvo preso, fue delegado de Perón y dirigente de la resistencia en la clandestinidad, secundado por su sobresaliente compañera Alicia Eguren. Solidarizándose con la Revolución Cubana, residió en La Habana y en 1964 volvió a la Argentina para promover el “ala revolucionaria” del movimiento. En sus notables textos de este período tendía a compatibilizar las propuestas del nacionalismo marxista con la “ortodoxia” comunista en función de un frente antimperialista continental.

Jorge Abelardo Ramos (1921-1994), activista del trotskismo, manifestó su apoyo crítico al peronismo desde 1945. Publicó el periódico Octubre, participó del grupo Frente Obrero, fue columnista del diario Democracia y en 1953 ingresó al Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN) que dirigía Enrique Dickmann. Gran polemista, escribió sus filosos ensayos y editó, con los sellos Indoamérica y Coyoacán, a una amplia gama de autores de la “línea nacional”. Fundó en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN) y en 1971 el Frente de Izquierda Popular (FIP). Tras la dictadura del Proceso eestrechó lazos con el peronismo, formó el Movimiento Patriótico de Liberación y, en su última actuación política, traicionando sus propias ideas, acompañó al gobierno neoliberal de Menem como embajador en México.

Rodolfo Walsh (1927-1976), autor de una excepcional obra literaria y periodística, aunque no dejó ensayos doctrinarios, realizó singulares aportes intelectuales desde posiciones nacionalistas de izquierda. Simpatizante del nacionalismo tradicional en su juventud, cuentista y dramaturgo, investigó y denunció los fusilamientos de 1956 y otros crímenes políticos. Comprometido luego con la Revolución Cubana, contribuyó a organizar la agencia de noticias Prensa Latina. Dirigió el semanario de la central sindical CGT de los Argentinos, y se incorporó en tareas de difusión e inteligencia a las formaciones armadas del peronismo revolucionario.

Jorge Enea Spilimber­go
(1928-2004), abogado y escritor de vasta cultura, siendo estudiante había adherido a la Federación Juvenil Comunista. Colaborando con Ramos, integró el PSRN, el PSIN y el FIP. Ejerció el periodismo militante, publicó diversos ensayos y fue profesor de Economía Política en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA entre 1973 y 1976. Alejado luego de Ramos, fundó el Partido de la Izquierda Nacional, que mantenía su independencia orgánica sin perjuicio de reconocer la identidad popular peronista.

Juan José Hernan­dez Arre­gui (1929-1974), que había iniciado estudios de Derecho en Buenos Aires, se doctoró en filosofía en la Universidad de Córdoba en 1944. Enrolado en la intransigencia del sabattinismo cordobés, colaboró en la prensa partidaria y tuvo contacto con los forjistas. En 1947 renunció a la afiliación radical para incorporarse al peronismo. Desempeñó funciones en el gobierno de la provincia de Buenos Aires y se dedicó principalmente a sus cátedras universitarias. Excluido de la Universidad en 1955, publicó sus libros, que alcanzaron extensa repercusión, y participó en la agitación de la resistencia peronista. Él reivindicaba haber ideado la denominación “Izquierda Nacional” para esta tendencia, que concebía ligada al peronismo revolucionario.

Otros trabajos señalables en esta corriente son los ensayos de Enrique Rivera y Esteban Rey, los estudios historiográficos de Norberto D’Atri, Alfredo Terzaga, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, las aproximaciones político-estéticas de Ricardo Carpani y el grupo Espartaco, reflexiones de cuadros sindicales como el ex anarquista Alberto Belloni y el ex socialista Ángel Perelman, textos de intelectuales de origen católico como Emilio Fermín Mignone y Conrado Eggers Lan y, llegando a un período más reciente, las investigaciones históricas de continuadores de esta orientación como Norberto Galasso y Emilio J. Corbière.

En Uruguay, Vivian Trías (1922-1980), talentoso periodista, profesor, diputado e historiador, fundamentó la línea política del Partido Socia­lista abordando la problemática rioplatense y sudamericana con un enfoque marxista nacional. En una visión coincidente se enmarcan los ensayos latinoamericanistas del escritor y periodista Eduardo Galeano, los trabajos del historiador Carlos Machado y los de otros autores relacionados con la revista Marcha.

Existen asimismo notorias concomitancias en la producción de algunos marxistas heterodoxos vinculados al trabal­hismo brasileño, como Darcy Ribeiro, que elaboró una ambiciosa teorización del proceso civilizador universal y ameri­cano, Theotonio Dos Santos y otros economistas de la “teoría de la dependencia”.

Tesis básicas:

Las obras de los autores que conformaron la corriente nacionalista de izquierda articulan un conjunto de proposiciones que -sin pretender agotar el listado ni el análisis de los temas, y a riesgo de allanar importantes matices, deslizamientos o excepciones- resumiremos aquí en los siguientes puntos:


1- una aplicación de la filosofía y la metodología marxista, basada en la
dialéctica de la lucha de clases y los fenómenos económicos para interpretar la
realidad social, asumiendo como presupuesto la misión universal emancipadora del
proletariado e incorporando la concepción leninista sobre la liberación nacional
de los pueblos oprimidos.
2- la recuperación de la tradición y las formas de
conciencia nacionales y populares como fundamentos de una revolución
naciona­l, dirigida a superar la dependencia económica, política y cultural
del imperia­lismo capitalista y cuyo desarrollo debía orientarse hacia el
socialismo, rechazando la sumisión al satelismo comunista.
3- un punto de
vista americano, señalando la inversión del sentido de ideologías trasplantadas
a nuestros países e impugnando la visión eurocéntrica y el “colonialismo mental”
en la cultura de elite, en el sistema educativo y universitario y en los
partidos de izquierda, con la intención de abrir cauces a un “nuevo
pensamiento”.

4- una renovación de la revisión histórica, centrada en los
intereses y la lucha de las masas trabajadoras, oponiendo a la historiografía
liberal la interpretación de la continuidad de la revolución incumplida de la
independencia y los levantamientos federales del siglo XIX con las causas
democráticas y populares del siglo XX.
5- la postulación de una nación
sudamericana, concibiendo la integración de las repúblicas del continente como
imperativo histórico, objetivo estratégico y dimensión necesaria para su plena
emancipación.

6- la caracterización del radicalismo yrigoyenista como
continuador o heredero de las rebeldías históricas del federalismo y, no
obstante sus limitaciones, precursor de la política nacionalista y las reformas
sociales del peronismo.
7- la caracterización del peronismo como un
movimiento nacional y popular de potencialidad revolucionaria, que expresaba los
intereses de la clase obrera a pesar de las distorsiones de la capa burocrática
dirigente.

8- la reconsideración crítica de la participación política de los
militares, rescatando los antecedentes y las posibilidades de una
conjun­ción pueblo-ejército.
9- la reivindicación de la cultura criolla
mestiza y el sustrato indígena de los pueblos americanos, rebatiendo la
descalificación de las etnias autóctonas por las proyecciones racistas del
pensamiento “occidental”.

1 comentario:

P dijo...

Un monje le preguntó a Joshu: "Esta vaca, ¿tiene la naturaleza de Buda?"

Joshu respondió: "¡Mu!"