Por Eric Calcagno.
Se trate de acciones en el campo político, económico o social, todo acto de gobierno es descalificado de inmediato por la oposición, con la amplia repercusión que otorgan los medios de comunicación dominantes. Este discurso tiene intenciones a veces “desgastantes”, otras “destituyentes”; adopta las formas de la anécdota para denigrar políticas de fondo, pero sobre todo sigue una metodología coherente.
En efecto, basta que avancemos con la recuperación de Aerolíneas, la nacionalización de los fondos de las Afjp o el conjunto de medidas económicas contra la crisis internacional, para escuchar que tendrán resultados desastrosos, son inútiles o apuntan a transformar estructuras tan sólidamente establecidas que pasarán como la hojarasca.
Encontramos aquí la distinción ya clásica realizada por Albert O. Hirschman en 1991, cuando publicó Dos siglos de retórica reaccionaria. Relata allí cómo pensadores y fuerzas políticas de ideas retrógradas, combatieron contra tres conquistas del progreso: la revolución francesa, el sufragio universal y el Estado de bienestar. Se descalificaba cada una de esas conquistas mediante tres argumentos recurrentes: su efecto perverso, su inutilidad y la puesta en peligro de logros anteriores.
Hay que reconocer que en los dos siglos de pensamiento reaccionario que cita Hirschman estaban en juego las diferentes concepciones de la sociedad y de la historia. Se discutían temas políticos y filosóficos. No se mezclaba el odio a gobiernos o personas, por lo menos en el razonamiento. En la Argentina, por desgracia, muchas veces no ha sido así y menos aún lo es ahora. En el ejemplo de Hirschman sobre la negación del sufragio universal, la razón reaccionaria partía de un concepto elitista de la política (las minorías ilustradas tienen razón y el pueblo ignorante se equivoca). En cambio, en la Argentina, cuando se otorgó el voto a la mujer, grupos políticos que durante decenios habían peleado por esa conquista, se opusieron porque quien promovía el proyecto era Eva Perón. Algo parecido ocurrió con la ley de divorcio sancionada por iniciativa de Perón.
En ese contexto, estas actitudes no tienen nada que ver con los argumentos de los auténticos reaccionarios. Los críticos locales no llegan a Burke, Mosca ni Hayek. Descendieron de la discusión sobre doctrinas, sentidos y finalidades a la lucha política inmediata, cuyo mayor argumento de persuasión parece ser la anécdota autorreferenciada. Ya no importa la orientación general ni el tipo de país al que se va o desea ir. No. “La consigna es desgastar al gobierno”: el apoyo o rechazo a un programa o una medida política es según la apoye o rechace el gobierno. Luego, no se discute tanto sobre el fondo, sino que se personaliza la cuestión política: es malo porque lo presenta tal o cual. Estas características pueden apreciarse en el discurso sobre algunos problemas políticos, económicos y sociales. Veamos.
Cuestiones de oportunidad. Aquí se manifiesta una característica del pensamiento reaccionario local, que consiste en privilegiar los problemas de forma sobre los de fondo. Cuando la oposición está de acuerdo con el fondo del problema o no existen argumentos de fuerza para contradecirlo, se cuestiona la oportunidad de la medida. Si el Gobierno actúa de inmediato, está mal “porque no es el momento de aplicar esa medida” o “porque debió haber sido más estudiada”. Si se demora, también está mal, “porque ese retardo empeoró la situación e hizo perder oportunidades”.
Problema de corrupción. Cuando no pueden defender lo indefendible, denuncian presuntos robos futuros, como lo hicieron con la adopción del sistema jubilatorio de reparto. Entonces reclamaron la “intangibilidad de los depósitos”; cuando se dieron cuenta de que el paradigma es otro, y que las jubilaciones se pagarán con los aportes de los trabajadores en actividad, y que no hay más depósitos en cuentas individuales, dijeron que se iban a robar la plata, con total ignorancia del sistema de controles establecido en la ley.
Cuestiones económicas. Sostienen la necesidad del superávit fiscal y denigran el mantenimiento de las retenciones a las exportaciones o la transferencia al Anses de los aportes jubilatorios “porque eso es hacer caja” (no explican cómo se hace para tener superávit fiscal sin recaudar. ¿Esperaremos algún divino maná?)
Si el Gobierno estatiza servicios públicos cuestionan el gasto y denuncian negocios. Y si quedan en manos privadas, protestan por la falta de inversión, que redunda en poca cobertura y mala calidad del servicio.
Con las tarifas de los servicios públicos, están en contra de su congelamiento porque disminuye la inversión de los concesionarios; pero al mismo tiempo se oponen a la suba de tarifas porque se perjudicaría a los usuarios.
Afirman que es indispensable integrarse al sistema financiero internacional y se oponen al pago al Club de París.
Reclaman el restablecimiento de la “confianza”; pero si el Gobierno tiene la del establishment lo acusan de antipopular; y si es el pueblo el que confía, es demagogia.
Temas políticos. Critican al Frente para la Victoria por la fortaleza del Partido Justicialista; y reprueban la transversalidad porque les quita partidarios. Critican la mano dura en la represión del delito porque es autoritaria; y se oponen al garantismo porque los delincuentes “entran por una puerta y salen por la otra”.
Apoyan los cortes de rutas de los terratenientes y están de acuerdo en que el Gobierno no reprima. Al mismo tiempo, se oponen a los cortes de calles de los piqueteros urbanos y reclaman la intervención policial.
Conclusiones. Para juzgar aspectos de la calidad institucional de la política argentina resulta interesante comparar a los reaccionarios serios referidos por Hirschman, con los reaccionarios locales que nos ofrece la Argentina contemporánea. En el caso de los reaccionarios filosóficos, su actitud política es el resultado de convicciones profundas y de posiciones políticas de fondo, por cierto en las antípodas del pensamiento nacional y popular. Representan el pensamiento de grupos sociales y políticos bien definidos. Son retrógrados, pero al menos tienen ideología y argumentos.
En cambio, nuestros reaccionarios locales practican un reaccionarismo de rebote. Como de lo que se trata es de contradecir y desgastar al Gobierno, no importan las opiniones. Resultan ser reaccionarios porque el Gobierno va en favor del progreso. Además, la mayor parte de los contradictores se siente cómodo en esa tarea porque coincide con alguna raigambre gorila.
Establecen así un relato reaccionario, del que surgen los argumentos en contra del gobierno. Lejos de la profundidad de los reaccionarios clásicos, han cambiado el concepto por la anécdota, la política por la estética, la prospectiva por la meteorología (huracanes, tempestades). Están fascinados por la fantasía negra de una crisis generalizada en la Argentina, tal vez para no sentirse tan solos en su experiencia histórica, rebajar al Gobierno nacional a la mínima legitimidad y aspirar de nuevo al poder, “ya que todos fracasamos”. Eso no sucederá: el discurso reaccionario local se encuentra limitado (desde hace varios meses ya), por las acciones del gobierno nacional.
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