viernes, 24 de octubre de 2008

Apoliticismo y antipolítico en el reclamo por seguridad I

Argumentos, 8, octubre 2007

Un acercamiento discursivo-comunicacional
por Manuel Tufró

1. El reclamo por mayor seguridad ha sido una de las principales causas de movilización ciudadana en los últimos tiempos. Esta inquietud tiene una base de explicación estadística concreta: según datos de la Dirección Nacional de Política Criminal, el número total de hechos delictivos ha venido creciendo desde el año 1992, y de manera más sostenida entre los años 1998-2002 (coincidiendo con el período de recesión económica, estallido social y posterior salida de la convertibilidad), para descender levemente en los años subsiguientes. Sobre estos datos empíricos que apuntan a un crecimiento del delito, se han montado una serie de campañas mediáticas que buscan instalar lo que Stuart Hall ha denominado “pánico moral” (Hall, 1978).
En este contexto, diferentes sectores de la sociedad civil se han organizado para reclamar a las autoridades, pero también para actuar sin esperar las respuestas de los representantes del Estado. La mayor parte de las agrupaciones y asociaciones surgidas al calor del reclamo por seguridad se definen a sí mismas, y describen su accionar, como “no político”. Resulta por lo menos curioso que ciertos actores de la sociedad civil consideren que el debate por la seguridad pueda ser considerado como un tema al margen de “lo político”. De hecho, el carácter netamente político de la cuestión de la seguridad puede ser afirmado en varios niveles. En primer lugar, en los últimos años la agenda del crimen se ha venido posicionando como un tema central de la comunicación política y como eje de campañas electorales (Martini, 2004).
En segundo término, no hay que olvidar que lo que está en juego, en última instancia, cuando hablamos de seguridad, es la cuestión de la propiedad privada y de las formas legales o ilegales de apropiación privada de aquello que es producido colectivamente, formas que siempre son el resultado de luchas históricas y están en permanente discusión. En otras palabras, se trata de la cuestión del control social, entendido como “el conjunto de saberes, poderes, estrategias, prácticas e instituciones a través de las cuales las élites del poder preservan un determinado orden social, esto es, una geografía específica de los recursos, de las posibilidades, de los deseos” (De Giorgi,
2000:15, traducción propia).
Finalmente hay que dejar en claro que caracterizamos a la política, en sentido amplio, no solamente como la actividad privativa de los partidos o del sistema político, sino también como el proceso de formación de voluntades colectivas, es decir, de colectivos sociales. Desde este punto de vista, son políticos todos los procedimientos retórico-discursivocomunicacionales que buscan “operar sobre un pueblo disperso y pulverizado para
suscitar y organizar su voluntad colectiva” (Gramsci, 1993 : 65).
Los intercambios discursivos en torno al problema de la seguridad, fuertemente cruzados por temáticas identitarias y retóricas estigmatizadoras, se constituyen entonces en una de las superficies privilegiadas de aparición de lo político en la Argentina de los años recientes.

Desde ya que no es esta la idea de política que subyace a las prácticas de ciertas asociaciones vecinales que, nucleadas en torno al tema de la seguridad, se definen como “apolíticas” y describen sus actividades como “no políticas”. Esto ya no nos sorprende: vivimos en la época de la “distancia sociedad - partidos” (Sidicaro, 2002), una brecha que se erige en un fenómeno de alcance global. Desde un abordaje discursivo-comunicacional, resulta interesante obervar cuáles son las estrategias a través de las cuales estos actores buscan construir como apolíticas
sus intervenciones públicas, para lo cual muchas veces no dudan en acudir a un arsenal retórico que podríamos calificar, más que de apolítico, de antipolítico. Aún teniendo en cuenta el carácter precario de cualquier tipología discursiva, se podría afirmar que lo “antipolítico” no constituye un tipo de discurso, sino más bien una serie de elementos retóricos y enunciativos que pueden ser articulados por una variedad de discursos. Es posible reconocer estos elementos en ciertas construcciones identitarias que se fundan en una oposición al sistema político existente, como el caso de los primeros piqueteros (Auyero, 2001) y de las asambleas barriales (Di Marco et. al., 2003).
Pero también podemos encontrar posicionamientos antipolíticos en discursos de signo ideológico opuesto, cuyo objetivo es realizar un desplazamiento de sentido desde la caracterización negativa de los políticos hacia la política en general en tanto actividad o práctica. Esta estrategia fue utilizada, por ejemplo, por los sectores más concentrados del capital financiero y sus intelectuales orgánicos durante la crisis del 2001-2002 (Tufró,
2004).
Volvemos a encontrar construcciones semejantes en organizaciones de la sociedad civil que temarizan la cuestión de la seguridad. Los actores que en los últimos años han hecho del reclamo de seguridad su bandera construyen su espacio enunciativo a partir de una doble exclusión. El primer eje es el que divide al “buen
vecino” del “delincuente” (Daroqui, 2004).
El segundo es aquel que diferencia entre actividades políticas y no políticas. Sobre esta segunda exclusión, y sobre el oscilante juego de desplazamiento entre apoliticismo y antipolítica, trabajaremos en este artículo.

2. Las convocatorias realizadas por Juan Carlos Blumberg entre abril de 2004 y septiembre de 2006, emanadas desde la “Fundación Axel Blumberg por la Vida de Nuestros Hijos” y desde los medios masivos embarcados en la “Cruzada Axel”, tuvieron como una de sus consignas principales la de evitar que los concurrentes se presentaran con cualquier signo visible de pertenencia a alguna agrupación política.
En cambio, debían portar cada uno una vela y, a lo sumo, una bandera argentina.
Nuestros actos se diferencian de los otros porque es (sic) algo ecuménico, apolítico,
y que defiende únicamente los valores, por eso la gente nos apoya, porque se ven
representados (...). Nuestro paradigma es amplio y abarcativo, para toda la
sociedad, las consignas son claras en cada marcha, no es como una protesta de
empleados que reclaman a una fábrica, es algo que incluye a todos.
(Entrevista con el responsable de seguridad de la Fundación Blumberg)i.

El ecumenismo es posible a partir de un reclamo que, lejos de ser particular y de reflejar la preocupación de ciertos sectores de la sociedad, aparece como una preocupación general, “de todos”. Por eso también las velas, símbolo que se dejaleer en una clave mucho más religiosa que política, transformando a la marcha en una especie de procesión que (de)muestra la unión de todos a través de ese lazo imperecedero que es el lazo de los valores. Quienes toman la palabra en los actos / procesiones de Blumberg son referentes religiosos, católicos, evangélicos y judíos.
Nos dicen que confían en nosotros porque comparten nuestras marchas y
saben que estamos ajenos a todo lo que es la política, a diferencia de otras
marchas que están muy politizadas.
(Empleada de la Fundación Blumberg).

Las consignas de las marchas (“Por la vida de nuestros hijos”, “Por la paz”) estructuraron su eficacia simbólica a través de significantes o sintagmas vacíos con los cuales nadie puede dejar de estar de acuerdo, al mismo tiempo que nadie puede emprender la tarea de precisar la forma de poner en práctica acciones para alcanzar esos valores, porque ello dejaría al descubierto el verdadero rostro de quien lo intentara: el rostro político de la facción, del interés particular, del antagonismo social. Este colectivo general titulado “la gente” se construye, como se dijo, a través de la exclusión de los “delincuentes”, pero también de la de todos aquellos que tienen intereses sectoriales, facciosos. Otro sinónimo posible: intereses políticos. Esta exclusión se opera sobre los políticos profesionales, pero también alcanza a otras figuras identitarias cuya mera inclusión en lo excluido ya nos dice algo acerca de la naturaleza del colectivo que intenta construir el enunciador blumberguiano:
Ellos (los piqueteros) manifestaron su voluntad de venir a la marcha, y ahí
les dijimos cuáles eran nuestras consignas y condiciones: venir con una
vela. Y sí, Castells se portó bien, no trajo nada, ni capuchas, ni carteles, ni
pecheras, ni palos. Es más, ¿sabés lo que hicieron? Vinieron con todo,
trajeron todas las banderas, las pancartas, llegaron hasta Florida, dejaron
todo en una esquina, y vinieron sin nada. Por eso digo que se portó bien.
(responsable de seguridad de la Fundación Blumberg).

La exclusión del “otro político” implica una frontera que debe recrearse continuamente a través de ciertas prácticas. Para ello, las prácticas apolíticas son contrapuestas a las prácticas políticas, de una manera homóloga a la forma en que las propuestas constructivas se oponen al reclamo caótico:
Hay dos formas de pedir las cosas: reclamar haciendo lío y la otra es presentar propuestas concretas con el apoyo del pueblo. (op. cit.)
o, también, de manera semejante a la forma en que lo pacífico se opone a lo violento:
(...) en el último acto, los comercios aledaños a la Plaza de Tribunales no
cerraban sus puertas, a diferencia de otros actos, y esto es porque todos
saben bien qué es lo que pedimos, nuestro reclamo es claro, es lo que piden
todos: justicia y seguridad. (op. cit.)
La misma construcción aparece reforzada desde medios masivos como el diario “La Nación”, que en una columna de opinión del 2 de abril de 2004 sostiene que la marcha de Blumberg
es la primera, en muchos años, que no tiene aptitud para dividir a nadie,
que no puede generar disidentes ni opositores. ¿Qué mente, por oscura que
fuere, podría haber marcado ayer un punto de discrepancia o de desacuerdo
ante esa avalancha que se deslizaba por las calles para reclamar,
simplemente, por la integridad y la seguridad de las personas?.
No hace falta ser un analista avezado para intuir el carácter fuertemente político del discurso supuestamente apolítico de la Fundación Blumberg. Resulta interesante sin embargo anclar teóricamente esta afirmación. En el discurso de la
Fundación, la seguridad aparece construida como aquel reclamo que contiene en sí todos los reclamos. Su carácter de significante vacío le permite dar cobijo a unamultitud de reclamos insatisfechos. En sus arengas públicas, Juan Carlos Blumberg depliega una letanía que funde en una sola serie a Nair Mostafá con el caso Cabezas, a la corrupción menemista con García Belsunce, a Cromañón con la AMIA. Este tipo de construcciones seriadas son las favoritas de los medios masivos a la hora de contribuir a crear una sensación de inseguridad, pero, además, constituyen una herramienta retórica de construcción de espacios políticos, ya que no se limitan a expresar la presencia de cada demanda por separado, sino que establecen un lazo, una equivalencia que unifica a todas las demandas en su enfrentamiento con un “otro”, el este caso, los políticos. Se busca que el reclamo por la seguridad
asuma un papel hegemónico en la movilización social, que sirva como metáforapara los otros reclamos. Como afirma Ernesto Laclau, “Esta relación, por la que una cierta particularidad asume la representación de una universalidad enteramente inconmensurable con la particularidad en cuestión, es lo que llamamos una relación hegemónica.” (Laclau, 2004 : 13)
Desde aquí se constata, por si acaso hacía falta, el carácter eminentemente político de los reclamos de Blumberg, desde el momento en que “El punto central es que para que una cierta demanda (...) se transforme en política debe significar algo más que lo que es en sí misma, debe vivir su propia particularidad como un momento o eslabón de una cadena de equivalencias que la trasciende y, de ese modo, la universaliza.” (Laclau, 2000 : 211, cursiva en el
original).

Lo que se observa es una de las dinámicas básicas del funcionamiento de lo político, señalada ya por Gramsci: la construcción de una voluntad colectiva a partir de ciertos intereses particulares. Lo interesante es que este mecanismo político por excelencia es presentado bajo la forma de un movimiento apolítico, e incluso más:
se trata de un movimiento que construye discursivamente un colectivo de identificación basado en la expulsión de los políticos y en el trazado de una barrera simbólica tajante entre prácticas políticas (el “reclamo” que busca el interés
particular) y práctic as apolíticas (la “propuesta” que busca el bien común). Es decir, lo político (y los políticos) pasan a ocupar el lugar, en términos de Verón (1987), del contradestinatario, el adversario político. Tenemos aquí entoces el dispositivo enunciativo que estaría definiendo a un posicionamiento ya no apolítico, sino más bien antipolítico. Este dispositivo se caracterízaría por tener la estructura enunciativa de un discurso político (es decir, la construcción de un destinatario múltiple, uno de los cuales es un adversario) en el cual el lugar del contradestinatario / adversario está ocupado por todos aquellos que realizan “prácticas políticas”.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen articulo, estoy casi 100% de acuerdo contigo :)

Anónimo dijo...

Buen articulo, estoy de acuerdo contigo aunque no al 100%:)