No sé si vamos a tener que retroceder o si seguiremos avanzando. Lo que si sé es que no podemos soltarnos los brazos y debemos seguir codo con codo y con los dientes apretados. Los embates de las radios, los diarios y los canales no cesan y procuran enloquecer a la gente con su inacabable despliegue de desdichas por venir. Bien dosificados y entrelazados se mezclan los pronósticos de más robos del Estado insaciable y de adolescentes oscuros en las esquinas. Nadie puede sustraerse a la tempestad de atropellos sin fin. No es fácil. No dan tregua. Les sobran recursos y cuentan con gente bien adiestrada. Para colmo, de tanto en tanto nos topamos con algún viejo conocido que cede ante la borrasca y pierde la razón y se dedica a formular extrañas interpretaciones sobre las dualidades y metamorfosis de lo que llaman la pareja gobernante. Otros, en su delirio, pretenden los buenos modales que alguna vez existieron en alguna metrópoli próspera y ajena a los rumores del descontento. Se suman al coro de impacientes que reclaman que el huracán de la crisis planetaria nos trague lo más pronto posible.
No es la primera vez que ocurre algo así. Pero es la primera vez que encuentran una resistencia significativa. En otras oportunidades, las alarmas de corridas generaban tropeles de multitudes en abierto descontrol. Esta vez, el antiguo desdén patricio, a pesar de sus desbordes desmedidos y sus réplicas clasemedieras, encuentra gente bien parada, que sin exuberancias ni engreimientos manifiesta no estar dispuesta a dejarse llevar por delante así como así.
Y ellos lo saben. Se sienten dueños de algunas esquinas, pero intuyen que a algunas cuadras de distancia las cosas son diferentes. Sin presunciones ni jactancias, hay gente en los bordes que puede perder la paciencia. Si las cosas no se conducen con un mínimo de prudencia, puede venir lo peor. Algo de aquello que apareció como una ráfaga en el 2001. Y que ahora encuentra ecos en otras latitudes. En largas marchas por el Altiplano, por sierras, selvas y llanuras de una geografía que se distiende y tensa en torno de los dos trópicos, como alistándose para un irremediable despertar.
Nadie las tiene todas consigo. Ni ellos ni nosotros. Y eso es lo que le confiere a la contienda un sabor especial. Arremeten con titulares desaforados, cuando antes no solían perder la compostura, dando cuenta de que no tienen certezas del paraje que están pisando. Quieren llegar a un territorio conocido pronto porque temen que se llegue a una línea desde donde sea difícil retornar. Por otro lado, nosotros sabemos por experiencia que no se trata de ocupar terrenos que no estamos seguros de si se van a poder defender.
No hay margen para la desconcentración ni para regalarle a nadie los reclamos elementales de la gente. La desesperación y el arrebato de algunos es un producto de las recetas que se utilizaron cuando ellos se suponían los dueños del mundo. Tenemos que cuidar que nadie se lastime hoy, pero los nuevos soportes serán para el futuro. Para cuando la miseria no sea consecuencia natural de la fortuna de los menos. La crisis que sacude al mundo seguirá su curso. Sobrevivirán los más fuertes, como otras veces ya ocurrió. Pero ahora las certezas con que nos reclamaban resignación están agrietadas. A pesar de las radios, los diarios y los canales, otras verdades, otras palabras pueden esparcirse. Y entonces, aunque tengamos que retroceder, seguiremos avanzando.
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