Por Sandra Russo
Alguien lo soltó y de pronto anduvo. Lo del “doble comando” en el Gobierno funcionó porque evidentemente es una idea por un lado muy visual, muy puntual, que prefigura en la mente de quien la escucha dos volantes y seis pedales, y al mismo tiempo sirve de metáfora para describir una situación en la que quien ejerce el poder no lo hace solo, sino acompañado por alguien, pero no de cualquier manera: a bordo, con la mano en uno de los volantes y los pies habilitados para frenar o acelerar.
Lo del “doble comando” implica pares, de modo que por sí misma es una expresión que desjerarquiza a la Presidenta. Desjerarquizar a la Presidenta es un juego de kermesse en estos días, cuando la puja de intereses hace que rotos y descosidos, dale que va, arriesguen disparates de todo tipo, total el aire es gratis y a “la gente” le sale bien la queja. Si algo han sabido hacer los sectores agropecuarios con la ayuda de algunos medios importantes y algunos dirigentes opositores es desviar el caudal de rabia hacia el Gobierno. Elisa Carrió no tiene ningún prurito en ponerse a hacer equivalencias entre Isabel y Cristina. Uno ya no se ocupa de lo que dice Elisa Carrió, salvo cuando se trata de barbaridades como ésta.
La cuestión es que el “doble comando” es una expresión que anda circulando en volantas de diarios, anticipos televisivos, planteos de debates, en fin. Parte de la base de que Cristina no gobierna sola, sino que el suyo es un gobierno compartido, desde el punto de vista ejecutivo, con el PJ cuyo presidente es su marido. Es la expresión adecuada, se diría, para quienes rechazan a los Kirchner y en general siempre han rechazado todo lo que provenga del peronismo. Habría que precisar las razones de ese rechazo, toda vez que si de “patoterismo” se trata, el conflicto por las retenciones expuso a algunos sectores del campo como más que bien dispuestos para hacer patota.
Cuando asumió la presidencia Néstor Kirchner, era Duhalde el que iba a decirle qué hacer y cómo gobernar. Cuando el mito chirolita se pinchó, muy al principio, después de dos o tres primeras medidas fuertes que Duhalde jamás hubiera dictado, fue Cristina, la senadora, la que, según el nuevo mito al que se recurrió, le dictaba a él qué hacer.
En aquel momento un hombre de saco cruzado abierto y mocasines que se dejaba manejar por su mujer era una ofrenda mítica para el desprecio. Pero aquel tampoco fue un mito que resistió los hechos. Ahora, es él el que no sólo le dice cómo gobernar. La idea del “doble comando” es injuriosa, porque implica un cogobierno cuando lo que hay es una Presidenta electa y un partido político cuyo presidente es su marido. La figura real, descriptiva, es compleja. También lo era que un presidente en ejercicio le cediera la banda presidencial a su esposa: en el debut, aquella complejidad fue traducida para el público de revistas de actualidad. Pero cuando llegaron los conflictos, desatados por medidas que, más allá de su alcance, fueron claramente tomadas desde el Ejecutivo, esa doble presencia en la escena política argentina se volvió insoportable.
Lo que tienen estas maneras de decir, estas figuras que asaltan los argumentos y los intoxican irremediablemente con imprecisiones y prejuicios, es que al principio se ajustan a una percepción y por eso prenden y se desparraman. Pero como todas las maneras de decir, como todos los lugares comunes aplicados a situaciones únicas, también ocultan, bajo sus simplificaciones y su origen de chicana, los términos sinceros y legítimos desde los que establecer discursos opositores.
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